El 24 de marzo del 76 empieza en mi casa de Ceres, tres meses antes, de madrugada. Con el muchacho joven, moreno, de camisa blanca, revólver en alto, a la puerta de mi dormitorio. "La triple A" (flash mental), mientras, como en una comedia de locos, le exigÃa al tipo que se retirara, que debÃa vestirme en tanto suponÃa que podÃa huir por el patio. HabÃan tocado el timbre, plena noche, y ahà estaban, de cuerpo presente, los de la triple A. Aunque terminara siendo la policÃa, o la parapolicÃa, o los militares, o todos juntos, la casa tomada por ellos, la casa allanada, los placares desalojados, parvas de libros aquà y allá, y cuchillos levantando maderas en búsqueda de subversión, armas, "usted sabrá por qué estamos aquÃ". De ahÃ, al interrogatorio, una descubriendo que la ciudad entera ocupada, central telefónica, comisarÃa, ferrocarril, cuarenta viviendas violadas a patadas, nombres que al no tenerlos: "Te vamos a mandar a descular pingüinos a Trelew", cómo olvidar esas palabras y el destino que me auguraban, levantados todos los Catela, más otros, cargados como ganado en camiones militares hacia Santa Fe, en un trayecto que recolectó cautivos capturados en Tostado, en Rafaela, en la lÃnea. Ahà abajo, sol rajante de mañana de verano, mi hija de seis años que levanta la mano y nos saluda, sola, en la Avenida de Mayo del pueblo de Ceres, sola, mano al aire, como en la peor pelÃcula del peor gusto y sin embargo hace llorar, una y otra vez, ella y una calle desierta, negadora. En tanto, nosotros presos, apresados, revisados, fichados, de recién profesora arrogante a "usted sabrá por qué está aquÃ", las mujeres arrojadas en montón al Buen Pastor; mi marido, cuñados, resto de los hombres a una seccional santafesina. No todos volvimos de ese viaje. Lo supimos tiempo después. Y el 24 de marzo del 76, nosotros, los medio muertos sociales, los que ya masticábamos el gusto del terror, nos dijimos sin embargo, "y buéh, otra de militares". HabÃamos resistido con OnganÃa, con Lonardi, con Aramburu, Lanusse, habÃamos estado con los rosariazos y los cordobazos, de presencia fÃsica o apoyando. Nos hallábamos preparados, creÃmos; tan equivocados. Porque nos habÃan soltado de la cárcel pero a nuestro alrededor se alzaba el gigantesco campo de concentración. Donde tu vecino te denunciaba, y tu compañero de escuela participaba de la cacerÃa, y tu alumno grababa tus clases y mandaba una carta anónima, y tu mejor amigo explicaba por qué debÃamos dejar de frecuentarnos: el peligro, las malas épocas, y te citaban otra vez a la comisarÃa y vos alzabas dos tabletas de medicamentos y salÃas para allá ya se sabe cómo y a qué. El 24 de marzo del 76 pensamos "otra de militares", pero no arañamos siquiera la idea de que esta vez iban a dar vuelta el paÃs como una tortilla, militares y asociados, y los de abajo quedarÃan aplastados para seguir estando aplastados, abajo, tres décadas después; de la mano de una revolución de pesadilla donde los muertos no acaban de contarse.
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