Lo recuerdo de manera tan nÃtida que casi espanta cuando uno cuenta los años. Era mi primer dÃa de trabajo en LT8 en 1991. Mucho más, era mi primer dÃa de trabajo en Los Mejores, el programa más escuchado de la radiofonÃa rosarina por muchos años. HabÃa llegado allà de la mano del editor de este diario, Pablo Feldman, y de su padre David, que dirigÃa aquel enorme transatlántico del aire. Al lado estaba sentado Reynaldo Sietecase y más cerca una amiga que tuvo mucho que ver también con mi inclusión en ese proyecto, Gabriela Boggio. Pero enfrente, en diagonal en la mesa del estudio, estaba Norberto Chiabrando, el conductor de esa maravilla que me fascinaba. La primera vez que me presentó para mi participación al aire tardé unos segundos en arrancar. No eran sólo los nervios del debut, era el haber escuchado de cerca aquel trueno severo que tenÃa el Gordo por voz. Estaba frente al hombre más popular de la radio de Rosario, estaba trabajando con esa leyenda de la locución y me estaba presentando a mÃ. Era demasiado. Poco después supe que Chiabrando era imbatible a la hora de los festejos, los asados, las comilonas en general. Era como un chico en una jugueterÃa en las fiestas sevillanas. Casi todo en él rozaba la desmesura. Su vozarrón, su cuerpo enorme, su cabeza de tótem, su osadÃa para improvisar sobre cualquier cosa, sus dos portafolios diarios con discos y música que traÃa de sus numerosos viajes al extranjero. Su Falcon abandonado en doble fila frente a la emisora durante largas horas, que muchas veces terminaba en el corralón municipal. El Gordo fue la primera cara que apareció en la pantalla de Canal 3, aquel que fue suspendido en LT2 en los '70 por leer con demasiado énfasis el comunicado del ERP sobre el secuestro del cónsul inglés en Rosario. El mismo que acuñó una frase que quedó registrada: "Se está muriendo gente que antes no se morÃa". Pero ayer murió él, a los 70 años y después de una trayectoria enorme que ayudó a desacartonar aquella radio de los '70 y los '80. HacÃa tiempo que no lo veÃa, sabÃa que estaba enfermo. Pero ayer lo volvà a ver con claridad, entrando raudo por el pasillo, abriendo de un golpe la puerta del estudio, estruendoso en sus movimientos, esperando que la luz roja se encienda para desplegar la magia.
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