Bajo una rápida mirada, la simbologÃa de la patria muestra en principio una faceta desconcertante. El acto fundacional de una entidad polÃtica soberana tiene dos fechas que lo celebran. Dispositivos litúrgicos y movilizaciones ciudadanas no se concentran en un punto neurálgico de la historia sino que dispersan sus sonoros efectos narrativos en un 25 de mayo y un 9 de julio.
Sobre este linaje bifronte se ha escrito mucho, pero si por simplicidad analÃtica tuviésemos que reducir esta variedad interpretativa a un eje articulador dirÃamos que cuando las primeras conciencias americanas comenzaron a tomar distancia crÃtica del vÃnculo colonial de ninguna manera estaban convencidas de convertir esas disconformidades paulatinas en un gesto de plena ruptura independentista.
Disgustos con el despótico carácter de la dominación hispánica se habÃan ya sin duda venido apilando, aunque sin radicalizar sus alcances institucionales. Los levantamientos de Tupac Amaru y Tupac Katari, los quejas contra las rigideces del monopolio comercial, el malestar contra la presión impositiva y la discriminación contra los criollos en el acceso a la administración pública eran caldo de cultivo de una tendencia a la escisión que sólo será catalizada sin embargo cuando Napoleón Bonaparte (interesado como estaba por expandir los ideales de la revolución francesa bajo el formato de las anexiones imperiales) invade España y precipita la escandalosa abdicación de Fernando VII.
Por lo demás, esa axiomática moderna que ahora se desplegaba por Europa bajo el impulso de las tropas napoleónicas, impactaba en las atentas reflexiones de pensadores y activistas rioplatenses, que se plegaron con ahÃnco a la convicción de que el poder polÃtico ya no era una prerrogativa de una autoridad divina que se depositaba en la cabeza de un monarca, sino un ejercicio de consentimiento que se originaba en la voluntad autónoma del pueblo.
La secuencia de los acontecimientos tomó una dinámica imprevista, y la propia percepción de los protagonistas pendula al interior de un proceso que se inicia con la decisión de acompañar la proliferación de juntas que en defensa de la figura del Rey se desata en la propia España. Primera gran paradoja entonces, pues el instante iniciático de lo que luego serÃa la construcción de una nación emancipada no fue disparado para repudiar al monarca sino para resguardarlo de la recién ocurrida invasión.
El autonomismo de aquellos primeros patriotas, esto es generar crecientes márgenes de autogobierno sin quebrar bruscamente la sujeción colonial, pronto demostró su inviabilidad. Los liberales peninsulares jamás toleraron que en el orden posmonárquico que imaginaban las colonias tuvieran una representación igualitaria respecto de los reinos, y Fernando VII cuando retorna al trono tras la derrota definitiva de Napoleón borró de un plumazo tanto los brÃos modernizadores que impregnaban la Constitución de Cádiz de 1812 como cualquier intentona americana de establecer un trato más horizontal entre los dictámenes del imperio y las aspiraciones libertarias de los pueblos rioplatenses.
Las deliberaciones en el Congreso de Tucumán de 1816 fueron escenario tardÃo de esas mismas tribulaciones, que por otra parte ya se habÃa manifestado en la en parte frustrada Asamblea del año XIII.
Las comunidades de la América del Sur tenÃan en sus manos el autogobierno, pero al momento de poner en juego su voluntad para elaborar una institucionalidad republicana entronizaban funestos caudillos que eran la consecuencia directa de su minusvalÃa cultural y su desbocado igualitarismo social.
Allà estaba Rosas como suprema personificación de esa deplorable anomalÃa histórica, y su abrumadora presencia ponÃa en jaque la entera raigambre del proceso emancipatorio conducido a su turno por la generación iluminista.
Pero cuidado, Rosas compartÃa invectivas con una extensa galerÃa de caudillos, palabra maldita que venÃa a designar a lÃderes de las provincias que impugnaban la supremacÃa de Buenos Aires y encolumnaban a la salvaje tropa gaucha en base a una mezcla de veneración y culto a la muerte. No es casual que Sarmiento escriba su texto más célebre atraÃdo por la figura Facundo Quiroga, expresión pulsional más genuina de un régimen bárbaro de gobierno que Rosas encabeza con igual rigor pero mayor sistematicidad de ejercicio.
La tarea de los jóvenes intelectuales de la época es justamente la de entender mejor esta perturbadora circunstancia, donde el ingrediente romántico viene a penetrar con superior agudeza lo que la razón deshistorizada de los rivadavianos habÃa subestimado. Esa barbarie era consecuencia de una singularidad que debÃa ser concienzudamente detectada, y a la hora de hacerlo Sarmiento afirma que tanto la herencia hispánica como el inmenso territorio despoblado eran las causas de una América del Sur imperdonablemente reacia al imperio de la ley y el capitalismo pujante.
Sin embargo, la historia oficial sobre nuestra independencia la edificó Bartolomé Mitre, quien luego de la batalla de Caseros se dedica a la tarea de construir una genealogÃa prestigiosa que brinde apoyatura simbólica a la Argentina supuestamente próspera que se inauguraba tras el bienvenido derrocamiento del Restaurador de las Leyes. "Historia de Belgrano y la independencia argentina" e "Historia de San MartÃn y la emancipación sudamericana" serán los clásicos textos en los cuales se instituye un procerato de perdurable influencia.
Mitre, sin embargo, establece allà una diferencia sustancial con Alberdi (como bien este le reprocha en su artÃculo póstumo "Belgrano y los historiadores"). Las revoluciones de la independencia no fueron el resultado de descalabros externos sino la coronación de una nación preexistente que hacÃa tiempo empujaba para irrumpir democráticamente en un orden ya insanablemente decrépito. Aunque por distintas razones, Mitre también considera a los caudillos un denso incordio, pero ya no solo por su rebeldÃa plebeya sino fundamentalmente porque su obcecación federal habÃa amenazado desmembrar la integridad de esa nación que tan gallardamente ocupaba ahora su lugar en la historia más virtuosa de Occidente.
El relato mitrista encuadra asà perfectamente una figura como la de Artigas, quien en su prédica confederal parece atentar contra esa supuesta homogeneidad ancestral de la nación. El gran problema sin embargo lo tiene el fundador del diario "La Nación" al intentar ubicar a la potente figura de MartÃn Miguel de Guemes. El llamado "padre de los pobres" era a todas luces una rotunda encarnación de ese talante indómito y antiporteño que tanto incomodaba a la tradición liberal, pero a su vez al firmar el Pacto de los Cerrillos con el General Rondeau permitió que al Congreso de Tucumán sesionar y cumplir la sustancial tarea que habÃa tomado a su cargo. A regañadientes y en sucesivas reediciones de sus obras originarias, Mitre hace malabarismos interpretativos para culminar concediendo que aún en la barbarie se alojan pequeñas cuotas de patriótica sensatez.
Respecto a este personaje, Guemes, ha acontecido un insólito episodio. En homenaje a su desempeño se ha suscitado un nuevo feriado nacional, que lo equipara con los ilustres apellidos de Manuel Belgrano y José de San MartÃn. Súbita irrupción de un siempre sospechoso caudillo en un estrellado de la patria por siempre intocado. Es un producto claro de los jugosos atrevimientos culturales del kirchnerismo, quien si por un lado cometió la torpeza de promover el anacrónico revisionismo del Instituto Dorrego, por el otro dejó como estimable huella simbólica la reivindicación de una mujer indÃgena (Juana Azurduy) y un populista salteño que enfrentó a los ejércitos realistas con su guerra de guerrillas.
Pero la complejidad del fenómeno no culmina allÃ, pues tal feriado se concreta en pleno gobierno de Mauricio Macri. Dubitativo entre vetar la ley y no colisionar con el peronismo amigable de Juan Manuel Urtubey, el Presidente tiene la misma incomodidad que Bartolomé Mitre. Cuando concurre a los actos correspondientes balbucea vaguedades, que hacen por cierto sistema con la mezcla de angustia y disculpas que en las recientes celebraciones del bicentenario le transmitió en vivo al ex rey de España.
Su linaje ideológico lo impulsa a despreciar cualquier tufillo populista y toda arenga que abomine de los imperios, pero el déficit de historicidad de su proyecto lo arrastra a convalidar aquello para lo que aún no cuenta con adecuada réplica. Problemas de la herencia recibida.
*Filósofo
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