desde Kuala Lumpur
Un docente malayo gana unos 2.000 ringgits, algo asà como 590 dólares, no muy lejos de lo que gana un maestro argentino, pero el educador de aquà pone más mercaderÃa en el changuito del supermercado. La malaya es una sociedad sorprendente y compleja en la que no todo el mundo disfruta del famoso crecimiento a "tasas chinas" que operó en esta región desde mediados de los 80' y hasta la actualidad. Pero es cierto que la desocupación apenas alcanza el 2 por ciento, producto en parte de actividades productivas que demandan muchÃsima mano de obra como por ejemplo la cosecha del caucho y la palma, con la que se hace aceite comestible y biodiesel. En otra proporción, también porque el grado de sindicalización malayo es casi nulo. No hay sindicatos y las leyes laborales son muy flexibles. Para algunas empresas, esto es realmente el paraÃso porque además se trata de un pueblo amable, paciente y muy trabajador, de baja conflictividad laboral. El fruto de la palma se extrae de un racimo de una palmera especial que crece en este húmedo paÃs y que lo ha llevado a ser el primer productor mundial de este producto. Aquà no hay tierras para soja, pero sà para palmeras.
Su sistema mismo de gobierno revela particularidades como la de la "monarquÃa electiva", donde un rey es seleccionado por un consejo de sultanes que van rotándose en el cargo cada cinco años. En el Ejecutivo, en el Legislativo, en una oficina cualquiera, en un supermecado, en un shopping, en McDonald, donde sea, siempre queda claro que uno de cada dos malayos es del pueblo originario, uno de cada tres es chino, y uno de cada cinco es indio. Son tres caracteres étnicos bien definidos en los rostros que cualquiera puede notar. De todos, el 60 por ciento es musulman, un 20 por ciento budista, un 10 por ciento hindú, algunos católicos (en realidad, en crecimiento y a los que califican de snobistas), y unas minorÃas siks y confucionistas.
Fuera de la moderna y occidentalizada Kuala Lumpur, en regiones más rurales se encuentran los llamados "chinos asimilados", que son más antiguos que los que vinieron después y que tienen caracterÃsticas distintas en sus costumbres. El camino que ingresa a Malaca -una población histórica y a 250 kilómetros de la capital malaya muestra en el margen izquierdo los cementerios chinos con sus semicÃrculos que representan el regreso a la matriz de la madre; y del lado derecho, las pequeñas lápidas musulmanas orientadas a La Meca.
Kuala Lumpur es la capital del paÃs pero como Brasilia en los '70, los malayos concibieron Putrajaya (conocida como Ciudad JardÃn Inteligente) en los '90: Una ciudad administrativa, sede del gobierno y los ministerios nacionales en la que trabajan unas 400 mil personas abocadas al funcionamiento del Estado.
Zul tiene 34 años y es malayo originario. Es guÃa de turismo y habla un castellano con los géneros mezclados pero muy entendible. Explica que los ingleses llegaron a Kuala Lumpur recién para 1896, que antes estuvieron en Malaca, después de portugueses y holandeses. Dice que el gobierno ha decidido poner punto final a una polÃtica educativa que estaba poniendo en peligro la permanencia del idioma malayo: Desde 2012, las escuelas no enseñarán más matemáticas y ciencias en inglés como lo hicieron de manera obligatoria en los últimos años. Y que también -a pesar de que no hay conflictos bélicos para este paÃs desde los años '60, con la batallas internas con la China comunista que comenzaron en 1948 ; repondrán la instrucción militar de tres meses con un solo objetivo: "Que los jóvenes malayos, chinos e indios se integren más", dice Zul.
A la fuerza, uno aprende cosas del mundo musulman que no sospechaba. Que no tocan a los perros (en cinco dÃas en la ciudad no pudimos ver ni un solo perro callejero, sà gatos con la cola cortada); que el grado de ocultamiento del cuerpo de la mujer musulmana depende de lo que disponga su esposo. O la burka negra completa hasta los pies que sólo deja ver los ojos, o el velo de color claro que deja cara y manos al descubierto, o el simple velo sobre el cabello, como usan muchas escolares muy chicas y jóvenes que no descubren su cabello ni aún trabajando en la caja de un McDonald's. Es muy impactante ver a esas sombras totalmente ocultas caminando detrás de hombres jóvenes, de esposos musulmanes que se visten como quieren y que ni siquiera miran a su mujer en la retaguardia. Y se ve mucho, aún en las ruidosas calles de la occidentalizada capital malaya.
Malayos, chinos e indios aprendieron a convivir. Pueden cogobernar, repartirse el poder y los negocios, sentarse juntos en las mesas de los bares malayos, chinos o indios; pero no es común que se casen entre ellos. No existe tal grado de fusión o una futura sÃntesis étnica para esta nación.
Entre la delegación de empresarios y funcionarios de la Región Centro causa impresión este nivel de consenso social y polÃtico que se advierte cotidianamente en Malasia. "FÃjese cómo gente tan distinta, con diferentes religiones, pertenecientes a etnias tan disÃmiles; no sólo pudieron convivir sino que organizaron una sociedad pujante y moderna", dijo el gobernador de Santa Fe Hermes Binner en más de una oportunidad en este viaje. Y es lo que todos piensan cuando conocen Malasia. A pesar de todo, no es un modelo asimilable a otros paÃses, no es una democracia como la que conocemos los occidentales. Es una monarquÃa constitucional con fuertes raÃces en los milenarios sultanatos, en la tradición de las castas indias, en la paciencia y disposición del incomparable pueblo chino. Es una sociedad que discute poco el orden establecido, que acata como se obedecen las sagradas escrituras. Que también puede descomprimir depositando sus angustias por fuera de la polÃtica y la sociedad, en el retraimiento religioso, en cuestiones supra humanas. Igual, ha sido de otra manera para otros paÃses con estas mismas etnias aunque no todas juntas.
Como todo pueblo emparentado con el mundo arábigo, el regateo es moneda corriente en las callecitas que albergan los puestos ambulantes. Y el corazón de ese comercio vivaz y entretenido al que el turista se presta es el barrio Chino. Aunque parezca ridÃculo en una ciudad en la que el 30 por ciento de sus habitantes son chinos, aquà también hay uno; como en todas las grandes ciudades del mundo. Por supuesto que no todos son chinos en el barrio, pero asà se lo conoce porque una de las calles laterales alberga a los puestos de comida china, con un fortÃsimo olor a pescado y langostas y cangrejos peleándose a la vista de todos en una palangana antes de ira a la olla.
También a tres estaciones desde el centro por el monocarril que atraviesa en altura una de las avenidas centrales de Kuala Lumpur, está el barrio Indio, donde predominan las sedas y telas multicolores. Con incienso quemándose permanentemente, con humo poco denso como el que despiden las narguilas que fuman con paciencia y dedicación los parroquianos en los bares más tradicionales, donde en muchos no se vende alcohol: una fuerte prohibición musulmana.
Nada puede llamar la atención en esta ciudad que no tiene un casco viejo, que a pesar de su rica historia parece comenzada a construir recién en los '80, que se levantó hacia el cielo como sÃmbolo del progreso, del petróleo, del poderÃo del Tigre Asiático. Nadie, sea de la raza o el color que sea, dejará de ser uno más en esta urbe multirracial y cosmopolita.
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