MarÃa del Carmen Sillato se emocionó más de una vez durante su extenso testimonio en la causa DÃaz Bessone. Secuestrada junto a su pareja, Alberto Gómez, en la pensión donde vivÃan, el 18 de enero de 1977, pasó más de 15 dÃas en el Servicio de Informaciones. Estaba embarazada de dos meses. En medio de una sesión de tortura, la segunda, en la que sintió la presencia de varias personas alrededor de la camilla obstétrica que utilizaban para aplicar los tormentos, se le cayó la venda que le habÃan puesto sobre los ojos y pudo ver al propio José Rubén Lofiego con la picana en la mano. La solidaridad de las compañeras de cautiverio, el nacimiento de su hijo, Gabriel, el 11 de julio de 1977, en la Asistencia Pública, adonde fue llevada apenas un rato de parir, los esfuerzos de su madre y sus hermanas para mejorar las condiciones de detención en la AlcaidÃa de policÃa fueron algunas de las referencias que convocaron sus lágrimas. También lloró al recordar su deseo de permanecer en el paÃs pese a la represión sufrida, y la decisión de emigrar a Canadá después de ser liberados, tanto ella como su pareja, el 24 de febrero de 1981 y en julio del mismo año. "Yo no querÃa irme del paÃs. Amo mi paÃs. Pero no veÃa solución, me acostaba a la noche pensando qué hacÃa con mis hijos", relató la testigo frente al Tribunal Federal Oral número 2.
Antes de comenzar, preguntó por qué habÃa tres imputados ausentes. El presidente del tribunal, Jorge Venegas Echagüe, le explicó que Ramón Genaro DÃaz Bessone, Lofiego y José Carlos Antonio Scortecchini tienen permiso para seguir las audiencias desde una sala contigua.
Sillato contó que a ella la interrogaron Nidia Folch, la Polaca, prófuga en esta causa y Ricardo Cady Chomicky, uno de los imputados. Afirmó que a él lo vio moverse libremente por el Servicio de Informaciones. También recordó que José el Pollo Baravalle instó a su compañero a colaborar. Entre las vÃctimas, mencionó a Roberto Luna, "un muchacho de la villa al que le decÃan Zapato".
Gómez les dijo a los represores que no golpearan a su compañera, porque estaba embarazada, pero las torturas llegaron igual. Ella gritaba por su hijo y en un momento les preguntó a los torturadores si no tenÃan hijos. Alguno de ellos le contestó: "Ustedes tienen animales". Después de esos primeros tormentos, la llevaron al lugar que los presos llamaban el bulevar perdiste, porque permanecer allà era pasaporte seguro a ser torturado. Cuando la dejaron a ella, comenzaron a atormentar a su compañero. "Creo que estuvo todo el dÃa. Cuando lo tiraron al lado mÃo pensé que estaba muerto", relató ayer.
Los llevaron al sector del entrepiso conocido como la Favela. Allà compartió la habitación con una chica que parecÃa una niña, AnalÃa Urquizo, que preguntaba por su hermano, Mario. Sillato supo después que a Mario lo habÃan asesinado unos dÃas antes.
Cuando estaba allà tirada, Sillato sintió que la iban a buscar, le hicieron sacar la bata que tenÃa puesta desde su secuestro y le pusieron una ropa "ridÃcula, seguramente de alguien que habÃa caÃdo antes". La subieron a un auto para ir a una cita falsa. Cuando llegaron a San MartÃn y bulevar Segui, vio cómo ante la sospecha , fusilaron a un chico. En ese momento, el propio interventor de la policÃa rosarina, AgustÃn Feced, se acercó al auto y le dijo: "Mentirosa, no colaboraste". Le dio una trompada que le quebró un diente. Otro de los represores, Jorgito, le pegó dos culatazos en el estómago. Otro represor, la Pirincha, César Peralta, le sacó la ropa, la hizo correr y le golpeó la cabeza contra la pared.
Sillato relató también que el represor conocido como el Cura (Mario Alfredo Marcote), intentó violarla. Una noche le dijeron que se preparara, que iban a ver a un juez militar. También llamaron a Marisol Pérez y AnalÃa. Sillato fue la primera en entrevistarse con el supuesto juez, en la sala de torturas, donde la interrogaba mientras la picaneaban. En esa sesión se le corrió la venda y vio al ciego. El juez militar se detenÃa en las zonas más sensibles del cuerpo. Ella saltaba del dolor, y se dislocó una rodilla.
Lloraba, le pidió a uno de los represores, DarÃo (Julio Fermoselle), que la matara, pero una de las compañeras, Marisol Pérez, la confortó. Le dijo que su hijo iba a nacer fuerte. Esa noche se despertó cuando AnalÃa y Marisol eran trasladadas, al igual que Zapato. Los tres siguen desaparecidos. El mismo DarÃo le confirmó, por gestos, que ella se salvarÃa pero sus compañeras no.
Más tarde, en la primera semana de febrero, la llevaron a la AlcaidÃa. Primero fueron trasladadas, desde el SI, las hermanas Luisa, Gladis y Teresita Marciani. Las tres estaban embarazadas. Varios testimonios relataron cómo a Luisa (Tita) la dejaron morir al negarle atención médica por su embarazo. Tita estaba confundida, habÃan secuestrado también a su hija Gladis, de 20 años, y la habÃan torturado para obligar a Tita a colaborar. Un dÃa Tita le contó que habÃa perdido el tapón mucoso, y estaba verde. Después de muchos, demasiados reclamos la llevaron a la Asistencia pública, donde un médico se negó a recibirla porque tenÃa una infección generalizada. A las pocas horas, Tita murió. Con ese temor quedaron las otras tres embarazadas. Primero nació Eduardo, el hijo de Gladys, y después Juan Marcelo, de Teresita, un bebé que lloraba mucho. El último fue Gabriel, el hijo de Sillato.
En ese punto, la enorme gratitud de Sillato hacia su madre volvió al relato. "Tengo una familia de oro, una madre y unas hermanas de oro", dijo la testigo. Cuando le dieron el alta en la Asistencia Pública, fue su madre la que insistió para que Gabriel fuera visto por un pediatra. Cuando el médico llegó a la AlcaidÃa, revisó a los cuatro niños: Cristina BettanÃn, de 6 meses, Eduardo, Juan Marcelo y Gabriel. El profesional descubrió que Juan Marcelo se estaba muriendo de raquitismo. "Nadie se habÃa dado cuenta de que la mamá no tenÃa leche. Yo lo amamanté", relató la testigo, con la voz inundada de emoción. "Son momentos de orgullo para mà que hayamos podido salvarle la vida a ese bebé", rememoró.
Si entre las compañeras primaba la solidaridad, los represores devolvÃan amenazas, cinismo y dolor. Lofiego llegó a la AlcaidÃa a interrogarla y la amenazó con llevarla nuevamente al SI, algo que no se concretó, pero le valió un susto y dos dÃas sin leche para amamantar. También en la AlcaidÃa recibió la visita de Eugenio Zitelli, capellán de la policÃa. Sillato integraba una familia profundamente religiosa, tenÃa dos tÃas monjas y un tÃo sacerdote. Cuando le contó, con horror, a Zitelli que en el otro extremo del mismo edificio torturaban y mataban gente, el sacerdote se limitó a decirle que se ocupara sólo de salvar su alma.
El traslado a la cárcel de Devoto fue humillante y violento, llevaron a unas 20 detenidas polÃticas desde Rosario, a los golpes, con la cabeza entre las piernas, esposadas. Una vez en esa cárcel, continuó un tiempo con su hijo y a los 6 meses se lo dieron a su familia. En Devoto la visitó el coronel González Roulet, a quien ella le reclamó que la liberaran, porque habÃa sido sobreseÃda por la Cámara Federal. En julio de 1980 recibió la libertad vigilada, pero debió concurrir permanentemente al SI para los controles. Recién el 24 febrero de 1981 fue liberada y pudo comenzar las visitas a su pareja en la cárcel de Coronda. Se habÃa casado por un poder, para que él pudiera ver a su hijo.
La decisión de irse del paÃs fue difÃcil, pero no encontró salida. El 16 de marzo de 1983 viajó junto a su esposo, después de largos trámites para conseguir el pasaporte. Cuando volvió la democracia intentó volver a la Argentina, pero no conseguÃa trabajo. Finalmente se quedó en Canadá, donde es profesora titular y jefa del departamento de estudios latinoamericanos de la Universidad de Waterloo, en Canadá. En ese carácter, realizó un proyecto de escritura creativa con vÃctimas del terrorismo de estado, al que respondieron 21 sobrevivientes. Una de las que participó fue Marta Bertolino. La hipótesis de Sillato es que la escritura es reparadora de experiencias traumáticas. "Los actos de tortura son los que no se pueden verbalizar. Incluso cuando uno busca del holocausto judÃo, es difÃcil ponerle palabras. Marta ha podido escribir en primera persona", dijo ayer Sillato, cuyo trabajo se plasmó en el libro Huellas, memorias de resistencia. Ayer afirmó: "Ojalá todo esto sirviera para saber qué ha pasado con los 30 mil desaparecidos. Este es nuestro aporte, porque no puede volver a pasar. Nuestro paÃs está lleno de vida", dijo casi al final, cuando los jóvenes presentes tenÃan los ojos llenos de lágrima, y el aplauso estalló como un torrente de reconocimiento y afecto.
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