Faltan horas para el año nuevo, y para los familiares de los chicos asesinados en villa Moreno, no es una fecha grata. Es viernes a la tarde, y el barrio está apagado. En el descampado rodeado de casas grises y color ladrillo, de Presidente Quintana entre Italia y Dorrego, un mural con el rostro de Jere, Patom y el Mono le pone color a ese rincón sin sombra de la barriada, a pasos de la canchita del club Oroño donde los tres militantes sociales compartieron la última cerveza. Frente al mural, los miembros del movimiento 26 de Junio-Frente Popular DarÃo Santillán se despiden después de la reunión en la sede. Cerca, una pareja joven con niños toma mate y escucha cumbia en la vereda, pero la música apenas puede oÃrse del otro lado del descampado cercado por dos arcos de fútbol oxidados. El contexto advierte que esta noche no será fácil para los padres de las vÃctimas. "Si la muerte de nuestros hijos sirve para generar cambios estructurales, en materia de justicia y seguridad, esa será una de las perlitas de esta corona", dijo Eduardo Trasante, papá de JeremÃas, 17 años.
Adentro del monoambiente que funciona como sede del movimiento, conviven una cocina con mesada, donde hay grandes fuentes para horno y cacerolas; varias sillas de caño, una mesa con materiales de librerÃa, cajas apiladas con afiches, un cartel con la foto de los chicos que salió a la calle en cada una de las marchas de este 2012 para pedir justicia: y un gran ventilador que alivia la jornada. "Los chicos estuvieron juntos toda la tarde del 31, preparando la salida de la noche", relató Lita Gómez, la mamá de Claudio "el Mono" Suárez, 19 años. Sentados uno al lado del otro, los papás de los chicos se esfuerzan por contener el llanto, y enseguida contagian a los jóvenes militantes que los acompañan. Sollozando y con palabras pausadas, hablaron de sus hijos con Rosario/12. De lo que vivieron todo este año y de la transformación del barrio desde el triple crimen.
"Fue un año difÃcil y doloroso: de duelo, de marchas, de amenazas, balazos y miedos". Aquel año nuevo no se borra de la mente de Lita, que recuerda cada movimiento de su hijo durante el dÃa previo. "A la mañana vino a casa y me dijo `gorda, vamos a hacer los mandados asà a la noche descansas, para que mañana nos vayamos todos a la Florida'. Asà que fuimos a hacer los mandados y me cocinó unas milanesas riquÃsimas, las más ricas que comà en mi vida. Después de comer me pidió el teléfono para mandarle un mensaje a Jere; al rato estaban los dos en mi casa con mi otro hijo. Se reÃan con mis sobrinos, porque al chiquito le dieron un control de videojuegos que no funcionaba, pero le hacÃan creer que sÃ. A la noche me ayudó a poner la mesa en el patio y se sentó al lado del equipo de música y bailaba con mi sobrino. El lo amaba a ese nene y me dijo que su sueño de este año era tener un hijo, pero que no se querÃa casar; querÃa tener un hijo y criarlo él. También deseaba viajar con los chicos del movimiento, y yo le decÃa que para qué si él no sabÃa ni hablar en las asambleas. No era como Patom, que parecÃa un hombre grande hablando de polÃtica", recordó.
Patóm, de 21 años, era como de la familia en la casa de Lita, donde iba todos los dÃas. Su casa queda a una vivienda de distancia, sobre la misma vereda. Esa tarde de 31 de diciembre de 2011, la pasó con "Mono". "Se criaron juntos", señaló Lita.
La fecha del aniversario de la masacre en la canchita se acerca y genera angustia. "No sé cómo va a ser este año nuevo. Lo único que sé es que no me voy a quedar acá. Voy a ir otro lado. Tengo a mi hijo más chico y no quiero que me pase lo mismo que me pasó con el Mono", dijo Lita en un esfuerzo para que le salieran las últimas tres palabras.
Eduardo tampoco borra de su mente cómo fue ese dÃa para Jere. "Los preparativos eran para estar con los amigos, para ir a la casa de las chicas a festejar a la madrugada. JeremÃas era un tipo que pasaba mucho tiempo frente al espejo. Era muy alegre, se reÃa de todo, para él no habÃa problemas. Era el más gracioso de la casa", contó.
"Fue un fin de año muy particular", empezó a decir el pastor, y tuvo que hacer una pausa larga, mirando el techo. Recordó que en la mesa de su casa acostumbran a agradecer por los alimentos. "Esa noche fue Jere quien agradeció, que no lo hacÃa casi nunca", dijo. "Tras la cena, brindamos y me fui a dormir pasada la una de la mañana. A las cuatro y dos minutos me despertó mi hija más grande para contarme lo que habÃa pasado. Fue una situación muy dura", dijo Eduardo, como si hiciera falta la aclaración.
Lita todavÃa estaba despierta, en el patio de su casa, con la música fuerte. Un conocido fue hasta su casa para avisar lo que habÃa pasado. Pero nadie se animó a revelárselo a la madre. "Corrà atrás de ellos. Cuando llegué, Mono estaba en el piso. Salté el alambrado, no recuerdo cómo, y él me dijo que tenÃa frÃo. El hermano se sacó la remera y le decÃa 'aguantá gordo', pero él repetÃa que le dolÃa. Buscaron el auto y lo subimos. Ahà nos avisó que del otro lado del banco Patom y JeremÃas estaban heridos. Mientras Ãbamos al hospital, me di cuenta que él estaba solo en la parte de atrás del auto, y yo le pedÃa que no se muera. Cuando llegamos le abrà la puerta y él me pidió que lo ayudara a respirar. Pero no pude", se lamenta Lita, sobre lo que ya era probablemente inevitable.
Eran casi las 4 de la mañana del 1º de enero cuando los chicos se encontraron en la cancha para ir a una fiesta, pero la lluvia de balas llegó antes de la partida. Los tomó por sorpresa. Fue consecuencia de una venganza equivocada, que los presuntos autores querÃan cobrarse con quienes balearon minutos antes a Maximiliano RodrÃguez, hijo del principal acusado. Tras la fuga de los sicarios, la vida de los pibes se apagó.
Pese a las dificultades para levantarse y continuar cada mañana, los padres de los pibes reconocen que no estuvieron solos. "Los chicos del movimiento no se despegaron de nosotros. Siempre que nos pasa algo recurrimos a ellos, ya no llamamos a la policÃa. Me siento más segura de hablar con ellos, que de ir a hacer una denuncia. A mi hijo de 16 años le digo siempre que si le pasa algo, se meta adentro de una casa, trate de llamarnos a nosotros, pero que no se acerque a la policÃa", dice Lita aferrada a una mochila en su pecho.
También se refirieron a la libertad de Maximiliano RodrÃguez, alias Quemadito, que este diario publicó en la edición del sábado pasado. "Lo esperábamos", reconoció Lita, pero aseguró que apenas se enteró, el viernes al mediodÃa sintió "mucho miedo" por sus otros hijos. Eduardo reflexionó sobre el cambio en la carátula, por el caso de Facundo Osuna en la balacera que desencadenó el triple crimen: "Las expectativas que uno tiene generan inquietudes, porque asà como hubo una modificación en la imputación del ataque a muerte hacia Facundo, puede darse también en nuestro caso, puede cambiar la carátula. Corremos el mismo riesgo", dijo Trasante, quien reconoció que "el juez (Juan Andrés Donnola) y la fiscal (Nora Marull) trabajaron mucho en la causa para que los acusados -Sergio "el Quemado" RodrÃguez, Brian Sprio, Daniel Delgado, Brian Romero y Mauricio Palavecino- estén donde están".
En este año "el barrio cambió mucho": ya no hay música fuerte, los chicos no juegan en la calle, ni hay baile en las veredas. "Hay miedo", señalaron. Para este viernes 4, el movimiento prepara una marcha desde las 10, que partirá de Tribunales a la sede de Gobierno; mientras que a las 20, habrá un acto en la canchita para homenajear a los pibes.
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