- Era grande como una casa -dijo el tipo entre los huecos que dejaban los dientes faltantes-. Algo nunca visto.
No querÃa ser descortés en mi primera visita y suponÃa que escucharlo era parte del ritual. Ana estaba en la playa y yo habÃa decidido pasar un rato en el bar del morro, gozando de la brisa y la vista sin quemarme en exceso. Delante nuestro habÃa una mesa enclenque, y más allá y abajo la playa y el mar. La luz era intensa, y me habÃa dejado los lentes puestos. Bebà un trago de lo que me habÃan servido. Lo único reconocible era la rodaja de limón y el hielo. El tipo habÃa pronunciado el nombre incomprensible de la bebida y el dueño del bar se habÃa marchado a prepararla. Cuando la trajo probé con desconfianza. TenÃa una débil semejanza con el ron, aunque no era. Quizás llevaba ron, pero allà también habÃa otras cosas.
- Un cetáceo -dije, mirando el mar.
Me dio cierto orgullo de hombre de mundo utilizar una palabra que suponÃa difÃcil para el tipo.
- ¿Un qué? -preguntó.
- Un cetáceo, una ballena.
- Ah -se calmó-. No, para nada. Ese bicho era otra cosa. Más grande, además.
- ¿Más grande que una ballena?
- Enorme -afirmó.
Quizás se vengaba por lo del cetáceo. La vida allà debÃa ser aburrida y de alguna manera tenÃan que divertirse. No podÃan perder la oportunidad del verano, cuando el pueblo se llenaba de turistas. Más allá de las redes y las embarcaciones el mundo era algo brumoso del que no podÃan esperar nada más que los bañistas en vacaciones. Mientras tanto se dedicarÃan a prolongar las sobremesas y acortar las tardes de lluvia contando historias.
- No me diga -murmuré.
- Usted no me cree -dijo-, pero era un bicho grande de verdad.
- ¿Y cuándo fue eso?
- ¿En qué época dice usted?
AsentÃ.
- Hace mucho, cuando la bajante.
- ¿La bajante?
- Cuando el mar se fue para adentro. Quedó una playa enorme, pura arena y piedra nomás. Tuvimos muchos problemas porque tenÃamos que ir hasta la costa para pescar. El agua estaba cada vez más lejos, ¿se hace idea? Al final nos tuvimos que mudar hasta la orilla. Pero lo mismo, cada tanto habÃa que levantar el campamento y volver al agua, que ya estaba más lejos de nuevo.
A medida que avanzaba se iba distanciando de la realidad para adentrarse en un mundo que seguramente inventaba para cada cliente. Convine en que no era mala idea. Más de un turista se quedarÃa un par de tragos más para terminar de escuchar. Me pregunté qué ganarÃa el tipo con eso. ¿Comida? ¿Bebida?
- No me diga -repetÃ, socarrón, mirando el mar.
- De verdad.
InsistÃa en contarme una historia que no me interesaba, y se lo dije.
- Disculpe -se retractó.
- Nada personal, ¿entiende? -tampoco querÃa ser grosero.
- Le contaba por su trabajo nomás.
- ¿Mi trabajo? -me extrañé.
- ¿Usted es escritor, no?
Lo habÃa dicho como si se tratara de enterrador o algo asÃ. Una mezcla de respeto y fabulación, distancia y misterio que me causaron gracia, pero que también me embriagaron suavemente; no estaba acostumbrado a que me lo preguntaran.
- ¿Cómo supo?
- Por su señora. Ella tiene un libro con su nombre, y además usted puso eso en el registro del hotel.
El libro y Ana, Ana y el libro. Una vez más se habÃa encargado de hacer saber que era escritor. Y por las dudas mostraba el libro. Era gratificante, cómo negarlo. Al fin de cuentas el tipo tenÃa razón: yo también habÃa dado esa profesión cuando firmé el registro.
- Claro -dije tratando de que la satisfacción no se notara-. Muy amable.
El tipo me miró a la defensiva, achicando los ojos.
- Primero pensé que me estaba cargando -expliqué-. Pero ahora veo que querÃa darme una historia. Le agradezco.
Me levanté para bajar a la playa. QuerÃa nadar un poco antes de almorzar. El tipo me preguntó si querÃa conocer el resto de la historia.
- Después si quiere la escribe -terminó con una mueca.
Hice un gesto vago con la mano:
- A lo mejor.
- Venga mañana, entonces, y la sigo. Es buena.
AsentÃ, más anhelando salir del local que por verdadero interés. Afuera el sol era un disco blanco. La sola idea de que debÃa arriesgarme bajo esa luz me apabulló. Estuve a punto de regresar, pero ya tenÃa bastante cháchara por el dÃa.
(Del libro homónimo de Carlos O. Antognazzi; Ediciones Lux, Santa Fe, 2002. Premio Provincial Alcides Greca 2007, categorÃa libro de cuentos editado).
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