¿El cuerpo es algo enteramente natural? Nacemos con un cuerpo que se nos aparece como algo enteramente dado. Sin embargo, la ciencia moderna hace un buen rato que pone en cuestión esta noción abstracta: el cuerpo no es un ente ideal, lo precede una memoria, cada cuerpo también depende de sus condiciones de producción y de existencia. Ya el antropólogo Marcel Mauss habÃa mostrado, en su célebre artÃculo de 1938, que la concepción de la persona era evidente y era natural, pero sólo en apariencia. Al ser constituida por las fuerzas que ejerce la sociedad y estar estrechamente vinculada con la organización social, la categorÃa de persona era moral y jurÃdica, y por lo tanto variable según el contexto socio-cultural.
Es asà que antropólogos contemporáneos, como Tim Ingol, utilizan la categorÃa de embodiment, que podrÃamos traducir como "corporalización", para decir que los cuerpos deben considerarse insertos en una serie de referencias culturales y en un determinado tiempo y espacio. Es la misma solución que, hace varias décadas encontraron las teóricas feministas americanas cuando, contestando el supuesto carácter de naturalidad absoluta de la distinción sexual, acuñaron el término "género". AsÃ, mientras el sexo constituirÃa el factor biológico de distinción entre macho y hembra, el género vendrÃa a ser la manifestación cultural de la diferencia entre hombres y mujeres. La noción de "género" dejaba sentado que "la biologÃa no es destino" y que las relaciones entre hombres y mujeres podÃan perfectamente ser transformadas.
Pero, ¿es algo natural la propia diferencia sexual entre macho y hembra? Es decir, ¿el sexo no es también cultural? Según Tim Ingol no es natural distinguir un hombre de una mujer, sino que aprendemos a hacerlo porque estamos entrenados para "naturalizar" es decir, la existencia de hombres y mujeres como dos inconmensurabilidades. Un entrenamiento que no es consciente. A punto tal que desentrañar cómo llegamos a ver las cosas de esta manera se torna una tarea imposible.
Si la distinción entre varón y mujer es un "entrenamiento", es decir rutinas y comportamientos que repetimos en nuestras vidas, pero del cual ya perdimos conciencia, entonces el sexo tiene una historia. Y si tiene historia, no es tan natural ni tan cromosómico sino que es también un hecho cultural.
Como bien señala Thomas Laqueur, hasta bien entrado el siglo XVIII, imperó en Occidente el modelo corporal de Galeno que suponÃa la existencia de "un solo cuerpo" bajo dos modalidades diferentes: masculina y femenina. El cuerpo femenino no serÃa más que una etapa evolutiva hacia la perfección masculina. Avanzando en el tiempo, estas variables culturales determinan que en el siglo XIX, las diferencias (más capaz para esto, menos capaz para aquello) ya están inscriptas en los cuerpos. Las mujeres, por ejemplo privadas de racionalidad a partir de su particular naturaleza endócrina determinada por la maternidad, no contarán con derechos polÃticos y tendrán una vida civil tuteladas por maridos o padres o hermanos.
La diferencia sexual es siempre una relación de jerarquÃas no una simple y natural diferencia que existe desde todos los tiempos, por no hablar de las cientos de culturas en que tal distinción no tiene sentido o se articula de formas muy diferentes a la occidental.
Esta naturalización no es inocente. El concepto de "diferencia de sexos" constituye ontológicamente a las mujeres en otros diferentes. Los hombres, por su parte, no son diferentes. "Hombre" y "mujer" son conceptos de oposición, conceptos polÃticos no biológicos. Para Wittig (1992) "hombres y mujeres, son creaciones polÃticas concebidas para dar un mandato biológico a dispositivos sociales en los que un grupo de seres humanos oprime a otro. Las relaciones interpersonales son siempre construidas y, por lo tanto, la pregunta que debemos realizarnos, no es qué relaciones son más naturales que otras sino a qué intereses sirve cada construcción.
Los espectaculares "avances" en el campo de la biotecnologÃa, tal vez puedan darnos algunas señales en esta discusión. La biotecnologÃa, señala Verena Stolke, en tanto que una expresión de la creatividad humana, se aplica a transformar lo que supuestamente está inscripto en la naturaleza. Todo lo que parecÃa ser natural comienza a ser desmontado. Especialmente el vÃnculo reproductivo. Lo que parecÃan ser limitaciones de la naturaleza, comienzan a mostrarse como limitaciones meramente culturales. Caen las figuras de la maternidad y la paternidad y de la masculinidad y la femineidad ligadas al vÃnculo reproductivo. Ya no importan quiénes son madres o padres, ni qué sexo tenga cada uno o la correspondencia entre género y función: ¿acaso no podemos pensar en hombres madres, por ejemplo? Incluso tales funciones podrÃan carecer de sentido en pos de una noción de "cuidado" en el sostenimiento de alguien que viene a la vida. ¿Acaso la existencia de padre y madre garantiza ese cuidado? ¿Cuántos ejemplos de ello nos muestran que no lo es?
Un futuro más justo y libre seguramente vendrá cuando se imponga la función cuidadora y amorosa de la especie, sin importar de qué personas hablamos cuando de familia se trata.
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