Cuando llegamos al Asentamiento Fernesh, en la ciudad natal del Potro Rodrigo, ya se sentÃa olor a chongo cuartetero a la legua. La Susy Shock habÃa llegado en colectivo tempranÃsimo y estaba instalada en uno de los cuartos de esta casa devenida en Centro Cultural autogestivo. Noe y Emma, los culpables de esta toma artÃstica, nos esperaban con mate al resto de la troupe que viajó en auto: Marlene Wayar, Sol Penelas, Sentime Dominga y yo, coladx, metida de prepo entre bombos legüeros, cajas chayeras y boas de plumas.
El Asentamiento Fernesh —bautizado asà por la bebida que alegra las almas en esta provincia— pronto empezó a llenarse de gente. Las luces estaban listas y lxs chicxs todo oÃdos esperaban escuchar la prosa y el verso de Susy, que cantó coplas y abrió el debate sobre el aporte de lxs artistas a la causa y de cómo apoyarlxs; Sol Penelas revisitó algunas canciones de Violeta Parra y Sentime Dominga arengó a las masas con un bombo santiagueño, ese que rebota en los cerros. Malena Rivero, la trava dueña de El baúl de la Maluca, acompañó con su dulce acordeón los poemas trans pirados.
La cerveza helada y el ritmo calentón del cuarteto nos hicieron salir al patio, donde también ardÃan las brasas cannábicas. Mauro Cabral recibió felicitaciones adelantadas por su cumpleaños, el fotógrafo y escritor Gastón Malgieri registró toda la velada, el inquieto Juan hizo de las suyas, mientras Marlene se escapaba de incógnito en medio del jolgorio. Y qué sé yo, me quedé como heladx con tanto verso y tanto fernet. Unx que viene de tórridos Orientes y de pronto se encuentra con que la vida en el sur del sur sigue tan generosa como siempre. Y no fue heladx de frÃo, no, sino de ganas de hacerme como si estuviera muertitx, una técnica que ya me ha dado resultados en otras oportunidades en que no puedo decidir quién quiero que me toque y a quién quiero tocar. Laisse faire, laisse passer decÃa un economista y su mandato me rendà porque el tiempo corrÃa y a la madrugada iba a tener que volver a viajar de vuelta a las pampas porteñas. Y con tanto viaje se imaginan la necesidad que tenÃa de que me dibujaran otra vez la raya que divide mis partes. De eso se ocuparon, lo juro y lo perjuro, sin conciencia de quién era el lápiz ni tampoco si era un lápiz u otra cosa, pero a cierta altura unx no se anda fijando en los instrumentos sino en cómo se comportan. Y puedo decir que bien. No sé en qué putÃsimo satélite se habrá quedado colgada la Marlene, sé que yo al satélite me lo tuve que sacar de la boca porque con todo eso dentro no me aceptaban en el auto en que me habÃa colado de ida y necesitaba colarme de vuelta. Asà que me tiré en el asiento de atrás, sin más remedio que un té de peperina y la promesa de volver, porque allá, en la Docta, se dan clases de cualquier cosa.
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