ÂżPor quĂ© pienso que la fotĂłgrafa Agustina Guimaraes es una mujer trans? ÂżPorque lo sĂ©? ÂżO porque hay algo en las imágenes de su muestra Furia travesti que da cuenta de un entre nos entre quien fotografĂa y quien posa? ÂżY eso se trasluce en sus fotografĂas? Si bien al preguntar por la identidad genĂ©rica del autor luego de proponer en forma anĂłnima textos, cuadros, fotografĂas y obras de arte en general, la respuesta sĂłlo puede orientar sobre la
ideologĂa que el interrogado tiene acerca de los gĂ©neros, se me da la gana de decir que se nota que Agustina Guimaraes es trans debido a sus fotografĂas y porque tambiĂ©n lo sĂ© (ÂżcĂłmo podrĂa ser otra manera?: la crĂtica siempre ha usado saberes exteriores a la obra fingiendo que los sacaba de la obra misma). Pero no estoy yendo para el lado de un esencialismo que me llevarĂa a afirmar que hay una mirada trans y una manera trans de ponerse ante una cámara. Lo que Agustina Guimaraes hace es sacar fotos de acuerdo a una decisiĂłn Ă©tica, por un lado fotografiar travestis en el modo retrato, gĂ©nero siglo XlX para el burguĂ©s iniciado en la sociabilidad de elite y que posa en estudio, si puede apoyado en columna etrusca, para la debutante que se exhibe con el vestido de los quince en la modesta vidriera del pueblo y como oferta para el mercado del casamiento, del artista que hace caras para sugerir sus matices actorales en castings azarosos; por el otro fotografiar travestis sin que lo fotografiado sea sĂłlo la travestidad que se verá por añadidura: luego de comer un asado chichoneando sobre una mesa entre migas y vasos vacĂos, “tejiendo” en la antesala de una conferencia para desasnar cis, con niños barulleros, en el campo...
La polĂtica del retrato para fotografiar travestis significa rescatarlas del anonimato con que las registra habitualmente la prensa gráfica, que suele escoger, indiferente a todo estilo personal, entre aquellas con mayores suplementos mamarios y titanismo vĂa plataformas-zancos y stilettos, para, en cambio, mostrarlas a travĂ©s del rostro, sede somática de la espiritualidad.
El retrato identifica, muestra –quien pone la cara se arriesga, sobre todo si te lo toman en el departamento de PolicĂa–. Pero los retratos de Agustina Guimaraes son lo contrario del retrato policial que pretende escrachar a las travestis en un supuesto retrato del natural totalmente imaginario.
Al retratar modelos hasta ahora destinados a no formar familia y fuera de los espacios ortodoxos del salĂłn-biblioteca y el living comedor donde las familias posan su normalidad sobreactuada y los asientos disminuyen de tamaño de acuerdo a las jerarquĂas –del sillĂłn patriarcal para abajo–, es decir en el salĂłn trajeado para los ritos umbanda, las piecitas sencillas del cumpleaños gasolero, las calles embiyutadas de la marcha del orgullo, desprivatiza el retrato.
La muestra Furia travesti se propone en el interior de una genealogĂa: en un marco lateral hay fotos amateurs, ya un poco gastadas, documentos entrañables de una Lohana más linda que Isabel Adjani, de las que ya no están pero marcharon primero, de los abrazos a lo bestia luego de la batalla con los vecinos de Palermo.
En los retratos de Agustina la vejez no se disimula con afeites, como si una Ă©tica personal restringiera la cirugĂa a las mutaciones de gĂ©nero pero las arrugas y los surcos en torno a los ojos y la boca delineados muy por fuera de su lĂmite anatĂłmico y sobreimpresos de brillos de oro o plata, lejos de evidenciar la decadencia y el paso del tiempo, configuran una brava máscara de guerra.
Y es de una soberanĂa aplastante la imagen de su modelo fetiche vestida de fiesta ante una pileta y que aĂşn conserva un pectoral de brillantes medallitas, pulseras y brazaletes en los frágiles brazos, mientras lava un trapo sucio al que le clava unas filosas uñas dark con aire de estar abriendo el estuche del diamante Krup.
Y cuando Agustina Guimaraes hace registros Ăntimos de sus compañeras, las expresiones se multiplican, se endulzan, inventan por sobre lo esperado, como si la sutileza de su cámara pudiera captar para siempre lo que ellas ocultan frente a la heterocámara, ante la que siempre suelen ejercer una polĂtica de la pose exagerando hasta el terrorismo la monumentalidad emplumada, intimidando mediante una mueca casi bĂ©lica de deseo canĂbal, avanzando hacia el primer plano con un cuerpo que amenaza con no dejar un vidrio sano.
Agustina hace pedazos la diferencia entre el retrato pictĂłrico y el fotográfico. Lo que fotografĂa es un cuadro con el soporte de una cabeza humana en donde los ojos son el centro de un mandala de colores vertiginosos y las pestañas adquieren el status de rayos, los contornos del rostro se rediseñan en una armonĂa de luces y sombras de arco iris y las pelucas son torres, castillos. Es decir desliza una premisa glltbi: ¡que no haya original!
La muestra se puede visitar de lunes a viernes de 12 a 20 en el Centro Cultural Tierra Violeta, TacuarĂ 538.
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