De todos los paisajes de Africa, de todas sus vueltas y contradicciones, ninguno se compara a Etiop铆a. No es una tierra para ver animales, sentir pulsos tel煤ricos o seguir tambores. Es una naci贸n cansada de vieja, de monasterios y manuscritos, una civilizaci贸n tan centrada en s铆 misma que ni siquiera usa el mismo calendario que el resto del mundo. Descubrir Etiop铆a es como estar entre los primeros turistas a Egipto, los que hace un par de siglos descubrieron otro mundo.
Como sus vecinos al norte, los et铆opes existen hace milenios. Los griegos los mencionaban con sus puertos en el Mar Rojo, en lo que hoy es Eritrea, bastante antes de Cristo, les compraban commodities 鈥揷ueros, cuernos, telas, piedras preciosas鈥 y les pagaban en oro acu帽ado. Los lenguaraces interpretaban usando una mezcla de 谩rabe arcaico y guiz, la lengua local que sigue us谩ndose en las iglesias, como un lat铆n de coptos. Alg煤n audaz hasta reportaba su viaje al planalto, a las ciudades de Yeha y Axum, pobladas de tumbas reales y obeliscos alt铆simos.
En ese Cuerno de Africa que recib铆a flotas de la India y acu帽aba moneda propia para dar cambio a los dracmas, hab铆a una civilizaci贸n compleja y 鈥揳ccidentes del comercio鈥 muy influida por el juda铆smo de la 茅poca. Etiop铆a, para el cambio de Era, ten铆a una inmensa poblaci贸n convertida al culto a Yahv茅 鈥搇os falashas que hoy viven en Israel son sus descendientes鈥 y un tr谩nsito de palabras y textos que fue la levadura de mitos fundacionales. Para cuando lleg贸 la novedad del cristianismo, el pa铆s estaba listo: los et铆opes fueron el segundo pueblo en el mundo en convertirse como naci贸n.
Lo que simplemente reforz贸 la conexi贸n con el Viejo Testamento. El cristianismo et铆ope es de los que remarcan una y otra vez la conexi贸n con el juda铆smo, con iglesias pobladas de estrellas de David y la costumbre de guardar en el lugar m谩s santo del templo 鈥損rohibido para los laicos鈥 una r茅plica de las Tablas de la Ley, el tabot. Tambi茅n explica que el emblema nacional sea el Le贸n de Jud谩 y que el origen m铆tico del pa铆s sea el amor entre Makeda, reina de Saba, y el prodigioso rey Salom贸n. El hijo de ambos, Menelik, es el primer negus negast, rey de reyes, y es quien rehace el pacto con la divinidad para que Etiop铆a sea el nuevo Israel. Como prenda del pacto, Dios autoriza que el joven rey robe las Tablas de la Ley del templo en Jerusal茅n. Seg煤n opini贸n un谩nime, las tablas siguen en el pa铆s, custodiadas por un cura consagrado en la capilla imperial de Axum, justo al lado de la catedral de Santa Mar铆a de Si贸n.
La capital Con semejante vuelo m铆tico, el viaje va a comenzar con un contraste llamado Addis Abeba, que a primera vista aparece como otra de tantas capitales medio atorrantas de Africa. Rota, sin veredas, de un tr谩nsito abiertamente peligroso y con una mezcla rara de casillas de chapa, rascacielos mal construidos y cuadras enteras de racionalismo italiano, la capital tiene varios puntos a favor que hay que descubrirle.
Para empezar, sus lugares hist贸ricos. Addis Abeba quiere decir La Nueva Flor y es una ciudad joven, que apenas festej贸 su primer siglo. Su existencia se debe al 煤ltimo per铆odo de expansi贸n del Imperio, cuando Menelik II conquist贸 el sur pagano y musulm谩n, bajando del altiplano cristiano que es el n煤cleo hist贸rico del pa铆s. La leyenda es que a la emperatriz Tatui le encant贸 el clima del lugar, m谩s h煤medo y menos pedregoso que el norte, y pidi贸 afincarse. Tatui hizo otro aporte trascendente cuando se enamor贸 de ese 谩rbol exc茅ntrico, el eucaliptus, y mand贸 plantarlo. Si Etiop铆a tiene le帽a, sombra y madera hoy en d铆a es por los millones de eucaliptus sembrados de borde a borde en su geograf铆a.
La ciudad actual, la 煤nica que merece ese nombre en Etiop铆a, sigue marcada por el trazado original de Menelik y Tatui. El eje principal es la avenida Churchill, que corre de la estaci贸n de trenes 鈥搇a estaci贸n, porque no hay otra鈥 cerro arriba hasta el barrio de Piazza. Frente a la terminal de la l铆nea a Djibouti hay un monumento notable, la estatua del Triunfante Le贸n de Jud谩, s铆mbolo nacional. La pieza monumental de bronce recuerda un hecho marcante, que Etiop铆a nunca fue colonia y fue la 煤nica naci贸n que rechaz贸, armas en mano y en una batalla definitoria, el intento italiano de colonizarla.
Los italianos, sin embargo, volvieron de la mano de Mussolini, que invirti贸 200.000 hombres, decenas de tanques, una fuerza a茅rea y lo que quedaba de gas mostaza de la Primera Guerra Mundial en conquistar Etiop铆a y lavar la humillaci贸n sufrida. Fue una masacre y dur贸 lo que un suspiro: el joven Haile Selassie I se exili贸 en Londres en 1936, para volver al frente de un vasto ej茅rcito con un diminuto apoyo brit谩nico en 1940, oficialmente aliado en la Segunda Guerra Mundial.
El asombro es lo que alcanzaron a construir los italianos en esos cinco a帽os. Por todo el pa铆s, Eritrea incluida, se ven las 鈥渂et italiani鈥, edificaciones de todo tipo levantadas en el estilo modernista que les encantaba a los camisas negras, y no hay pueblo de importancia que no tenga un barrio llamado Piazza. El de Addis Abeba es una encantadora mezcla de casas de principio de siglo, antes nobles y hoy convertidas en oficinas, con monoblocks a la Bauhaus, cachuzos pero elegantes, con calles animad铆simas de vendedores y tr谩nsito.
En la capital hay que aprender algunas cosas et铆opes. Primero, que no es un pa铆s peligroso, aunque el primer vistazo pone nervioso. Lo que parece una villa es un barrio, tal vez un s铆ntoma de que se est谩 en uno de los lugares m谩s pobres del planeta pero no que se est谩 en riesgo. Segundo, que los et铆opes son extraordinariamente sociables y hacen cosas como saludar al faranji visitante. Hay d铆as en que cada diez metros hay que contestar un hello! y darle la mano a alguien muy sonriente que quiere simplemente practicar su ingl茅s. No hay que ponerse nervioso y es de cortes铆a ser pacientes hasta con los insistentes vendedores ambulantes que piensan que el turista puede interesarse en ganar la loter铆a, comprar DVD truchos o un mapa mural de Africa. Es una oportunidad para entender la gran pasi贸n nacional, la de regatear, actividad en que los et铆opes no tienen nada que envidiarle al 谩rabe m谩s pintado. El precio faranji arranca por las nubes y nadie se incomoda si la primera oferta es un d茅cimo del primer n煤mero.
Etiop铆a es, en rigor, un excelente lugar para aprender este arte, porque el devaluado birr hace que los precios sean muy bajos. A trece por d贸lar, un caf茅 bien servido 鈥搚 los italianos sembraron esta tierra de m谩quinas espresso鈥 termina costando un par de pesos, mientras una comida excelente sale por cinco d贸lares por cabeza, cerveza incluida.
Addis Abeba guarda dos tesoros imperdibles. Uno es la sede la Universidad, en el viejo gibi, el palacio imperial que Haile Selassie don贸 en los sesenta. Vale la pena acercarse para ver la entrada y los jardines, pero el edificio principal guarda una biblioteca notable, una galer铆a de la vida cotidiana muy inteligente y la mejor colecci贸n de arte tradicional et铆ope del pa铆s. Como para terminar de romper estereotipos, la colecci贸n deslumbra con iconos, pintura religiosa y esa especialidad local, las cruces procesionales de fundici贸n en n铆quel y bronce. El museo incluye algunas de gran antig眉edad y belleza.
En el mismo edificio se aloja una colecci贸n muy amplia de instrumentos musicales 鈥搎ue incluyen los tambores imperiales con que Menelik II convoc贸 a los nobles para rechazar la invasi贸n italiana de 1896鈥 y se conservan los aposentos reales de Haile Selassie y su emperatriz, Menen.
La ruta de la historia El norte del pa铆s es una enorme meseta monta帽osa, fresca y f茅rtil en temporada de lluvias, donde se origin贸 y se conserva la cultura nacional. Cuatro destinos permiten volver con una idea matizada de qu茅 es Etiop铆a y con el asombro de ver que uno de los pa铆ses m谩s pobres del planeta puede sostener una cultura propia.
Quien quiera comenzar por el principio debe dirigirse al norte extremo. Cerca de la frontera eritrea se alza Axum, ciudad sagrada desde hace dos milenios y un campo arqueol贸gico que necesita d茅cadas de trabajo. El 铆nfimo porcentaje ya excavado incluye tumbas imperiales con casi dos mil a帽os de antig眉edad, d贸lmenes de tres mil y los dos espectaculares obeliscos tallados, precristianos y tan potentes en su dise帽o que hasta tienen un modelo de arco, en el remate, todav铆a llamado axumita. Por debajo de los obeliscos hay una peque帽a ciudad subterr谩nea de tumbas reales.
Pero Axum tiene adem谩s chapa de sagrada con los cristianos. Su centro real es la iglesia de Santa Mar铆a de Si贸n, due帽a de alguna de las pinturas religiosas m谩s bonitas del pa铆s, todav铆a en uso pese a que al lado se alza la muy masiva Iglesia Nueva, un pastiche arquitect贸nico. Entre ambas iglesias se levanta, modesta, una capilla rodeada de una reja. Es dogma del cristianismo et铆ope que all铆 se guardan las Tablas de la Ley de Mois茅s, robadas del Templo de Salom贸n por orden superior y llevadas a la Nueva Jerusal茅n por v铆as milagrosas. La entrada est谩 estrictamente prohibida y es leyenda que el padre custodio anda armado.
La siguiente parada es la villa de Lalibela, en las monta帽as del este, donde est谩n las incre铆bles iglesias monol铆ticas. Lo de incre铆bles es literal, porque este sitio de la Unesco consiste en una veta de lava rojiza de un par de kil贸metros de largo donde hace seis siglos se tallaron trece templos. Al llegar se ven edificios, al acercarse se percibe que son en realidad colosales esculturas, labradas por fuera y ahuecadas por dentro. Recorrerlas es un asombro: cielorrasos tallados, columnas, capiteles, arquer铆as, muros, todo es de una pieza de roca.
El conjunto es adem谩s una apropiaci贸n simb贸lica audaz. Seg煤n las cr贸nicas, el rey Lalibela hizo un peregrinaje a los Santos Lugares, en manos de los turcos, pasando mil peligros y penurias. Al volver, decidi贸 crear su propia versi贸n en suelo et铆ope, con lo que el pueblo que ahora lleva su nombre tiene un G贸lgota y un Gethseman铆, un Jord谩n y un Monte de los Olivos, un camino al cielo 鈥揹if铆cil y peligroso鈥 y hasta un Averno, un t煤nel oscur铆simo y angustiante que finalmente se abre ante la Iglesia de la Redenci贸n.
La tercera escala obligada es la muy animada y agradable ciudad de Gonder, en el oeste, que tiene la distinci贸n de haber sido capital del pa铆s por un par de siglos largos, todo un record en una cultura que tuvo mucho de n贸made. El testimonio de este status es el conjunto de palacios renacentistas, que resistieron las guerras con los musulmanes y hasta el bombardeo brit谩nico a los fascistas. Hay que dedicarle un d铆a entero al conjunto y prestar particular atenci贸n a su estilo, que con sus c煤pulas redonditas se gan贸 el nombre de 鈥済onderino鈥 e hizo escuela en el pa铆s.
Pero Gonder es adem谩s due帽a de un hermoso mercado, que los s谩bados se anima de campesinos y donde es posible comprar especies y textiles, de buenos caf茅s 鈥揺n particular el Delicious Bakery y el Etiopia Hotel, una c谩psula de la d茅cada del treinta que a la noche se transforma en una suerte de whisker铆a suburbana鈥 y de esa sorpresa que es la pizza et铆ope, exquisita y artesanal. La ciudad es peque帽a y caminable, perfectamente segura y a mano de monta帽as de una belleza so帽ada.
Y es tambi茅n el hogar de un artefacto cultural 煤nico, la iglesia de Debre Berhan Selassie, completamente cubierta de pinturas de la m谩s pura Escuela Gonderina, que nace de la visita de un pintor veneciano en el siglo XV y marca un pase al realismo desde el hieratismo bizantino. El templo, con forma de Arca de No茅, contiene la famosa Trinidad representada como tres ancianos de cabello blanco y el todav铆a m谩s famoso techo de los 谩ngeles negros, que miran en todas las direcciones para ver nuestras falencias.
Muy cerca de Gonder y ahora accesible por tierra 鈥搇as rutas et铆opes suelen ser catastr贸ficas y a nadie le extra帽a tomarse veinte horas para hacer 400 kil贸metros鈥 est谩 Bahar Dar, al lado del lago Tanna, el 煤nico de la regi贸n. Bahar Dar es el resort local y tiene una flotilla de botecitos para recorrer las islas, cribadas de monasterios en actividad. Otra excursi贸n popular es visitar la cercana fuente del Nilo, lugar m铆tico que les cost贸 la vida encontrar a decenas de exploradores mal informados.
Quien recorra las calles y las aldeas de Etiop铆a tendr谩 que ser de hielo para no volver encantado de su gente y sus maneras. Es un pa铆s de brazos amplios, digno y amistoso, que permite entrarle y no necesita un tour r铆gido. De esos, quedan pocos
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