Fotos de Guido Piotrkowski
La muerte es un interrogante, un enigma que ninguna de las civilizaciones de antaño pudo desentrañar, y que obsesiona al ser humano desde el comienzo de su existencia sobre la tierra. Si hay vida después de la muerte, qué hay más allá, es la pregunta retórica que el hombre se viene haciendo desde siempre. Los ritos funerarios son celebrados a lo largo y ancho del mundo: son famosas –por citar sólo algunas– las pirámides de Egipto y las aztecas, con suntuosas cámaras funerarias.
Más cerca, en el altiplano peruano, no se construyeron pirámides sino torres. Se trata de las magnificas chullpas de Sillustani, monumentos únicas en el mundo.
Mucho antes de su fundaciĂłn, y tambiĂ©n de que ciertas comunidades se establecieran definitivamente, Puno fue un lugar de paso en las rutas comerciales de los pueblos precolombinos. De hecho, su nombre viene del vocablo quechua Puñuy Pampa, que significa “lugar de descanso”. Erigida al borde del lago Titicaca, relativamente cerca de la frontera boliviana, Puno funcionaba como una suerte de posta para los arrieros que llevaban y traĂan mercaderĂas a travĂ©s de las rutas comerciales que los pueblos originarios andinos trazaron desde Ecuador al norte de la Argentina.
Por acá anduvieron, y luego se instalarĂan, diversas civilizaciones tiempo antes de la llegada de los colonizadores. Primero fueron los pucarás, luego los collas, mas adelante los tiwanakus provenientes de Bolivia y por Ăşltimo los incas. Todos ellos eligieron como cementerio el mismo cerro en Sillustani, un poblado a treinta kilĂłmetros de la ciudad. El lugar es hoy un impresionante sitio arqueolĂłgico que se destaca, ya a lo lejos, por sus majestuosas chullpas construidas sobre una montaña al borde del prĂstino lago Umayo, frente a la isla del mismo nombre.
Chullpas rĂşsticas collas, de la Ă©poca preincaica, que muestran la modalidad de construcciĂłn en piedra.PROLONGACION VITAL “Sillustani, en lengua quechua y aymará, quiere decir deslizar o resbalar la uña. Sillu es uña, y llustani es resbalar”, explica Henry Choque, el guĂa que me acompaña, mientras vamos hacia las ruinas. SerĂa entonces algo asĂ como “resbaladero de uñas”, un vocablo que hace referencia a la uniĂłn de los bloques externos de las chullpas, tan compactos que no permiten que entren ni siquiera las uñas. Estas cámaras funerarias son torres de piedra circulares en forma de cono invertido en donde se colocaba a los difuntos momificados y en posiciĂłn fetal, pero no soterrados, sino al nivel de la tierra. Junto al cadáver dejaban sus pertenencias: utensilios, objetos de oro y plata, hasta alimentos. “Una vez al año, reunĂan todas las momias, les cambiaban las prendas, les entregaban nuevas ofrendas, bailaban y bebĂan –apuntarĂa Henry más adelante, mientras caminábamos entre las tumbas–. El concepto de muerte no existĂa, la vida continuaba”.
Poco antes de llegar atravesamos el pueblo de Atuncolla, un caserĂo de construcciones hechas en piedra y adobe, donde se destaca una pequeña iglesia colonial. Este poblado fue la capital de las comunidades quechuas en tiempo de los incas. Un par de kilĂłmetros antes de llegar a Sillustani, ya se divisan las chullpas en la cima del cerro.
Es temprano en la mañana del domingo, y el sol del altiplano todavĂa no castiga con vehemencia. Sin embargo, la altura puneña –que alcanza los 3815 metros sobre el nivel del mar– se hace sentir. En la calle de entrada al complejo arqueolĂłgico llaman la atenciĂłn varias casas de familia, pequeñas construcciones de adobe de los campesinos que habitan en este lugar. Sin embargo están todas cerradas, en Sillustani no hay nadie. Los puestos de venta de artesanĂas se ven desiertos y no hay ni un turista deambulando. “La poblaciĂłn ha ido a la ciudad para ver la fiesta”, apunta Herny en referencia a la Fiesta de la Candelaria, una de las celebraciones populares más grandes del PerĂş, y las más importante de Puno. Una variable contraria a lo que sucederĂa cualquier otro domingo, ya que la mitad de la poblaciĂłn puneña proviene del campo; de lunes a viernes trabajan en la ciudad y el fin de semana vuelven a sus tierras. Por eso sábado y domingo es la ciudad la que queda vacĂa, sobre todo en la Ă©poca de siembra y de cosecha. “El fin de semana la gente vuelve al campo y se trae alimentos –dice Henry–. AsĂ ya se tiene un dinero extra. No compran papas, algunos no compran leche ni huevos. Viven en la ciudad pero tienen su parcela en el campo”.
Laguna e Isla de Umayo. AquĂ vive una sola familia que cuida de las vicuñas.LAS TUMBAS Subimos la cuesta por el sendero más arduo pero con mejor vista panorámica de la laguna y la isla, que segĂşn el guĂa se asemeja a una mesa. “Como si alguien lo hubiese tallado para que alguna nave pudiese aterrizar”, opina Henry. En la isla, que funciona como una reserva comunal, vive una sola familia que tiene a su cargo el cuidado de unas ochenta vicuñas, protegidas por encontrarse en peligro de extinciĂłn.
A lo largo de la caminata se ven trozos de cerámica desperdigados, y si se afila la vista, o se tiene un buen guĂa como Henry, se pueden descubrir pequeños restos Ăłseos humanos. AĂşn falta para llegar a la cima, que está a 4010 metros sobre el nivel del mar, y aunque el camino no es muy largo se siente la falta de aire en los pulmones.
En el sitio hay diversos tipos de edificaciones que pertenecen a cada una de las culturas sucesivas. “Lucen similares pero son diferentes. En la cima vamos a ver cĂłmo se distinguen las construcciones incaicas de las tiwanaku”, avisa Henry. En el recorrido podemos ver la diferencias de estas chullpas, muchas de ellas parcialmente restauradas. Hay desde cierto tipo de tumbas rĂşsticas, más bajas, que son del perĂodo preincaico (sobre todo collas), hasta mausoleos mucho más sofisticados, con piedras de muchos ángulos perfectamente encajadas y de mayor altura, como las tiwanakus e incas. Las tiwanakus, por ejemplo, se caracterizaban por el sellado impenetrable entre las piedras, la impronta que habrĂa dado el nombre al lugar. Por su parte las chullpas incas no eran tan hermĂ©ticas.
Las piedras eran traĂdas de canteras cercanas, y algunas sacadas de este mismo sitio. Como la que Henry utiliza ahora para enseñar la forma en que tallaban esas rocas gigantescas, con una piedra que se asemeja a las herramientas que utilizaban y que mantiene escondida por ahĂ. Un trabajo de hormiga. “Quizás podemos pensar que nuestros antepasados han sido personas con una talla superior a los dos metros –cree Henry–. Usaron un sistema de rampas con sogas, algunos jalaban, otros quizás empujaban y algunos hacĂan palanca sobre la base de troncos”. Una vez que terminaban esa labor, venĂa la Ăşltima etapa que era el pulido de la piedra.
Cada pueblo tenĂa su propia arquitectura. Mientras los incas usaban piedras talladas, pero cada piedra era diferente de la otra, los tiwanakus buscaban la perfecciĂłn. Todas las torres debĂan ser de un solo bloque, y en cada uniĂłn tenĂa que haber un espacio cĂłncavo, como se puede ver en la tremenda chullpa del Lagarto, la Ăşltima del recorrido y la más imponente de todas, que resalta con sus doce metros de altura.
Los españoles profanaron y saquearon todas las tumbas. Era muy fácil: todas tenĂan la puerta orientada hacia el este y con sĂłlo abrirlas se encontraban ante las momias y sus pertenencias. AsĂ se llevaron de todo, en particular las joyas en oro y plata, si es que la momia era de algĂşn noble. “Lo Ăşnico que se salvĂł fueron unas 500 piezas”, se lamenta Henry. Es el Tesoro de Sillustani, exhibido en el museo de la ciudad. Adentro de las torres no habĂa nada: todo se encontrĂł desperdigado por ahĂ mientras se hacĂan los trabajos de restauraciĂłn. “Posiblemente nuestros antepasados vieron que se acercaban los españoles y hayan trasladado el cuerpo principal y su ajuar a otro lugar, pensando que quizás, en algĂşn momento, se iban a ir”, teoriza el guĂa.
“¿Han caminado solos alguna vez? –pregunta Henry–. No por largos dĂas... ÂżQuizás un par de horas? Un aymara o un quechua te dirá que no, que nunca ha caminado solo. Que camina con el sol si es de dĂa, con la luna y las estrellas si es de noche. Y por la tarde te dirá que anda con el viento, y el sonido que produce el ichu o la paja brava , que tiene el sonido de una quena. Acá se camina con la madre tierra, con la Pachamama. Y no sĂłlo eso, tambiĂ©n con el espĂritu de nuestros ancestros”.
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