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Normas
sexuales para el parque humano
Por
Alejo Schapire,
desde París
Este libro demuestra un desprecio absoluto por las mujeres, un gran
odio por los niños, una visión totalmente cínica
del tercer mundo y profundos resabios de racismo, se indigna Claire
Brisset, ex vocera de Unicef Francia, en la tapa del vespertino Le Monde.
En el mismo periódico, Philippe Gloaguen, director de Le Guide
du routard (La guía del trotamundos), acusa al autor de hacer una
apología de la prostitución y la pedofilia refugiándose
detrás de sus personajes. Desde hace cuarenta y ocho horas
Plataforma, la nueva novela de Michel Houellebecq, está en las
librerías y ya lleva vendidos más de doscientos mil ejemplares.
Desde el éxito mundial de Las partículas elementales (cuya
adaptación al cine está en preparación), la obra
de lenfant terrible de las letras francesas se saltea
los suplementos literarios de los diarios para ser comentada directamente
en el rubro sociedad. Esta vez, el evento editorial del año amenaza
con mudarse a la sección policiales. Houellebecq ha decidido jugar
con fuego. Su última provocación ya le vale la previsible
ira de los guardianes de lo políticamente correcto, que condenan
en los medios al misógino, proxeneta, pedófilo
y xenófobo. Pero esta escalada verbal podría
volverse aún más seria .-lo que parece cada vez más
verosímil-. si algún imán, en un pueblo pakistaní
perdido, decide fabricar un nuevo Salman Rushdie. En todo caso, otra vez,
el enemigo más temible será el que ignore la diferencia
entre autor y narrador, el que prefiera concentrarse en el cartero y no
en el mensaje.
Porque Michel Houellebecq vuelve a traer malas noticias. Hoy, después
de Ampliación del campo de batalla y Las partículas elementales,
reincide con un nuevo roman à thèse. Los fans pueden respirar:
la nueva cosecha es excelente. Plataforma se lee de un tirón, con
el entusiasmo juvenil de tener entre las manos una novela de aventuras.
Aislado del exterior pero en el medio del mundo (con el mismo
subtítulo que Lanzarote), el lector se entrega con placer masoquista
a un artefacto que sabe tan devastador como insoslayable. Desde la primera
frase reconoce el tono neutro, el humor frío y décalé.
Es la misma mirada clínica contemplando el crepúsculo de
occidente. Nuestro entomólogo sigue operando con una prosa clásica,
fluida y sobria, pero de una efectividad implacable. Ahora ha afilado
el bisturí depurando aún más la lengua y apretando
la puntuación. Además, aprendió nuevos trucos. Porque,
aunque su escritura lineal no asume demasiados riegos y exhibe por momentos
una destreza perezosa, ya no impone esos pasajes tediosos y descolgados,
con densas teorías psicocientíficas como las que poblaban
Las partículas elementales. En estas 370 páginas administra
dosis equilibradas de suspenso, sexo, impresiones de lecturas y observaciones
de humanos y otros mamíferos que, sin despegarse del trasfondo
trágico, llevan al lector de las pestañas del principio
al final del libro.
Un
intercambio ideal
El narrador es un tal Michel, un cuarentón egocéntrico
y neurótico, soltero y sin amigos. De día trabaja
como funcionario en el Ministerio de la Cultura, donde elabora presupuestos
para exposiciones de arte contemporáneo, que considera como una
impostura. Sus desapasionadas jornadas acaban en la cabina de un peep-show,
justo antes de volver a casa para ver la grabación de su programa
preferido, una emisión de preguntas y respuestas. La noche lo encuentra
comiendo un puré instantáneo frente al televisor. No
era infeliz, tenía 128 canales, resume. En todo caso, para
Michel París nunca fue una fiesta. El trajín
cotidiano se interrumpe con el brutal asesinato de su padre. El septuagenario
tenía una joven amante magrebí, ella tenía un hermanomusulmán
y éste tenía cierta concepción de la fe, el honor
y la familia. Michel asimila la noticia con indiferencia. Con la misma
apatía cobra la herencia y resuelve tomar unas vacaciones. Se inscribe
en un viaje en grupo (La gente desconfía de los hombres solos)
ofrecido por el operador turístico Nouvelles Frontières.
Destino: Bangkok y los salones de masajes de Tailandia. Durante doce capítulos,
Houellebecq escribe el anti-La Playa de Alex Garland. Michel, que poco
tiene de DiCaprio, no busca la perfect beach sino la perfect bitch. Poco
le importa que su Guía del trotamundos denuncie esa odiosa
esclavitud y se muestre asqueada por los occidentales panzones
que se pasean con las pequeñas tailandesas. Para Michel,
el turismo sexual es el futuro del mundo y los autores del
libro no son más que unos boludos humanitarios protestantes.
De regreso a París, retoma contacto con una discreta compañera
de viaje que no tuvo el valor de encarar. Valérie tiene 28 años,
ocupa un alto cargo en Nouvelles Frontières y se revela como una
gran experta de la felación confitada (sería interesante
que las plumas que denunciarán no sé qué misoginia
intenten esbozar un retrato de mujer tan sutil y profundo).
Sin buscarlo, Michel se sorprende nadando en el amor y, sí, en
la felicidad. Descubre que se puede vivir en el mundo sin comprenderlo,
basta con poder obtener comida, caricias y amor. En los siguientes
dieciséis capítulos el nihilismo de Houellebecq se disipa
para pasar al registro del romanticismo y celebrar un amor monógamo,
o casi. Recordemos que el autor ya había entreabierto la puerta
de la felicidad en Las partículas elementales: En el medio
de la gran barbarie natural, los seres humanos a veces (en muy pocas ocasiones)
han podido crear pequeños espacios cálidos iluminados por
el amor.
Entre emotivas escenas de la vida conyugal condimentadas con ménages
à trois y visitas a locales swinger y S/M, Valérie consigue
un puesto en Aurore, el más importante grupo hotelero del mundo.
Su primera misión: tratar de comprender y revertir la creciente
deserción del turismo de los tradicionales clubes de veraneo. Para
analizar el fenómeno de cerca, la pareja se traslada a la filial
cubana de la multinacional. El terreno de observación es la piscina,
donde se estudia el comercio carnal de turistas teutonas más o
menos jóvenes con negritos alquilados. Las mujeres blancas
prefieren acostarse con africanos, los hombres blancos con las asiáticas.
Necesito saber por qué, es importante para mi trabajo, dice
Valérie. Michel no está seguro. Tal vez si las relaciones
entre occidentales se han vuelto imposibles es quizás por
narcisismo, por el sentimiento de individualidad, del culto al rendimiento.
Lo que sí sabe es que detrás de la miseria sexual de los
ricos y los cuerpos hambrientos y bronceados de los pobres se esconde
un negocio evidente, un intercambio ideal. La solución
para un mundo pequeño sería crear estructuras seguras
e higiénicas para que la sexualidad entre en el campo de
la economía de mercado; el primer mundo se coge al tercero:
la globalización sin hipocresías. Valérie escucha
el concepto con entusiasmo y, ya en París, propone a su empresa
una plataforma programática para la repartición del
mundo. El primer club Afrodita abre en Tailandia, donde nuestros
tórtolos encuentran un refugio para el amor. La armonía
que reina en este Edén privado los lleva a especular con instalarse
definitivamente, quizás tener un hijo, hasta que (se ruega a los
lectores que no quieran conocer el final que salten al párrafo
siguiente) un grupo de guerrilleros musulmanes invade la isla y masacra
a un centenar de turistas; una bala perdida se lleva a Valérie.
Michel se consume en un odio ciego contra los musulmanes. Los noticieros
se convierten en una ocasión para festejar los palestinos asesinados
en la franja de Gaza, aunque se trate de una mujer embarazada. Apenas
lo consuela la certeza de que, en una cruzada santa, el capitalismo aliado
al sexo doblegará las huestes de Alá. La novela se cierra
como empezó, con un enfrentamiento sangriento entre el Islam y
Occidente.
68,
modelo para desarmar
Luego de las primeras reacciones de las organizaciones de protección
de la infancia y del director de La Guía del trotamundos, que se
prepara a entablar un juicio de daños y perjuicios y llama al boicot
de las lectoras, la respuesta de los líderes de organizaciones
feministas y algunos editorialistas de la prensa tanto de izquierda como
de derecha, ridiculizados en el libro con nombre y apellido, no tardará
el llegar. El mismo John Grisham podría enviar a un abogado para
protestar contra la crítica asesina que formula Michel mientras
lee La Firma.
Entre tanto, el principal interesado, que reservó su primera aparición
televisiva para Campus (el programa que reemplaza al Bouillon de Culture
de Bernard Pivot), el martes pasado (ver foto), seguía el escándalo
a prudente distancia desde su nueva morada. En noviembre eligió
domicilio en la inaccesible isla de Bere (doscientos habitantes), ubicada
en el extremo sudoeste de Irlanda. El primer mandatario de la literatura
francesa bautizó su nueva residencia The White House: un antiguo
Bed and Breakfast aún guarda en las puertas los números
de las habitaciones con vista al mar, adquirido gracias al éxito
de su novela anterior. En este paisaje, descripto por sus pocos visitantes
como un páramo, comparte la espuma de los días con Marie-Pierre,
su esposa, y Clément, su perro (ver foto).
Josyane Savigneau, prestigiosa periodista de Le Monde, hizo el viaje a
la isla para recoger la opinión de Houellebecq frente a las primeras
críticas. Yo no odio a nadie. Estoy en un proceso de alejamiento,
de distanciamiento. Es la posición normal del escritor. Sé
que hay una demanda para que condene lo que describo, sobre todo el turismo
sexual. Yo no tengo ningún juicio negativo. Ni sobre tal o tal
comportamiento, ni sobre el hombre en general. En el peor de los casos
soy un compasivo, se defendió el autor.
Pero Houellebecq sabe muy bien lo que hace. La mención en Las partículas
elementales de un campamento naturista que organizaba orgías ya
le había costado un juicio. Además, había anunciado
sus intenciones justamente hace un año, cuando salió a defender
el libro más polémico y vendido de la última rentrée,
el panfleto anti-publicitario 99 Francos de Frédéric Beigbeder
(ver Radarlibros del 24 de septiembre de 2000). En La privatización
del mundo, una carta que equivalía a una declaración
de guerra, Houellebecq explicaba que todas las condiciones estaban reunidas
para una lucha a muerte contra los perros guardianes del capitalismo y
de lo políticamente correcto. Promesa cumplida.
El ensañamiento contra Le Guide du routard guía turística
consumida por siete millones de franceses en bermudas obedece a
que es un producto típico de mayo del 68. Para el autor,
esta colección representa un condensado ideológico perfecto
del hedonismo bien pensante heredado de una época que juzga responsable
de muchos de los males de nuestros días. Por esta misma razón
ataca a Nouvelles Frontières, una empresa creada por alumnos contestatarios
que ganó notoriedad porque sus locales aparecieron como telón
de fondo en las imágenes televisivas de las manifestaciones estudiantiles
del mes y año preferidos de Houellebecq. Pero a lo que en realidad
el autor de Plataforma apunta, al estigmatizar estas dos instituciones
soixanthuitardes, es a un poder financiero emergente, la industria
turística, que en el año 2000, por primera vez, se había
convertido, por su volumen de negocios, en la primera actividad económica
mundial. El mundo como Club Med.
Una
revelación negativa
Llamativamente, uno de los aspectos que aún no ha suscitado
demasiados comentarios (aunque mientras se escriben estas líneas
la situación empieza a revertirse) es el lugar que ocupa en las
novelas de Houellebecq el africano y, sobre todo, el musulmán.
Ya en Ampliación delcampo de batalla, la visión de una rubia
quinceañera practicando una felación a un negro llevaba
al suicidio de uno de los protagonistas. En Las partículas elementales
asistíamos a las torpes maniobras sexuales de un profesor, desairado
por el sarcasmo de una alumna magrebí. Pero los descendientes de
los inmigrantes y el Islam no habían sido identificados tan claramente
como fuente de peligro y frustración sexual como en Plataforma.
En este país siniestro y administrativo en que se ha
transformado Francia, los personajes blancos de clase media viven aterrorizados
por la clase peligrosa: la juventud marginal de piel oscura.
Los occidentales envidian y desean esos cuerpos viriles y sensuales, contra
los que no pueden competir, al tiempo que temen la intolerancia de su
religión, que combate la idea de un paraíso terrenal. El
resultado de este antagonismo lleva a los héroes de
la novela a elaborar teorías raciales y discursos anti-islámicos
de una virulencia tal que no sería extraño que un integrista
trasnochado dedicara a Houellebecq una fatwa. Sobre todo después
de las declaraciones que el escritor hizo esta semana a la revista literaria
Lire. A la pregunta del periodista Didier Sénécal, ¿En
cuanto al Islam, lo que usted expresa es desprecio u odio?, Houellebecq
le contestó Sí, sí, se puede hablar de odio.
¿Tiene que ver con el hecho de que su madre se haya convertido
al Islam?. El entrevistado, luego de desechar esa hipótesis
edípica, el autor explica: No, tuve una especie de revelación
negativa en el Sinaí, donde Moisés recibió los Diez
Mandamientos... Súbitamente experimenté un rechazo total
por los monoteísmos. En este paisaje muy mineral, muy inspirador,
me dije que el hecho de creer en un solo dios era la obra de un cretino,
no podía encontrar otra palabra. Y la religión más
boluda es sin duda el Islam. Cuando uno lee el Corán, ¡uno
queda consternado... consternado! La Biblia, por lo menos, es muy bella,
porque los judíos tienen un increíble talento literario,
lo que puede excusar muchas cosas.
Un
mundo feliz
La polémica recién empieza. Mientras tanto, Plataforma
ha eclipsado la aparición de otras 574 novelas, un nuevo record
en la edición francesa. El motivo de esta focalización puede
explicarse por la vocación de escándalo, pero sólo
parcialmente. Si este intelectual y su obra monopolizan la rentrée
literaria es por la falta de ambición que domina el panorama actual
de la ficción. Como explicó Julian Barnes: Houellebecq
se dedica a la caza mayor mientras otros cazan conejos.
Podríamos establecer paralelos con otras obras milenaristas,
como el Super-Cannes de J.G. Ballard, donde también Occidente trata
de construir un paraíso privado. Aunque, probablemente, el antecedente
más cercano siga siendo El extranjero de Albert Camus, libro con
el cual Plataforma comparte, además de una escritura glacial, una
primera frase casi idéntica. Sin embargo, en una nota que concedió
la semana pasada a Les Inrockuptibles, Houellebecq se decía interesado
sólo por la novela decimonónica rusa y francesa. Y que ni
le hablen de literatura engagée. Hay un solo autor (actual)
que me interpela, Bret Easton Ellis. Glamorama es su mejor libro, y nadie
lo entendió. Y a la pregunta de si él es el Ellis
francés, contesta: La diferencia es que él se ocupa
de del jet-set, yo de la clase media, pero es porque vivimos en países
distintos. En Estados Unidos, el jet-set es el modelo, Francia es más
modesta. ¿Y qué opina de los otros grandes del siglo
XX? ¿De Hemingway?: Oh, es nulo. ¿Joyce?: Disperso
y vulgar. ¿Y Borges?: Bah....
Luego de Lanzarote, que fue y tal vez no debió ser otra cosa
el borrador de Plataforma, Houellebecq ha logrado el tour de force de
reinventar el cuento filosófico, reescribiendo un Cándido
negativo que hace turismo para escapar al peor de los mundos posibles.
En un par de novelas y algunas intervenciones, este ingeniero agrónomo
ha reconquistado para la literatura una tribuna ocupada en otras épocas
por Voltaire oSartre. Con este nuevo maître à penser, la
ficción vuelve a ser algo importante.
Hoy, emergiendo en el medio en un océano de consenso y falsos debates,
su Plataforma empieza a largar manchas negras y viscosas que no deberían
tardar en llegar a nuestras costas. En noviembre, Houellebecq estará
en la Argentina: será su oportunidad para presentar su último
trabajo y descubrir qué bueno es ser turista en Buenos Aires.
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