Desde Washington DC

Hasta hace un mes, el centro de Washington cambiaba su ritmo los sábados y domingos. Las oficinas gubernamentales y de organismos internacionales quedaban vacías y el movimiento se trasladaba a los jardines del National Mall. Aparecían los turistas para ver monumentos, visitar museos y sacarse fotos cerca de la Casa Blanca.

El pico de esa rutina tenía que llegar a fines de marzo, cuando florecen los cerezos. Es quizás el atractivo turístico más lindo de la ciudad: una cuenca junto al río Potomac rodeada de árboles en tono rosa pálido. Este año, la policía tuvo que cortar el acceso a la zona. En medio de una pandemia agresiva, la gente igualmente se acumulaba para ver los cerezos florecidos.

En las primeras semanas de la cuarentena, la gente aprovechaba el final del horario laboral para salir a las cinco de la tarde, dar una vuelta y desconectarse del mundo de Zoom, Slack y todo lo que ahora llena las horas de trabajo remoto. Pero eso significaba que todo el mundo salía a la vez. Bares y restaurantes están abiertos solo para comprar comida para llevar o entregar a domicilio, pero eso no importó. Hay quienes decidieron sentarse a comer su pedido en la vereda. Hay quienes aprovecharon el techo de sus edificios para hacer yoga o tomar cerveza al aire libre.

La ciudad tuvo que poner entonces una orden de quedarse en casa. Es bastante flexible: se puede salir a hacer ejercicio o a comprar a supermercados o farmacias. En esta nueva rutina, cada tanto pasa alguien corriendo o paseando al perro, pero ya no hay hora pico con gente en monopatines o bicicletas ni embotellamiento de autos.

Hay 42 estados con órdenes similares. La Administración de Donald Trump, además de brindar conferencias de prensa diarias y seguir cuidadosamente el rating de las transmisiones, apenas emitió un folleto con recomendaciones. Llegó por correo. Una hoja titulada “Directrices del presidente sobre el coronavirus para los Estados Unidos”. La primera: “Escuche y siga las instrucciones de las autoridades locales y estatales”. Una muestra de federalismo puro que por ahora parece beneficiar más a los estados con gobernadores afines al presidente, quienes reciben la cantidad de respiradores y de máscaras que le pidan al Gobierno.

El correo sigue funcionando y Amazon entrega paquetes que se acumulan en la planta baja de los edificios. En el mío, una de las cajas abandonadas indica que alguien decidió combatir la falta de gimnasios con la compra de una cinta para caminar en casa, pero todavía no se animó a bajar a buscarla.

Hay cosas que igualmente ya no están disponibles en Amazon. Alcohol en gel, lavandina, productos desinfectantes, máscaras. Tampoco aparecen en las páginas de las farmacias. Con suerte, solo en los locales. Algunos supermercados limitan la compra de papel higiénico a dos rollos por persona. Desapareció la harina de las góndolas y aumentaron las búsquedas en Google sobre cómo hacer pan casero.

Es un nuevo Estados Unidos en el que Amazon tiene demoras, hay faltantes en los supermercados, los seguros de desempleo tocan niveles récord y el sistema de salud más caro del mundo empieza a saturarse.

Las proyecciones que dio a conocer la alcaldesa de Washington Muriel Bowser dicen que una de cada siete personas en la ciudad podría infectarse con el nuevo coronavirus. Según ella, el pico llegaría recién a principios del verano boreal según uno de los modelos más pesimistas que se manejan. Difiere bastante del que usa la Casa Blanca, que estima que se alcanzará este mes.

En Washington, la orden de quedarse en casa durará hasta el 24 de abril, pero es probable que se extienda. El estado de Virginia, en el que viven muchos de los que trabajan en la capital estadounidense, la estableció hasta el 10 de junio. Puede quedar sin efecto antes, pero nadie sabe. “Vamos a atravesar esto”, dice la marquesina de The Anthem, uno de los lugares de eventos más populares de Washington. Esa es toda la seguridad que, por ahora, la ciudad se atreve a tener.