En una guerra, la palabra es la primera y última arma en utilizarse. Como todos sabemos, somos sobrevivientes de una pandemia, y utilizo claramente el significante "sobrevivientes" porque, en mayor o menor medida, todos quedamos con secuelas físicas y psíquicas.

La pandemia anterior nos modificó toda la vida, fue intrusiva, angustiante, imprevisible, rompió con lazos sociales, nos aisló de seres queridos y el temor a la muerte nos subsumió en un presente continuo que rompió la temporalidad. Por momentos, sentimos que no pasaba más y que no teníamos futuro predecible. Fue una época de alta exigencia psíquica.

Pero la secuela que quiero destacar en este escrito es la pasión odiosa, que se encuentra en aumento exponencial no solo en lo local, sino en el mundo entero. Salimos de la pandemia odiando en lo singular y en lo colectivo. Las guerras que se sucedieron tras la pandemia, como en Europa y Medio Oriente, son demostración de lo situado. Europa se encuentra con el temor de la extensión de la guerra y aumenta sus presupuestos en gastos militares. Ya se habla nuevamente de una posible guerra nuclear. La crueldad y el odio en Medio Oriente no deja de sorprender y angustiar. Más niños han muerto en Gaza en cinco meses que en los últimos cuatro años en todas las guerras (OMS).

Como situamos en textos anteriores, el odio es una pasión del ser junto al amor y a la ignorancia. La diferencia con el amor es que el odiador no hace existir al otro, lo ignora, lo quiere eliminar subjetivamente, barrer, borrar de su existencia y de su mundo. Convertirlo en una cosa, en un objeto descartable.

En el medio local, encontramos el odio en esta nueva administración con devaluaciones inhumanas, aumento de precios crueles, destrucción del Estado, destrucción de los derechos, provocaciones, odio manifiesto dirigido a una cantante, a un grupo de senadores o diputados, a la exvicepresidenta o la actual. Con el agravante institucional de que es el presidente el primero en propinarlas. ¿Estamos frente a una nueva forma de terrorismo de Estado, utilizando como arma la palabra y las redes?

Lo que está claro es que no podemos naturalizar esta pasión odiosa, porque nos llevará literalmente a terrenos que creíamos superados. Si naturalizamos semejantes agresiones institucionales permitiremos que este odio deshoje de humanidad al otro y lo convierta en un objeto, que se consolide el hecho de que es posible hacer cualquier cosa, dejar sin trabajo, sin posibilidad de comer, torturar con las redes, desaparecer y eliminar.

El mejor ejemplo es lo que sucedió en la última dictadura y actualmente con la expresidenta, sobre quien se dirigió el odio por todos los medios posibles, deshojándola de toda humanidad, convirtiéndola en una cosa hasta el punto de intentar asesinarla.

Es evidente que el odio tiene graves consecuencias sobre nuestra salud mental, aumentado nuestra exigencia psíquica con la realidad que nos toca atravesar. En el hospital, en el consultorio, se escucha la preocupación de lo que estamos viviendo, con síntomas parecidos a los vividos en la pandemia del covid. ¿Estamos en una nueva pandemia, la pandemia del odio?

Por último, apostemos por la pulsión de vida para sostener la tensión de las diferencias, no naturalicemos la crueldad de lo que está sucediendo a nivel local o global. Apostemos a la palabra y no al silencio. Para no repetir historias que nos llevaron al límite de la humanidad. No hay salud mental posible si naturalizamos la crueldad singular o institucional.

Gustavo Fernando Bertran es psicoanalista. Licenciado en Ciencias de la Psicología (UBA). Especialista en Psicología Clínica (MSAL). Expresidente y miembro fundador de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM). Miembro vitalicio de la Word Federation for Mental Health (WFMH). Responsable y fundador del hospital de día vespertino, Hospital Dr. Teodoro Álvarez (GCBA).