CONTRATAPA › A 31 AñOS DE LA DESAPARICIóN DE RODOLFO WALSH

El buen jugador

 Por Lilia Ferreyra*

¿Cuándo empezaron los juegos? Quizá por 1971, cuando alquilamos el departamento de Tucumán 468, un inmenso espacio de un ambiente. Durante dos años, casi desde el cierre del semanario CGT, habíamos vivido un poco a los saltos, con cierta precariedad. Pero la situación había cambiado; los dos teníamos trabajo y la vida parecía encarrilarse en alguna normalidad. Quise aprender a jugar al ajedrez e hicimos algunas partidas desalentadoras porque la diferencia entre la principiante y el maestro era abismal. Para sortear el desnivel, Rodolfo propuso que aprendiéramos juntos un nuevo juego y una tarde se apareció con el tablero y las fichas negras y blancas del go, el ajedrez chino, que alternábamos con partidas de scrabble. Al cabo de un tiempo notó que casi siempre llegábamos al mismo resultado: en promedio, él ganaba las partidas de go y yo, las de scrabble. Ahí había una contradicción que lo intrigaba. Se suponía que si él era el que “dominaba las palabras” no debía perder al scrabble; y que si yo era la que “dominaba el territorio” (me orientaba mejor que él cuando andábamos por las calles) no debería perder al go, cuya base espacial son los territorios.

No podía aceptar que el azar o la distracción fueran la respuesta y empezó a analizar cada jugada. No tardó demasiado en revelar el pequeño enigma: en el caso del scrabble, la causa de sus derrotas estaba vinculada con su propio conocimiento de la criptografía. Descubrió que el valor de las letras no estaba dado por su frecuencia en el español sino en el idioma inglés. Por eso perdía; buscaba palabras con letras poco usuales para nosotros que por lo tanto debían valer más. Pero en ese juego “diseñado por ingleses”, los valores estaban trastrocados. Había que cambiarlos según la frecuencia en español. Obsesivo, hizo tablas y cálculos, y con paciencia infinita borró con una yilé el valor de cada ficha y pintó el nuevo. Reiniciamos las partidas con el scrabble argentino y en promedio siguió perdiendo. Quedó la perplejidad.

En el go, el problema era que yo perdía jugadas defendiendo situaciones tácticas, mientras él iba ocupando los puntos estratégicos de todo el tablero de tal manera que mi derrota al final del juego era inevitable.

–Te demorás en comer una pieza. Es una jugada táctica en el vacío porque al mismo tiempo no vas previendo tu ubicación futura en todo el tablero. Ganar así en un momento del juego no lleva a ganar la partida. Lo peor es seguir empecinado con una pieza sin darse cuenta de que ya se está derrotado.

A fines de 1976, la estrategia del go se proyectaba en la situación política. La totalidad del tablero era el proceso histórico. Preocupado por una derrota que podía ser irreversible, y como militante de la organización Montoneros, Rodolfo no sólo propone rever la evaluación de la coyuntura: también comienza a cuestionar el déficit de historicidad del pensamiento montonero. En sus documentos críticos subraya que ese “déficit no estaba en la mente de los compañeros que para darle un nombre a la organización acudieron a la historia argentina (y latinoamericana) que va de 1815 a 1870”. Con palabras que testimonian la época política de su escritura, plantea: “Hay dos fallas del pensamiento de izquierda en las que recae, a mi juicio, el pensamiento montonero cuando analiza su problema central, que es la toma del poder. Una privilegia las lecciones de la historia en que la clase obrera toma el poder y desdeña aquellas otras en que el poder es tomado por la aristocracia, por la burguesía. Ni Marx ni Lenin procedieron así. Ambos dieron a la toma del poder por otras clases un carácter ejemplar. La segunda falla deriva de la primera, y remite al punto de partida, a saber, la historicidad de nuestro pensamiento. (...) Un oficial montonero, conoce, en general, cómo Lenin y Trotsky se adueñan de San Petersburgo en 1917, pero ignora cómo Martín Rodríguez y Rosas se apoderan de Buenos Aires en 1821”. Como ese déficit inducía estrategias erróneas, propone abordar el estudio histórico de la toma del poder en Argentina, “ya que es la determinación espacial y temporal concreta que nos corresponde a nosotros”.

En aquel último verano del ’77, las interminables partidas de go en las noches de la clandestinidad daban paso a incansables reflexiones sobre las consecuencias de una posible derrota, planteos que luego abonaban párrafos de la Carta a la Junta. Su pensamiento apostaba a la dimensión histórica, a la memoria de los años futuros. “Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados –escribe en el penúltimo párrafo de la Carta–, no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las tres armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aun si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas.”

En las “partidas” históricas, el tiempo corre paso a paso, con la pesadez de las décadas. Pero en este presente de aquel futuro que imaginó Rodolfo se proyecta su insobornable certeza. En el transcurrir de los treinta y un años desde su desaparición, las piezas han ido cambiando su posición en el “territorio” de la lucha contra la impunidad. Los responsables del terrorismo de Estado están siendo procesados, ninguna teoría de los dos demonios puede manipular la verdad sobre los crímenes de la Junta Militar, y el Centro Clandestino de Detención de la ESMA, así como muchos otros, es ahora un espacio recuperado para la memoria, y la defensa y promoción de los derechos humanos.

Hoy, cuando camino por las silenciosas calles interiores de la ESMA, donde desaparecieron a Rodolfo y a miles de personas, revivo su justa apuesta estratégica. Siento que cada paso es un acto de libertad conquistada. La inclaudicable causa por la verdad, la memoria y la justicia, y la decisión política de instituirla como política de Estado, lo han hecho posible.

Y también recuerdo y evoco aquellas noches de largas partidas, tan analizadas por Rodolfo. El buen jugador mueve las piezas mirando la totalidad del tablero y reconoce los avances que afirman su planteo estratégico, sin olvidar la posible lucidez del adversario. Con altibajos, creo haber aprendido esa lección. Pero nunca más volví a jugar al go.

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