CONTRATAPA
Un amancay para Fidelia
Por Osvaldo Bayer
No puede ser. Sí, es. Mientras las primeras páginas nos muestran a los señores Duhalde y Lavagna en entrevistas y arreglos, guiñadas y declaraciones para la gilada, la gente se muere de hambre. Vengo de la Patagonia y veo que, como en todo el país, se aplica la ley del más fuerte, de la avivada. La tierra está para el que la compra barato, si es extranjero, mejor, pero no para quien la trabaja. A los políticos de los dos partidos que nos han gobernado eternamente –intercambiándose con dictaduras militares– no les importa ya que la gente no tenga tierra, o se arrastre juntando basura o viva eternamente de tal o cual comedor colectivo. Y si alguien me desmiente le mostraría la tierra de Mallín Ahogado, en El Bolsón, donde un intendente les dio esas hectáreas a señores de influencia que quieren jugar al golf. En vez de tierra para los que hacen crecer el maíz y el trigo, no, para quienes los sábados a la tarde y los domingos a la mañana van a sacudir la pelotita a ver si la embocan. Y sí, allí llegaron los señores y lo primero que hicieron fue traer máquinas y quitar el humus fértil porque los hoyos exigen tierra más dura. Todo donde antes funcionaba la escuela rural 240, que se cerró “por falta de matrícula” como nos dice el burócrata de turno. Pues bien, cuando ya los señores bien se relamían de golpear la pelotita, llegaron los hijos de la tierra, con Fidelia Ayllapán a la cabeza, abuela mapuche, con una fuerza increíble y una voluntad invencible. Llegó con el grupo de trabajadores del surco “Unidos podemos”. Y dijeron: los dueños de la tierra somos nosotros, porque la trabajamos. Y en jornadas agotadoras devolvieron el humus adonde corresponde y se pusieron a plantar mil plantas y a sembrar miles de semillas, que ya comenzaron a abrir la tierra y a mostrar su verde.
Pero claro, en la Argentina –donde se dejó libres a todos los criminales de guerra de la desaparición de personas– la Justicia hace valer su peso. Pero aquí, en esta tierra de El Bolsón, no va a valer de nada. La Justicia de comité y de los barrios ricos se va a encontrar aquí con la horma de su zapato. La mapuche Fidelia Ayllapán lo dice sin alharacas: “De aquí no nos vamos. Somos trabajadores de la tierra y ésta nos pertenece. Resistiremos con nuestras vidas”. Fidelia Ayllapán. Qué mujer. Unidos podemos, nos dice. Y sigue con el trabajo de la tierra. Que se la robaron hace más de un siglo cuando el general Julio A. Roca pronunció esas señeras palabras ante el Congreso de la Nación: “La ola de indios bárbaros que ha inundado por espacio de siglos las fértiles llanuras ha sido por fin destruida. El éxito más brillante acaba de coronar esta expedición dejando así libres para siempre del dominio del indio esos vastísimos territorios que se presentan ahora llenos de deslumbradoras promesas al inmigrante y al capital extranjero”. Muy bien, eso es Libertad, como dice nuestro himno, para eso está nuestro ejército, para hacer desaparecer tierras y seres humanos. Pero también nuestra Iglesia Católica que dirá a través de monseñor Fagnano, sobre el exterminio de los pueblos originarios: “Dios en su infinita misericordia ha proporcionado a estos indios un medio eficacísimo para redimirse de la barbarie y salvar sus almas: el trabajo, y sobre todo la religión, que los saca del embrutecimiento en que se encontraban”. (En reconocimiento de tantos méritos, todas las calles de la Patagonia se llaman General Roca, y más todavía, ayer estuve en Pergamino y caminé humillado por su calle principal, general Julio A. Roca. Julio Argentino, Julio Argentino. Y al lago fueguino que tenía un hermosísimo nombre ona, lo bautizamos con el nombre de Monseñor Fagnano. Nosotros somos así. Siempre de buen gusto. No es alcahuetería con los poderosos, no, es nuestra manera de pensar. Tuvimos catorce dictaduras militares.)
Pero, aquí, no. Fidelia Ayllapán y los suyos se atrincheraran en los surcos. Y ni la policía obediente debida ni un nuevo Roca con la sombra de Margarita Belén la podrán quitar de allí. Allí se va a quedar la Hija de la Tierra con sus manos llenas de semillas y su rostro quemado por los mil soles de siembras y cosechas.
Y no van a estar solos. El diario Piltriquitrón, de El Bolsón, escribe: “En medio de la crisis que vive nuestro país y nuestra provincia, quizá la más grave de la historia, destinar las tierras públicas a una cancha de golf es reírse de la miseria de la gente, y no sólo debe considerarse un robo más, sino un acto inmoral que debe ser repudiado, al menos por respeto a aquellos que hoy no pudieron llevar nada a la mesa”.
Pero no es el único caso. En El Bolsón, la inundación hizo estragos y destruyó la subsistencia de muchas familias. Algunas de ellas han formado el grupo “Tierra y Dignidad” y también han ocupado tierras fiscales en Mallín Ahogado, de 52 hectáreas. Son 17 familias, llenas de chicos y con diez mujeres embarazadas, además de un matrimonio de edad que no tiene subsistencia alguna. Han empezado a construir viviendas. He estado allí. El frío y la humedad y la lluvia no acobarda a este conglomerado de trabajadores. Se respetará la ecología y se comenzó con el cultivo de pequeñas huertas. Tierra y dignidad. El nombre lo dice todo. Ojalá que las huertas se conviertan en paraíso,
Y si uno va más allá, por Esquel, por ejemplo, se encontrará con todos aquellos que se preparan para decirle que NO a los que han llegado con su capital extranjero para extraer pepitas de oro. Para ello han reservado un procedimiento en el que mezclan cianuro. Cianuro, oro y después se van con las alforjas llenas. Pero jóvenes esquelenses recorren las calles para denunciar el negociado. No quieren que esta bella región comience a morir. Todo se vende al extranjero, desde las tierras a los bosques, desde las playas a las montañas.
Prosigo el viaje con inmensa tristeza, recordando a mis pequeños hijos hace cuarenta años cuando regaban los árboles recién plantados en nuestra casa de Esquel. Hoy a esa casa la ocupa la Gendarmería Nacional y han sido destruidos todos aquellos árboles generosos de aquel tiempo. Ya no hay cantos de pájaros, pero en el patio hay armas. Armas en vez de los juegos y los colores y soles.
Paso por Choele Choel para visitar la casa natal del querido Rodolfo Walsh. Ella está ocupada hoy por un consorcio extranjero que la tiene como depósito de mercaderías. Todo un símbolo de que cómo se está acabando la República.
Pese a las humillaciones, la Justicia, la Policía y la Gendarmería, la abuela mapuche ha reconquistado su tierra y la ha recubierto de poesía verde. Alguna vez, querida Fidelia Ayllapán, te traeremos a Plaza de Mayo, un jueves a las 15.30, para que te abraces con las Madres. Allí, junto a la pirámide de la dignidad, te entregaremos una flor de amancay patagónica, el capullo que brotaba de los valles andinos ya antes de que llegaran Roca y sus cristianos.