Sábado, 16 de abril de 2011 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Pampa Libre, el hermoso nombre. Pleno de sugerencias, propósitos y poesía. Era el nombre que los trabajadores rurales pampeanos le pusieron a su periódico anarquista allá por los años ’20. Algo épico. Sus luchas por la dignidad del trabajador de la tierra, por su cultura, por sus sueños, por una sociedad en libertad y en igualdad. Un escritor pampeano, Jorge Etchenique, ha publicado un libro sobre ese periódico y el movimiento libertario de aquella época en esas tierras verdes, planas y llenas de futuro. Un libro que hace a la historia del ser humano, a sus ideales, a sus sueños. Lo iba a presentar en la Feria del Libro de Buenos Aires el día asignado oficialmente a La Pampa, pero le dijeron: “No”. ¿Quién? Nada menos que el ministro pampeano, Néstor Torres. Así lo declaró la funcionaria de La Pampa que está a cargo del área de Cultura. Al mismo tiempo fue descartado el libro Edgar Morisoli, el poeta del Sur, de Ana Silvia Galán. Nada menos que Morisoli, el poeta de esos soles y noches pampeanas, de esas distancias y verdes, de esos silencios. Prohibir a un poeta. ¿Todavía ocurre eso en la Argentina, después del espanto de la desaparición de jóvenes y libros? Sí, en la Feria del Libro no podremos escuchar a ese poeta que escribió:
Esta es una provincia para querer de
a poco,
para encender de a poco sus lámparas
dormidas
y que el viento choiquero despabile su
llama
de antorcha peregrina,
mientras encueva el llanto su carapacho
oscuro
y sube cielo adentro la ternura
escondida.
Sugiero que como demostración de la verdadera democracia, en la Feria del Libro de Buenos Aires, todas las demás provincias, en su espacio, les den lugar a los escritores Etchenique y Morisoli para presentar sus libros. Sería un ejemplo de que la Argentina se aleja de los restos de aquella educación cursillista y de extremaunción con que se nos quiso acorralar en la falsedad de lo que está permitido y lo que está prohibido. ¡Pampa Libre para todos los argentinos!
Pero en nuestra tierra de selvas, pampas y aguas infinitas –y de ciudades confusas– ocurren también cosas muy positivas. Por ejemplo, esto sucedido en Azul. Los alumnos y los docentes –más los padres de los alumnos– votaron cambiar el nombre del colegio General Roca por el de Arbolito. Sí, increíble, pero pleno de coraje civil. Una noticia que hace temblar a toda la Historia instituida en el pasado desde el poder y nos dice que esa Historia también la hicieron los de abajo, los que jugaron todo por hacer valer la dignidad, la vida. Sí, Arbolito, el ranquel que puso fin a la vida del coronel Rauch, aquel militar europeo contratado por Rivadavia “para exterminar a los indios ranqueles”. Ese coronel que nos quiso imponer los principios occidentales y cristianos, y escribió ese comunicado que lo dice todo: “Hoy, para ahorrar balas hemos degollado a 27 ranqueles”. Y la sociedad argentina aceptó esa injusticia de la historia oficial y por eso una ciudad bonaerense se llama Coronel Rauch, para vergüenza de sus habitantes. De ahí que hoy tiene tanto valor para el sentido de la vida humana y de la ética de la Nación, que una propia población cambie el nombre de un colegio de ese otro genocida, Roca, por el del “indio” que, al no haber Justicia, hizo justicia con su propia mano.
Allí estaremos, en Azul, el martes próximo, para asistir al acto de cambio de nombre. Y por supuesto irán conmigo los miembros del conjunto de rock Arbolito, que han llevado a la juventud ese mensaje de no aceptar nunca la glorificación de los genocidas y sí reivindicar a los héroes del pueblo.
Pero también en la ciudad bonaerense de Coronel Rauch hay reacciones.
Por ejemplo, la entidad llamada “Arbolitos, espacio educativo para el desarrollo del arte”, una verdadera muestra de lo que es la búsqueda de la estética y de la ética a través de las formas y contenidos del arte. El nombre lo dice todo.
Esas cosas también ocurren en nuestra Ciudad de Buenos Aires. En momentos en que la Legislatura cordobesa le quitaba el nombre de Agustín Tosco a su avenida de circunvalación, en esta ciudad la Escuela Nº 2 del distrito 16 del barrio de Villa Pueyrredón pasó a tener el nombre del heroico dirigente obrero. El martes 31 de mayo se realizará el acto de imposición del nombre del querido Gringo Tosco. Todo por voluntad de los alumnos, docentes y padres de los alumnos. Uno de éstos pronunció palabras muy justas. Dijo que Villa Pueyrredón tenía un pasado obrero, con fábricas que ya no están y que por eso era muy justo lo de Tosco, porque recordaba a un obrero que supo representar a la gente del trabajo.
Pero, desde hace meses, nuestra ciudad es permanente prueba de una injusticia contra la cual no se hace nada, se mira hacia otro lado. Es el campamento de los qom (los tobas), que han venido desde Formosa para instalarse en el centro de Buenos Aires. Ahí, en la 9 de Julio y Avenida de Mayo. Ahí están, día tras día. Esperan la devolución de tierras que les fueron quitadas en “La Primavera”. Tierras ancestrales. Claro, se le dio preferencia a un particular que dijo haber comprado esas tierras, que desde hace siglos son comunitarias de esos pueblos originarios. Se los desalojó con violencia inaudita –dos muertos– y no les quedó otro remedio que eso: la protesta con la presencia en la Capital del país. Allí están. Es necesario buscar una solución. El diálogo. Reconocerles el derecho a la tierra donde viven desde generaciones. Dejemos de mirar hacia otro lado al pasar junto a ellos. Hay que seguir el ejemplo del Superior Tribunal de Justicia de Neuquén, que acaba de reconocer el derecho del pueblo mapuche sobre su tierra comunitaria y le dio un rotundo “no” a la empresa minera china que pretendía extraer cobre con gran consumo de agua y sustancias tóxicas en Campana Mahuida, zona habitada desde siglos atrás por la comunidad mapuche. Esto sí que es mirar hacia el futuro respetando los derechos históricos.
Este es nuestro país, pleno de contradicciones, pero también de hechos que podríamos calificar de heroicos. Que nos hacen recordar una vez más a aquella Pampa Libre con sus aspiraciones de lograr que esa tierra rica también fuera una tierra justa. Ojalá alguna vez logremos que esas dos palabras, “pampa libre”, puedan definir una Argentina para siempre; libre y justa, y generosa como nuestras interminables llanuras.
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