Sábado, 17 de septiembre de 2011 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
A propósito del juicio que los nietos del ministro Martínez de Hoz, de la dictadura, me han iniciado por el film Awka Liwen (entre los acusados también figuran el codirector Mariano Aiello y el historiador Felipe Pigna), debo decir que hemos recibido un respaldo que emociona: docentes universitarios de Neuquén, escritores, dirigentes de organizaciones obreras, organizaciones de los pueblos originarios, lectores de este diario, entidades de derechos humanos y muchos más. Vemos que no se puede acallar la verdad a través de un juicio por el cual esos nietos –uno de ellos abogado– piden dinero como indemnización porque, según ellos, hemos agraviado a toda la familia al mencionar al retatarabuelo de ellos, José Toribio Martínez de Hoz, fundador de la Sociedad Rural y primer presidente de ella, como hombre que apoyó las campañas contra los pueblos originarios hace un siglo y medio. En nuestra última contratapa publicamos el acta que firma ese retatarabuelo Martínez de Hoz por el cual proveerá de caballos y otros elementos bélicos al ejército “para repeler a los indios lejos de nuestras fronteras actuales”. Además de otros datos históricos.
También, en esa contratapa invité a los dos nietos acusadores a discutir el tema en uno de los salones de la Biblioteca Nacional, con público, con la lectura de documentos históricos. Pero ellos no contestaron. Reitero la invitación y los espero.
Siempre hemos sostenido que los hijos no deben cargar las culpas de sus padres y mucho menos, como en este caso, los retataranietos (choznos) nada tienen que ver con los delitos contra los derechos humanos de su retatarabuelo, pero, estos retataranietos, José Alfredo y Alejandro Martínez de Hoz, nos reclaman una indemnización en dinero y además que paguemos solicitadas en diarios pidiéndole disculpas a su familia. En la acusación señalan que nuestro film “constituye un ilegítimo, arbitrario y malicioso intento de deshonrar nuestra reputación familiar”. Es para no creer. En vez de concentrarse en el tema de su propio abuelo, el ministro de Economía de la dictadura de la desaparición de personas, José Alfredo Martínez de Hoz –que lleva el mismo nombre y apellido que su nieto acusador José Alfredo Martínez de Hoz– no, derivan toda su ira a nosotros porque nuestro film habla de un pariente muy, muy lejano.
Entonces, para que comprendan que tienen que preocuparse por lo que hizo su abuelo y no su retatarabuelo, voy a reproducir los conceptos de uno de nuestros más grandes intelectuales, Rodolfo Walsh, sobre José Alfredo Martínez de Hoz, poco antes de ser, el autor de Operación Masacre, asesinado por esa dictadura en la cual ese abuelo de estos acusadores fue el todopoderoso hacedor de la economía argentina. Lo escribe textualmente Rodolfo Walsh en su “Carta a la Junta Militar”, una obra maestra del periodismo, escrita a un año del golpe. En uno de sus párrafos, luego de describir la forma bestial en que son asesinados los prisioneros políticos se refiere a Martínez de Hoz y dice (textual): “Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire, a Uruguay, o Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, a la nueva oligarquía especuladora y a un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la US Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete. Un aumento en los precios de la producción animal en 1976 define la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Celedonio Pereda: ‘Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos’.” Toda una línea familiar.
Poco después Rodolfo Walsh era asesinado de la forma más brutal por miembros de la Junta Militar.
“Congelando salarios –continúa Walsh– a culatazos, mientras los precios suben en las puntas de la bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al record del 9 por ciento y prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial y, cuando los trabajadores han querido protestar, los han calificado de ‘subversivos’, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos y en otros no aparecieron.”
Rodolfo Walsh llama la atención sobre cómo se agravia a la ecología y en eso hace referencia de nuevo al abuelo de los demandantes. “Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires –escribe– para comprobar la rapidez con que semejante política la convierte en una villa miseria de 10 millones de habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y sólo adornan la Plaza de Mayo. El río más ancho del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe.” Parece que en esto no se sienten “agraviados” –para emplear un término de ellos, los nietos del ministro–, pero su abuelo ya está siendo juzgado. Eso sí, tiene a su disposición abogados que lo defiendan y no hay peligro de que lo torturen como hizo con los detenidos la dictadura a la que él perteneció.
Volvemos a decir, los nietos no tienen la culpa de lo que hizo su abuelo. Pero por un gesto de altura, de sentido de la ética, estos dos nietos acusadores tendrían, por lo menos, que ir a la orilla del Río de la Plata y arrojar un ramo de rosas blancas a las aguas en memoria de las tres primeras Madres de Plaza de Mayo que fueron arrojadas vivas desde un avión de la Armada al Río de la Plata. Y el abuelo Martínez de Hoz se calló la boca. Lo mismo que la sociedad valorizaría que esos dos nietos acusadores De Hoz llevaran unas flores a la placita Rodolfo Walsh en esta ciudad, como gesto de pedir disculpas al pueblo por lo que cometió su abuelo.
Este juicio que nos han iniciado los Martínez de Hoz nos ha llevado a archivo históricos, bibliotecas y a dialogar con otros historiadores sobre el caso. Y al ir descubriendo más cosas sobre los Martínez de Hoz nos interesó aún más esa familia. Desde aquel inicio –según varios historiadores– del primer Martínez de Hoz que llegó a estas tierras en tiempos de la colonia y fue traficante de esclavos, tal vez el más denigrante delito de un ser humano, pasando por el hacendado José Toribio, primer presidente de la Sociedad Rural, para arribar finalmente al más ostentativo de todos, el José Alfredo, ministro de la peor dictadura genocida de nuestro país, la de la desaparición de personas y el robo de niños. Y el prólogo de ese nuevo libro va a ser el dictamen que tome la Justicia argentina con respecto a la denuncia judicial de los dos miembros de esa familia contra nuestras investigaciones. Felipe Pigna se ha adherido con entusiasmo a este plan de búsqueda de la verdad histórica.
Es posible que tengamos que afrontar varios juicios, pero sabemos que esa verdadera historia no va a poner los laureles de la gloria en la cabeza ni de José Toribio ni de José Alfredo Martínez de Hoz. En cambio, a Rodolfo Walsh lo han premiado ya con calles, un monumento, una plaza, aulas universitarias y nombres de premios académicos. Siempre, al final triunfa la ética.
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