Jueves, 6 de octubre de 2011 | Hoy
Por Juan Gelman
La Compañía de Electricidad de Tokio (Tepco, por sus siglas en inglés) ha detectado en agosto la presencia de plutonio 238, 239 y 240, así como otros materiales radiactivos, en el más reciente de los periódicos análisis del suelo que rodea a la planta nuclear de Fukuyima y, como corresponde, elevó esos resultados al Organismo de Seguridad Nuclear e Industrial de Japón (www.freepublic.com, 15-9-11). En general se estima que los niveles de radiación que provocó el desastre en buena parte del país están por debajo de la línea roja de peligro para sus habitantes.
Los datos de estudios necesarios que así lo certifiquen brillan por su ausencia, suponiendo que existan. Un modelo en boga para medir los riesgos humanos es el de la Comisión Internacional de Protección Radiológica, que no toma en cuenta la posibilidad de anomalías en los recién nacidos como consecuencia de las radiaciones. El especialista Paul Zimmerman estima que los gobiernos no investigan a fondo ésos y otros efectos porque “la esfera de la protección de las radiaciones ha sido saturada y comprometida por intereses creados que procuran la proliferación de armas nucleares y radiológicas y de reactores nucleares de uso comercial” (www.dudeceptions.com, 8-2-2011). Que hay un lobby nuclear, pues sí, lo hay.
Agrega: “Un sistema internacional, motivado políticamente, de entidades que establecen patrones y defienden modelos anticuados de los efectos biológicos de las radiaciones iónicas, se ha autoerigido en autoridad en este campo. Los gobiernos, a su vez, se acogen a las deficiencias de estos modelos para legitimar la seguridad de sus programas nucleares y ocultar las consecuencias nocivas de estos programas en grupos de población confiados”. Si esto fuera así, la vigilancia y la eficacia de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) estarían en cuestión.
Es un tema debatible y debatido. Un estudio conjunto de la OMS, la OIEA y otros organismos de la ONU concluyó que la catástrofe de Chernobyl tuvo escaso impacto en la salud pública (www.iaea.org, abril de 2006). Pero el informe menciona sólo 350 fuentes de información, sobre todo escritas en inglés, “cuando en realidad existen más de 30.000 publicaciones y no menos de 170.000 testimonios que versan sobre las consecuencias de Chernobyl”, anota la reconocida toxicóloga Jane-tte D. Sherman (www.counterpunch.org, 5/6-3-11). Eran textos sobre todo escritos en idiomas eslavos y tres especialistas de Rusia y Bielorrusia emprendieron la tarea de traducir unos 5000 artículos de numerosos científicos que investigaron in situ los efectos del accidente. La Academia de Ciencias de Nueva York dio a conocer la versión inglesa en 2009.
El número de víctimas fatales de Chernobyl es un contencioso principal: la OMS/OIEA estimaron que asciende a 9000, pero los científicos que obtuvieron datos de primera mano consideran que, desde abril de 1986 hasta finales de 2004, fallecieron 985.000 personas, cien veces más que la cifra proporcionada por estos dos organismos de la ONU. Semejante disparidad tal vez algo tenga que ver con el acuerdo que éstos firmaron en mayo de 1959.
El convenio establece que cuando una de esas organizaciones se propone iniciar un programa en un área en que la otra está sustancialmente interesada, “la primera debe consultar a la segunda para ajustar la cuestión de mutuo acuerdo”. Reconoce además que no están obligadas a intercambiar información, hecho que critican muchos científicos prominentes y funcionarios de la salud pública en vista de los accidentes nucleares que afectan a la población.
Las discrepancias no cesan ahí. Es notorio que las tropas estadounidenses usan municiones fabricadas en buena medida con uranio empobrecido y la OMS, la OIEA, la Comisión Europea y otras instituciones prestigiosas como la muy británica Royal Society sostienen que tales proyectiles no tienen efectos perjudiciales ni para los militares ni para la población civil que padece la guerra. Habrá entonces que buscar otra explicación para el súbito incremento de los casos de cáncer y de malformaciones natales que se observan en Fallujah, teatro de prolongados combates, y otras zonas de Irak.
Afloran contradicciones de diferente cuño. El científico británico Christopher Busby, miembro del Comité Europeo de Riesgos de la Radiación, señala en un estudio que “han llegado informaciones de que niños de la zona contaminada de Fukushima sufrieron ataques cardíacos, un hecho previsible como consecuencia de la contaminación interna del músculo cardíaco con cesio 137 y otros radionucleidos” (www.bsrrw.org, 9-9-11). Pero en la prefectura Tochigi, donde el envío de carne fue suspendido en agosto porque su nivel de cesio radiactivo superaba con creces el límite nacional de seguridad, los productores agropecuarios de Kanama ofrecieron 5000 almuerzos de carne picada con arroz a los alumnos de ocho escuelas primarias en el marco de una campaña lanzada para demostrar que esa carne no hace daño y que, en suma, se puede comer, es decir, vender (//exskf.blogspot.com, 3-10-11). La suspensión fue levantada porque se estimó que el producto se encontraba “por debajo del límite provisional de seguridad”. No se conocen los estudios realizados ni las técnicas empleadas para determinarlo.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.