Miércoles, 5 de marzo de 2014 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Cincuenta años y sumando en el contador de su cuerpo y mente y a esta altura Rodríguez ya está en condiciones de asegurar que el circuito de su vida se cortará sin que él haya llegado a entender nunca cómo funciona y qué es y de dónde viene y a dónde va la electricidad. Y no es que no haya ni no siga intentándolo. Pero no hay caso. Así, la relación de Rodríguez con la electricidad es similar a la de un creyente con Dios: no la ve pero la cree, sabe que está en todos lados y que cada vez exige más de uno.
DOS Así, del mismo modo en que Rodríguez mantiene carpetas abiertas (virtuales y de papel) donde se reúnen recortes y archivos referentes a los misterios insondables del universo (“El centro de la Vía Láctea vivió un cataclismo hace dos millones de años” es una de las últimas entradas) o buenas/malas nuevas vaticanas (en los últimos tiempos ha descendido un tanto la podredumbre pederasta antes las transgresiones/travesuras del Papa, ya casi un comic-personaje de Ibáñez); ahora nuestro hombre, cada vez más electrocutado, se ha visto obligado a un tercer legajo. Y es el dedicado –falta menos para el abril más cruel, cuando se implementarán las nuevas y muy energéticas medidas– al vano intento de comprender algo, ya no de los ancestrales misterios del rayo y la luz divina, sino de la nueva factura de la luz. Porque si la que recibía hasta ahora era incomprensible, la que se aproxima ya se anuncia como “un mecanismo extremadamente volátil” y algo que ni ese experto profesor en iconología simbólica religiosa en las novelas de Dan Brown podrá alguna vez desentrañar y decodificar. La saga y el enigma vienen de lejos, desde casi el principio de los tiempos. Hace un par de meses los españoles –usuarios usados y abusados– volvieron a saber que pagan la electricidad más cara de Europa; que pagan mucho más de lo que consumen porque se debe mucho a alguien que está al frente de los generadores más degenerados; que todos aquellos que apostaron a la energía solar y renovable como variante sana y económica hicieron un pésimo negocio; y que la electricidad se “subasta” en sesiones bursátiles en las que entran bancos y accionistas que hacen subir y subir el precio. Y que –cuando el gobierno aseguró que la tarifa no aumentaría más allá de un 3 por ciento y cuando llegó el no-va-más se anunció que trepaba hasta un 11 por ciento– se decidió “tomar cartas en el asunto”, suspender todo. Y, hey, nueva forma de facturación que de imprimirse en papel, será más larga que En busca del tiempo perdido, porque se cobrará hora a hora, según cotizaciones variables. Y todo dependerá de que uno se atreva bajar a los góticos sótanos de primitivos e imprecisos contadores para intentar desentrañar qué son todos esos números y signos. En cualquier caso, a las empresas españolas como Iberdrola, las innovaciones dialéctico/monetarias no le gustan y amenazan con llevarse de España a alguna filial en el extranjero todo su dinero para inversiones o algo así y dejar a todos a oscuras, a aún más oscuras. Pero a Rodríguez no lo engañan y –paranoico y conspirador– está seguro de que todos actúan y fingen. Y que todo está ya arreglado entre ministros y empresarios para que, siempre, haya que pagar cada vez más por esa luz al final del túnel de la que el iluminado Rajoy no deja de hablar y hablar en los cada vez menos electrizantes debates sobre el estado de la nación. Porque los españoles saben perfectamente cuál es el estado del país en el que viven. No hace falta debatir nada en un lugar en el que cada vez son más los que apagan la luz y cierran la puerta y se van a lugares donde haya menos sombras.
TRES Así, Rodríguez sabe que falta cada vez menos para que le llegue el encandilador recibo en llamas correspondiente a los meses más fríos y oscuros del año en lo que hace a consumo eléctrico. Y que habrá que pagarlo o, si no, pagar las consecuencias. Desenchufarse y volver a la Edad del Fuego. Como tantas familias que se han descolgado de la red para, en la cuerda floja, tender algún cable ilegal hasta ser descubiertos. La otra noche Rodríguez vio en el noticiero cómo una de esas cámaras verité captaba y transmitía el momento en que una ladrona de vatios era sorprendida por un funcionario que la amenazaba con multa multimillonaria. La mujer escuchaba con atención para, después, lanzar una carcajada electrizante y decir algo así como “Que me multen. No tengo ni un euro para pagar. ¿Qué es lo peor que puede pasarme? ¿Ir presa? Perfecto: electricidad y agua y gas y alquiler y comida gratis”.
CUATRO El resto –los que todavía pueden seguir cantándole pero bajito al “body electric”– andan por ahí. Yendo a ver la tan perturbadora como masturbadora Her de Spike Jonze y a oír la voz sensual e informatizada de Scarlett Johansson practicando encendido amor oral hasta acabar y acabarse con un Joaquim Phoenix muy parecido a Kurt Vonnegut. O extasiarse ante la foto ganadora del último World Press Photo (esos telefonitos en alto buscando cobertura y simbolizando no sé qué de la inmigración) dándose una vueltita por esa meca de la mecánica que es la Mobile World Congress: ese sitio/santuario anual –en una Barcelona que se rinde a sus pies y a sus orejas con auricular– al que se acude para tener orgasmos digitales y donde se aplaude a Mark Zuckerberg como alguna vez se alabó a profetas de intenciones más bien difusas, como en un capítulo especial y en vivo y en directo de la serie inglesa Black Mirror.Y después, a la salida, fumarse los cigarrillos electrónicos del después que todavía no se sabe si son buenos o malos o pésimos para la salud mientras se escuchan cosas en boca de funcionarios del tipo “Se quejan tanto de lo que hay que pagar por la electricidad pero bien que gastan y gastan felices en recargas telefónicas”. Alguna vez, piensa Rodríguez, uno de los signos de haber triunfado era el no estar para nadie, que no te pasasen llamadas, que te las atendiera y anotara un esclavo. Ahora –como la chica en esa perturbadora propaganda de Vodafone– ser alguien en la vida es salir desnuda a la calle y con el cuerpo pintado de ropa porque ya no necesitas bolsillos, porque todo lo que necesitas y mucho de lo que no necesitas entra y cabe en tu nuevo Vodafone Wallet. Teléfono inteligente para gente cada vez menos lista que –piensa Rodríguez– ya no piensa en el frío o en la lluvia o en algún violador que pueda andar suelto por ahí. El slogan es “No llevas nada pero lo llevas todo” y, por una vez, no miente. Nada en la cabeza, todo fuera de ella.
En algún momento todo esto tiene que alcanzar un límite, un final, tiembla Rodríguez. Tanta electricidad estática soplando en el viento deberá resultar en un retorno a las fuentes líquidas más que a las centrales eléctricas, se dice Rodríguez. El problema, claro, es si sabremos cómo volver a golpear dos piedras para que den fuego, para que den algo de juego, cuando todos estos juguetitos ya no funcionen más. O se hayan roto para siempre. O nos resulten casi tan incomprensibles y tan temibles como las facturas de la electricidad o como esa caliente Guerra Fría que ha vuelto a encenderse y que –deshágase la luz– nos puede costar muy cara.
A todos.
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