CONTRATAPA
El lado nocturno: fotos, guerra y pornografía
Por Aníbal Ford
Para muchos la guerra en Irak transformó las prácticas periodísticas. Las weblogs y las cámaras digitales, manejadas por periodistas, pero también por civiles y soldados impidieron que se reprodujera la férrea censura de la guerra del Golfo. Hasta se llegó a hablar de “periodismo sin periodistas” y de la formación de circuitos alternativos de información, sobre todo cuando se ventilaron las torturas de Abub Graib, una de las diez cárceles al servicio de los Estados Unidos.
Esto provocó algunas remezones en la opinión pública. Digo “algunas” porque las investigaciones en la Universidad de Maryland así como el artículo de María Esther Gilio en este diario demostraron que gran parte de la opinión pública norteamericana –informada por la televisión y no por una gráfica de muy baja tirada en relación con la población– tenía pocas o erróneas ideas sobre lo que estaba sucediendo en Irak.
Esto es importante y señala significativas contradicciones como en el caso de los periodistas que escribían ciertos textos para el contrato de lectura de sus diarios y otros muy diferentes en sus weblogs; también exasperó la crisis de credibilidad en los medios que generó la cadena de informaciones falsas que puntualizó Naomi Klein en 2003, el reino de lo falso: del pavo de cartón de Bush y su fundamentación de la guerra a la simulación de Nigeria en las filmaciones de la reina de Inglaterra en los sets de la BBC. Creció así una contradenominación para la cultura de nuestros días: la “sociedad de la desinformación”.
Pero si algo es especialmente duro en esta guerra es la fusión, la sinergia, el hermanaje que se dio entre las torturas y la industria de la pornografía. Que en todas las guerras hubo violencias, violaciones, torturas no es algo que se desconozca. Ya en la Dialéctica del Iluminismo Adorno y Horkheimer habían realizado un duro diagnóstico de las degradaciones humanas que se producen en las guerras. Incluso las relaciones entre guerra y pornografía no son nuevas. Nos referimos a las películas nazis de Sachsenwald que cambiaban por acero sueco o por petróleo tunecino. O si pensamos en otros registros: aquello que testimonió Pasolini al indagar el fascismo en su película maldita: Saló.
Pero en este caso estamos ante un cambio brutal y además industrializado. Porque no sólo se trata de la presencia de las retóricas de la pornografía en las fotos de los soldados, como lo señaló Susan Sontag, o de su transformación en souvenirs, sino de la utilización de la situación de dominio para producir para la industria pornográfica o de la imitación gratuita y disfrazada de la guerra en las cuevas de los porno-snuff o del cine Gore. (De paso hay casi dos millones de sitios porno en la red.) Pero lo cierto es que en el reino de la hiperinformación aparecen sitios donde en sus carteleras no faltan junto a accidentes y autopsias, quemados y mutilados, prácticas escatológicas y sadomasoquistas, pornografía variada, entradas como “Torturas a prisioneros iraquíes” o el dudoso video de la decapitación de Nick Berg (el que durante unos días destronó al sexo de su puesto top en la red).
Una “lista” que aunque uno este acostumbrado a las diversas formas de cinismo de la cultura contemporánea no deja de asombrar. Como tampoco deja de hacerlo que, mientras pasa todo esto, la secretaria de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Condoleezza Rice, una de las responsables de las torturas, escandalice haciendo topless –con un busto digitalmente prestado– en la película Stepford wives o que, cerca de Boise, capital de Idaho, se esté reproduciendo Abub Graib como parque temático pero con entradas –como víctimas o victimarios– que rondan los 1500 dólares.
Hay en el mundo más de 500 millones de personas conectadas a la red y 2 millones de weblogs de los cuales un millón doscientos mil están en inglés. La masa de información se multiplica casi tres veces cada dos años. Entonces uno no deja de preguntarse, sin ser demasiado orwelliano, qué significa todo esto. Puede decir como Joana Burke en The Guardian, parafraseando a Conrad, que esto nos dice “más de lo que queremos saber sobre el corazón de las tinieblas de nuestra sociedad”. Pero tal vez sea más claro volver al texto de Adorno y Horkheimer que menté más arriba: “Bajo la historia conocida de Europa corre una historia subterránea. Es la historia de la suerte de los instintos y las pasiones humanas reprimidos o desfigurados por la civilización. Gracias al presente fascista, en el que lo que estaba escondido sale a la luz, también la historia manifiesta aparece en relación con ese lado nocturno, que ha sido descuidado tanto por la leyenda oficial de los estados nacionales como por su crítica progresista”.