Martes, 28 de noviembre de 2006 | Hoy
Por Subcomandante Marcos*
Veintitrés años cumple el EZLN y, pronto, serán 13 los años que calendarios pasados son desde aquel primero de enero de 1994.
Vayan ustedes a saber por qué o cómo, pero el caso es que el EZLN salió muy otro.
Tal vez haya sido por la extraña mezcla de norte, centro y sur de México que animó sus primeros pasos.
O tal vez por la inmensamente mayoritaria sangre indígena de sus dirigentes, dirigentas, soldados y soldadas, bases de apoyo, y autoridades autónomas.
O tal vez por el largo y complicado puente que une, a pesar de los años, la distancia, los dolores, las desapariciones y las muertes, con las montañas del sureste mexicano.
O tal vez sea por el amasijo de todas esas cosas, que fueron y son la argamasa que nos da identidad, raíz histórica, aspiración y modo a las zapatistas, a los zapatistas.
Los modos y “ni modos” del EZLN han desconcertado a cercanos y lejanos al llamado neo zapatismo. Y cuando alguien aventura una definición o una certeza, ¡zaz!, las y los zapatistas salimos con alguna de nuestras ocurrencias.
Ya ven cómo hacemos rompecabezas con los calendarios y las geografías. Y luego resulta que las historias y mapas no se entienden si se acomodan mirando hacia arriba, y sólo quedan cabales si se mira hacia abajo y se pone uno de cabeza.
Un ejemplo: uno de los oficiales insurgentes del EZLN sostiene firmemente que, en lugar de felicitar a los cumpleañeros y cumpleañeras en su día, a quien habría que celebrar es a la madre o al padre, o a ambos.
Hoy el EZLN es el cumpleañero.
Así que yo quiero darles luz y tibieza a mis palabras en este lugar, que vio crecer a César Germán Yáñez Muñoz, nombrando y celebrando a doña Beatriz Muñoz García, originaria de Nueva Rosita, Coahuila, y al doctor Margil Yáñez Martínez, originario del municipio Lamadrid, Coahuila, sus padres.
La digna sangre que César Germán y sus hermanos y hermanas llevan en las venas vino de esa mujer, la doña Rosita le decíamos, y de ese hombre, a quien llamábamos “el don Romeo”.
Y no nombro ni celebro el dolor de no tenerlos aquí con nosotros. Tampoco el que ellos cargaron durante tantos años, buscando la respuesta a la pregunta de qué pasó con el tercero de sus hijos.
No, pero en cambio nombro y celebro las semillas que formaron, cuidaron y orientaron para que fueran lo que fueron y sean lo que son.
Así que aquí hay otro ejemplo del modo muy otro de los zapatistas, porque el don Romeo, el doctor Margil pues, nomás asomándose al mundo se dio en complicar los calendarios. Y es que al doctor se le ocurrió la travesura de nacer un 29 de febrero, haciendo un desmadre padre como cumpleañero.
Pero no sólo, porque resulta que el don Romeo, previo acuerdo de la doña Rosita y habiendo hecho el trato respectivo entre quienes se aman, pues se dieron a la amable tarea de nacer rebeldes.
Uno de los paridos por esa digna sangre, cuando el don Romeo sólo tenía en su broma de calendario, un poco más de 7 años, fue llamado “César Germán”, y nombrado cumpleañero cada 23 de octubre hasta el año de 1974, cuando fue desaparecido por el gobierno federal mexicano encabezado por un criminal llamado Luis Echeverría Alvarez.
A la rebelión contra el calendario, César Germán sumó la de la rebelión contra la muerte. El recién nacido había recibido la sentencia de muerte cuando vio la luz primera con apenas un kilo de peso. Pensaron que no duraría sino unas horas, pero César Germán fue arañando vida de estas tierras regiomontanas y libró un año, dos, tres, cuatro, y fue pintándoles caracolitos a los calendarios hasta que la noche del 6 de agosto de 1969 lo encontró, ya arrebatados 26 años a la muerte, fundando junto a otros mexicanos un proyecto de vida, de libertad, de justicia y de democracia para ese país que ya dolía y todavía se llama México, uno de los proyectos más hermosos, nobles y honestos que ha conocido la humanidad: el proyecto de prepararse para aprender, para obedecer, para despertar.
Hoy el EZLN es el cumpleañero.
Pero en nuestro modo hay que celebrar a quien nos engendró.
Por eso hoy, en nuestro 23 aniversario, quiero nombrar y celebrar a quienes, en estas tierras norteñas, formaron y cuidaron a la organización madre de lo que hoy es conocido públicamente como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
En Monterrey, Nuevo León, hace más de 37 años, un pequeño grupo de personas nacieron lo que llamaron Fuerzas de Liberación Nacional. Desde su origen la dotaron de una ética de lucha que después heredaríamos quienes somos parte del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Ni secuestros ni asaltos fueron fuente de sus recursos. En cambio, sustentaron su economía y su tamaño en el trabajo político entre la población explotada, despojada, despreciada, reprimida.
Ni acciones espectaculares, ni golpes de mano marcaron su andar. En cambio, alimentaron lo que llamaron “acumulación de fuerzas en silencio”, esperando el momento en que el pueblo, nuestro pueblo, requiriera de los modestos esfuerzos de una organización marcada por la frase del general insurgente, Vicente Guerrero, de “vivir por la patria o morir por la libertad”.
No asentarse donde tenían el apoyo, el conocimiento, la costumbre de vivir, trabajar y luchar, sino cruzar el país e irse al último rincón de nuestra Patria: las montañas del sureste mexicano.
No engañar, sino hablar con la verdad sobre caminos y dificultades.
No el culto a la muerte, ajena o propia, sino la lucha por la vida, pero por una vida mejor para quien sólo conoce la supervivencia adolorida del cada nada tiene.
No calcar manuales e importar teorías, análisis y experiencias extranjeras y extrañas, sino enriquecer las ciencias y las artes de la lucha con la historia de México y el análisis de nuestra realidad concreta.
No imponer, ni con armas ni con argumentos, la idea propia, sino escuchar, aprender, convencer, crecer.
No seguir el calendario de arriba, sino ir construyendo el calendario de abajo.
No dejarse imponer coyunturas ajenas, sino trabajar para tener la posibilidad de crear las propias, abajo y a la izquierda.
La ética del guerrero que se forjó en una casa de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México, habría de encontrarse años después con la ética de los guerreros de raíz maya en las montañas de Chiapas.
De esa mezcla habría de nacer no sólo el EZLN, también la palabra hecha arma, escudo y espada de los más olvidados de la Patria: los pueblos indios zapatistas.
Ya antes dije que los zapatistas somos muy otros. En esta otredad tenemos la creencia de que a la tierra se le da por parir, cada tanto, a una generación de hombres y mujeres a quienes encomienda una tarea determinada. Una misión especial, decimos los militares.
Los hombres y mujeres que en los ’60, ’70 y ’80 lo dejaron todo para tener nada, son nuestras madres y nuestros padres. A ellos y ellas llamamos la “generación de la dignidad”, la generación que tuvo como propósito el nacernos y heredarnos lo mejor de su historia personal y colectiva, para formar no a maestros, ni dirigentes, ni mandos, sino aprendices aplicados, dispuestos a aprender de quienes abajo son lo que son: indígenas, campesinos, obreros, empleados, ancianos, mujeres, jóvenes, niños y niñas.
Si ahora no están con nosotros para este cumpleaños, no es porque no lo hayan previsto. Su ausencia fue siempre de una alta posibilidad en el camino y el paso que eligieron, para que nosotros en él andáramos y, a estas alturas del partido, sigamos constatando que las botas de estas mujeres y hombres nos siguen quedando grandes, y tal vez eso sirva para explicar nuestras torpezas y tropiezos.
* De las palabras pronunciadas en la casa museo del doctor Margil por el 23 aniversario del EZLN. De La Jornada de México. Especial para Página/12.
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