CONTRATAPA

Ojo con las nuevas palabras

 Por Sandra Russo

Mauricio Macri no perdió intención de voto por negarse a debatir. El clásico debate preelectoral en rigor no suele ser demasiado interesante, ni la gente se interesa mucho en él. Si no, estarían en su búsqueda los canales de aire, y no un canal de cable. Por lo demás, los analistas políticos coinciden en que, si en algo influye un debate, esa influencia positiva o negativa proviene de los gestos y/o actitudes de los panelistas, y no de sus contenidos. Importan los gestos, la actitud. Los detalles: un saco cruzado, un saco abierto, la cantidad de asesores de cada uno, la opinión de los asesores al final... en fin, un plomazo.

Sin embargo, yo creo que no es porque los debates son poco interesantes que Macri no perdió intención de voto. Una vez más, el candidato está a salvo de lo políticamente previsible: su electorado no lee la declinación como una falta de coraje o de seguridad en sí mismo, sino como un desplante. Yo creo que todo esto hay que tomarlo con cuidado y con atención: se está poniendo en juego no solamente un candidato inverosímil de acuerdo con los parámetros de hace tres años, sino también un sistema completo de hacer política. Claro que Macri es la nueva política. Vaya si lo es. No sirve restarle el mérito de haber encontrado las grietas y haberlas perforado. Que Macri hable con una papa en la boca o que represente los valores que muchísima gente que vive en esta ciudad creía superados (la represión como método de disciplinamiento urbano; el nulo interés en derechos humanos; su aversión a las minorías sexuales; su asociación a los peores emergentes de los últimos años, como Sobisch y Blumberg), no significa que este hombre no haya llevado a cabo, ya, un cambio.

En el mundo vacío de contenidos ideológicos en el que proponen vivir Macri y sus adherentes intelectuales, hay palabras que estaban latiendo en el aire y que han sido cooptadas, reformuladas y vueltas a lanzar con una clara carga ideológica de derecha, y no de cualquier derecha: se parece a esas campañas llenas de globos y porristas de los republicanos, y renombra esas palabras, operando como un conquistador del lenguaje.

Macri propone cambio y la gente vota cambio. Eso provoca un cambio. Es un cambio bastante atroz, pero no deja de ser un cambio que una ciudad que se enorgullecía, hace poco, de que sus pobres no fueran reprimidos, haya sido penetrada hasta el tuétano por el discurso Hadad. Ese cambio ya se había producido y Macri lo habilita.

Sobre la nueva política, ¿quién puede discutirlo? Claro que Macri está haciendo una nueva política. No llegamos a purificar lo suficiente los canales naturales de las dirigencias, aunque probablemente eso no sea posible hasta que llegue el momento de que una nueva generación se abra su espacio. Pero que una política sea nueva también podía implicarnos esto, un viraje sombrío a la ilusión de la gestión aséptica, como si lo único que se necesitara fuera la agilización de la burocracia.

¿Y la palabra “agresión”? ¿No merece más lecturas? ¿No es un poco inquietante que en un país en el que siguen existiendo más de cuatrocientos pibes apropiados que desconocen su identidad, esa palabra vire? ¿No estaremos ante una voltereta terrible de la palabra “violencia”, para adjudicarla otra vez, una vez más, únicamente a la presión que llega desde abajo?

Que Macri se niegue a hablar de ideología puede rescatarlo a él, pero de ninguna manera va a impedir que se discuta ideología en las calles y en las casas. Es cierto que gran parte del electorado de Macri se alivia con la suspensión del debate y se alivia con el mutis político del candidato. Un argentinismo total: esa parte del electorado prefiere que le mientan. Acaso porque hay tanta gente así en este país es que tenemos tantos dirigentes que nos mienten. Hay paño.

El PRO no da a conocer sus propuestas en materia de derechos humanos. Pero ya sabemos que los vendedores ambulantes, las prostitutas, los cartoneros, los piqueteros, los estudiantes, los sindicatos, en fin, todos aquellos que quieran reclamar o trabajar en las calles serán sujetos indeseables que perturbarán el tránsito y que serán reprimidos con tal de que no haya embotellamientos. De alguna manera, pienso ahora, la victoria de Macri implicaría el triunfo del automovilista sobre el manifestante. Releo la oración y creo que puede ser leída por cualquier partidario de Macri como un slogan de campaña.

A esa campaña la están respaldando algunos intelectuales con reflexiones más pueriles que las se podrían leer en el Reader’s Digest. Esta semana me llegó un texto de Alejandro Rozitchner, que él publicó en su blog y que lleva por título “Diez razones para votar a Macri”. Por ejemplo, dice que “la gestión pública tiene que ser abordada con un criterio de gestión (la búsqueda efectiva del bienestar y crecimiento) y no con el de la ideología (la lucha contra los opresores y el rechazo de la supuesta barbarie capitalista)”. Guau: la barbarie capitalista todavía no está demostrada. El filósofo también escribe que “la ideología es el refugio de los incapaces (o aun peor, en muchos casos, la coartada de los corruptos)”. ¡Guau! ¿Eso sólo era la ideología? Haberlo sabido, en un país en el que todavía hay 500 pibes cuyos padres fueron asesinados y que no saben quiénes son. Y sigue: “...la derecha no existe, es un término con el que la izquierda intenta correr a los que no se suman a su visión retrasada del mundo”. ¡¡Guau!! ¡La derecha no existe! Entonces Rozitchner tampoco.

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