CULTURA › MARGARA AVERBACH EN LA FERIA DEL LIBRO INFANTIL Y JUVENIL
Magos que darán que hablar
La escritora presentó Los cuatro de Alera, que se prolongará en una saga. Junto con Joel Franz Rosell, Liliana Bodoc y Susana Cazenave de Rodríguez celebraron el surgimiento de una épica fantástica.
Por Silvina Friera
Cuatro nuevos magos acaban de aparecer en la literatura juvenil argentina: Emelda, Lunte, Zana y Damla. Creados por la escritora Márgara Averbach en Los cuatro de Alera, estos magos seguramente darán que hablar. En la Feria del Libro Infantil y Juvenil, la autora presentó el libro –que se prolongará en una saga– acompañada por Joel Franz Rosell, Liliana Bodoc y Susana Cazenave de Rodríguez. Averbach confesó que no tenía intención de escribir una épica: “En general yo tiendo mucho al realismo porque es a lo que estoy acostumbrada. Es algo extraño que yo haya llegado a escribir Los cuatro de Alera”, confesó la escritora, traductora literaria, docente universitaria e investigadora. “Me pone muy alegre el surgimiento de una épica fantástica –aseguró Bodoc–. Y lo digo porque a este territorio le hace falta épica, y no me refiero solamente al país o al continente, puedo hablar también de nuestros jóvenes que necesitan épicas, que son relatos colectivos que se solucionan de manera colectiva. Esta es una idea a la que tenemos que regresar con mucha fuerza, sumidos como estamos en una exacerbación del individualismo que a veces llega a ser hasta criminal.”
“Me hubiera resultado absolutamente imposible construir un corpus cultural ficcional sin meter las narices en la realidad. Y hasta donde sé y por lo que he leído, todas las épicas fantásticas tienen un referente cultural histórico.” Bodoc señaló que eligió las culturas aborígenes americanas por “el conocimiento que todos tenemos por ser parte de este colectivo mestizo, negado y golpeado”. El otro conflicto, según la autora de Los días del Venado, es cómo se relaciona el escritor de esa épica con el referente. “Me atengo a una relación de fidelidad estricta, me someto a la historia, le hago una genuflexión o la falseo como me dé la gana para escribir mi cuento –planteó Bodoc–. Esto fue un problema para mí, fue un debate conmigo misma y con el texto todo el tiempo. Porque los husihuilkes están referenciados en los mapuches, pero no son mapuches, y los zitzahay están referenciados en los aztecas, pero no son aztecas.” Bodoc encontró dos voces que la afianzaron en la idea de que “el referente histórico no puede actuar de manera coactiva jamás sobre la ficción”. Para Bodoc este referente nunca puede negar “el derecho fundamental de la ficción a mentir”, como decía Borges. La otra voz que la alentó a escribir su saga fue la de los aztecas, con su honda concepción del arte: “El artista, el alfarero, muestra el verdadero oro de las cosas porque le enseña a mentir al barro. La vasija es una mentira del barro, pero esta mentira revela el verdadero rostro de la tierra: ser bella y ser contenedora”.
“El haber leído literatura sobre los indios de Estados Unidos me abrió la puerta a un tipo de visión del mundo antioccidental, antiindividualista y muy grupal; sin ella no hubiera podido escribir este libro”, aclaró Averbach, quien reconoció que la lectura de los libros de Ursula K. Le Guin y Liliana Bodoc fueron fundamentales para despertar en ella el interés por el género. Otra de las influencias decisivas fue un congreso en Brasil sobre estudios estadounidenses. “Una amiga mía me invitó a una reservación guaraní. Las ventanas no tenían vidrio, y nos sentamos en círculo, la figura donde no hay jerarquización. Entraban y salían pájaros por las ventanas y un tucán se paró al lado del cacique guaraní. En un momento dado, hablando con el cacique, le pregunté por qué estaban abiertas las ventanas, y él me contestó: ‘Si la cierro, ¿cómo entran los pájaros?’.”
Otra cuestión que sorprendió a Averbach fue la interpretación: de todos los que estaban sentados en círculo, el cacique era el único trilingüe: hablaba guaraní, castellano y portugués. “Me pareció que él hacía de puente, no sólo entre idiomas, como hace cualquier traductor, sino entre culturas”, aclaró la autora, quien comenta que cuando empezó a escribir Los cuatro de Alera se dio cuenta de que iba a ser fantástico porque “si me quedaba dentro del realismo, no podía salirme de mi cultura”. Averbach advirtió que siempre trata de escribir libros que tengan varios protagonistas. “Son cuatro personajes –precisó la autora–; es porque es el número sagrado de las tribus de Norteamérica, porque tiene que ver con los puntos cardinales y con una manera de estar en el mundo.”