Sábado, 4 de octubre de 2008 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
Por Alfredo Zaiat
En Estados Unidos casi veinte bancos están en quiebra o fueron intervenidos, además de que más de una centena están bajo examen de supervivencia de la Federal Deposit Insurance Corporation (FDIC), organismo independiente que garantiza los depósitos en las entidades financieras de ese país. En su página web se informa que el Congreso creó la FDIC en 1933 para restablecer la confianza del público en el sistema bancario, destrozada por el crac del ’29 y la gran depresión del ’30. La FDIC garantiza los depósitos de 8451 bancos y cajas de ahorro del país y “promueve la seguridad y solidez de estas instituciones a través de la identificación, supervisión y cuidado de los riesgos a los que están expuestas”. La FDIC no recibe dinero proveniente de impuestos federales y las entidades aseguradas financian sus operaciones. En su sitio de Internet también precisa que posee fondos por poco más de 49 mil millones de dólares para garantizar depósitos que suman en total 3 billones. Cubre hasta 100 mil dólares, monto que en el paquete de rescate aprobado por el Congreso elevó a 250 mil para tranquilizar a los ahorristas que empezaron a retirar el dinero de sus cuentas, en un proceso que es bien conocido por los clientes bancarios argentinos. En un ciclo dramático de concentración en la potencia mundial, el FDIC está financiando la reconfiguración de su sistema financiero, que con la asistencia extraordinaria de 750 mil millones de dólares se pretende salvar del naufragio. El fracaso de este plan, que adelantan prestigiosos economistas como Joseph Stiglitz, Paul Krugman y Nouriel Roubini, precipitaría una acelerada nacionalización bancaria.
En Europa, han quebrado cinco bancos en Alemania, cuatro en Gran Bretaña, dos en Dinamarca y dos en el Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo). Las dos entidades italianas líderes, UniCredit y Banca Intesa, están cruzadas por una ola de desconfianza que desmoronó sus respectivas cotizaciones en la bolsa, lo que obligó al primer ministro Silvio Berlusconi a prometer que su gobierno garantizará todos los depósitos. Irlanda fue directo al ojo del huracán y anunció una garantía ilimitada para todos los depósitos de ahorristas en los principales seis bancos locales y el dinero prestado a las entidades por otras instituciones financieras por el término de dos años. Holanda absorbió el grupo bancario Fortis, que incluye al ABN Amro, destinando 16.800 millones de euros. Francia anunciará un paquete de regulación del sistema, con el antecedente cercano de hace un año, cuando el BNP Paribas dispuso un corralito para el dinero en tres fondos de inversión. La Autoridad de Servicios Financieros de Gran Bretaña elevó la protección estatal a los depósitos de 35.000 a 50.000 libras esterlinas para evitar la fuga hacia entidades irlandesas. La normativa comunitaria fija una cantidad mínima asegurada de 20.000 euros (por ejemplo en España) y máxima de 103.000.
Cada uno a su ritmo y estilo, Estados Unidos y Europa avanzan en una nacionalización de gran parte de sus sistemas financieros, que se manifiesta en absorción de entidades, apropiación de paquetes accionarios, control del crédito, mayor protección estatal de los depósitos, elevación del porcentaje del dinero inmovilizado por prevención, entre otras medidas de intervención del sector público. En ese proceso los multimillonarios planes de rescate no serán la solución mágica al pánico, sino que sólo servirán para ganar tiempo en la transición a un nuevo sistema bancario mundial.
En forma caótica y desesperada se ha desmoronado un régimen de funcionamiento de las finanzas internacionales. Se ha comprobado a un costo elevadísimo la falacia de la concepción de la desregulación, del paraíso del libre movimiento de capitales, la invulnerable sofisticación de instrumentos especulativos con activos bancarios, la flexibilización de las normas prudenciales y, en especial, la destructiva idea de que los mercados financieros se autoequilibran. Todo el andamiaje ideológico, político y normativo de la globalización financiera se ha derrumbado. Uno de sus paradigmas más fuerte quedó hechos trizas: la independencia de las bancas centrales del poder político. Presentada como verdad absoluta por los fundamentalistas del mercado, se ha probado que era simplemente el instrumento para colonizar una institución fundamental de la política económica por parte del sector financiero. El presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt, tan recordado en estos días de crac, los denominó bankgsters, una clase cleptocrática que tomó el control de la economía, asaltando y capturando el Estado.
Hasta cierto punto resulta conmovedor observar las patrullas perdidas de la división Buenos Aires del Muro de Wall Street en su persistente desfile mediático explicando lo que para ellos es doloroso entender. Ahora destacan la importancia de las bancas centrales como prestamista de última instancia inyectando fondos a las entidades en la cornisa. También justifican que los Estados brinden prioridad a la tarea de atender el riesgo sistémico (salvar bancos para proteger la economía real) por sobre el riesgo moral (dejar caer a los bancos para castigar a los malos banqueros) en contextos de gran incertidumbre y desconfianza generalizada. Durante años se dedicaron a propagandizar lo contrario, como lo hacía la tecnoburocracia del FMI, con los daños conocidos.
La destrucción de ese tipo de globalización financiera, que ha sido un factor perturbador de la macroeconomía de los países periféricos, siendo el estallido argentino en el 2001 el caso emblemático, deja al descubierto la sucesión de ficciones que fue moldeando el neoliberalismo en la conciencia colectiva. El Estado no fue apartado de la economía, sino que fue apropiado por el sector financiero y los grandes grupos, como se expone con impudor en la debacle en Estados Unidos.
La Comisión de Economía del colectivo de intelectuales Carta Abierta expresó en su primer documento de difusión pública (Sin Estado no hay Nación), en relación con la realidad argentina, que “el Estado, como principal esfera receptora de las tensiones y contradicciones entre clases y sectores sociales, privatizó sus potestades intervencionistas en materia económica, transfiriéndolas al mercado. Liberadas las fuerzas asimétricas de los agentes económicos de los límites impuestos por la institución que debía velar por los intereses colectivos, el rumbo económico apuntó a la concentración de la riqueza, el empobrecimiento y la desarticulación del aparato productivo”. La caída del Muro de Wall Street expone la hipocresía del neoliberalismo, que publicitó la hegemonía del mercado colonizando el Estado. Es lo que sucede ahora cuando el Estado es convocado de urgencia a aportar miles de millones de dólares para rescatar bancos.
El desafío y enseñanza de esta crisis para países alejados del epicentro, como Argentina, se encuentra en recuperar las herramientas y áreas del sector público expulsando la lógica de funcionamiento neoliberal. Si se hace un esfuerzo importante para aislar del análisis a los funcionarios que están a cargo –controvertidos y sospechados–, se observa que las críticas más violentas se dirigen a las dependencias del Estado que intentan una intervención más activa: Ministerio de Economía, vía acuerdos de precios y participación en la cadena agropecuaria con cupos a las exportaciones y retenciones, y el Ministerio de Infraestructura, a través de la obra pública y los subsidios. En cambio, el Banco Central, que poco ha cambiado en estos años la normativa ortodoxa y de regulación del sistema financiero, se encuentra aislado de observaciones críticas sobre su política y, en especial, sobre el manejo de una cartera de inversiones millonaria que incluye la administración de reservas, compraventa de títulos públicos y operaciones cambiarias. Por el contrario, se ignora esa cuestión vital y se aplaude la organización de Jornadas Monetarias con presencia mayoritaria del pensamiento financiero conservador local e internacional. En el discurso dominante sólo se señala como negativo, paradójicamente, cierta dependencia del Banco Central a los lineamientos de la política económica (definición de la paridad cambiaria y utilización de reservas para pagar deudas), reiterando así la concepción neoliberal de la globalización financiera.
La tarea no consiste solamente en elaborar discursos para que el Estado recupere legitimidad en la sociedad, sino en trabajar para que sus herramientas y políticas sirvan al interés de las mayorías y no a una minoría privilegiada de grupos concentrados y banqueros.
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