ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: POLíTICA CAMBIARIA

¿Qué hacer con el dólar?

En los últimos meses se instaló en el mercado la sensación de que el dólar está “barato” y que, por lo tanto, el mejor negocio es comprar a la espera de una mayor devaluación. Los especialistas evalúan cómo debería proceder el Gobierno en este contexto.

Producción: Tomás Lukin

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Falta de reacción

Por Federico Pastrana *

La estrategia macroeconómica actual sufre varios problemas. La política cambiaria ha demostrado una falta de reacción ante los cambios externos y no se encuentran señales claras sobre su comportamiento futuro. Esto aumenta la incertidumbre e incentiva la salida de capitales. A partir de la aceleración de la inflación evidenciada en los últimos dos años el peso sufrió una apreciación real frente al dólar, como resultado de la inmovilidad del tipo de cambio nominal. Sin embargo, la apreciación del real, que venía acompañando a la política de metas de inflación adoptada por Brasil, mantuvo relativamente estable el tipo de cambio real multilateral. Con el estallido de la crisis internacional a fines de año pasado, el país vecino dejó depreciar su moneda, lo cual intensificó la pérdida de competitividad de la producción argentina.

En ese contexto, las expectativas de devaluación del peso aumentaron, alimentando la salida de capitales. La lenta depreciación del peso no consiguió desincentivar la compra de dólares por parte de los agentes privados. La salida de capitales responde a una clara racionalidad económica, que nos enseñan los manuales básicos de macroeconomía. Si una mercancía actualmente en el mercado está barata y se espera que su precio en el futuro sea mayor, convendría comprar ese bien hoy y venderlo mañana para apropiarse de la diferencia. Si se espera que el tipo de cambio sea mayor mañana, entonces conviene comprar dólares hoy y venderlos mañana. Así, mañana conseguiré más pesos que los que tengo hoy. Muchos agentes privados efectivamente esperan que el tipo de cambio nominal se eleve y están comprando dólares actualmente, dado que el Gobierno no está dando señales claras de abandonar uno de los pilares de su política económica: el tipo de cambio alto. Mientras que la paridad verificada en los hechos no sea la que los agentes privados esperan, la salida de capitales continuará, e implicará una pérdida de reservas del Banco Central, en caso de que se continuara interviniendo para evitar una depreciación.

Por otro lado, la apreciación registrada del tipo de cambio real implicó una paulatina pérdida de competitividad de los sectores transables. Esto se suma a la caída de la demanda tanto externa, debido a la crisis internacional, como interna por los efectos que ésta produjo. Ambos factores impactan directamente tanto en la rentabilidad del sector transable como en los niveles de empleo y producción. Las empresas que se ven más desprotegidas (con poco acceso al financiamiento y escaso poder de mercado) son las más intensamente afectadas por esta situación.

Entonces, tanto por motivos financieros como productivos resulta conveniente elevar el tipo de cambio. Al depreciar la moneda, el tipo de cambio se acerca más al esperado, disminuyendo la tasa de depreciación esperada, lo cual desincentiva la adquisición de activos externos. Por otro lado, disminuyen los costos en dólares de las empresas y se encarecen las importaciones. Estos factores actúan aumentando la rentabilidad del sector transable y protegiendo el mercado interno en un contexto de crisis.

Los efectos benéficos de mantener un tipo de cambio competitivo (dólar caro) han sido probados con la experiencia de crecimiento postconvertibilidad. En este período se evidenció un extraordinario incremento de la demanda agregada, con efectos positivos sobre el empleo, los salarios y los niveles de pobreza. Además, contrastando con la experiencia histórica, el fuerte crecimiento económico se dio con un superávit en las cuentas externas. Esto propició un importante aumento en el stock de reservas internacionales que permitió tener una autoprotección frente a los volátiles movimientos internacionales de capital y frente a posibles ataques especulativos contra el peso. Esta experiencia agrega argumentos empíricos a favor de la conveniencia de sostener el tipo de cambio real en niveles competitivos, lo que se traduce en el presente en la necesidad de elevar el tipo de cambio nominal.

Sin embargo, la estrategia no está exenta de problemas. Muchas veces la devaluación formó parte de políticas ortodoxas de ajuste, asociadas con la necesidad de equilibrar las cuentas externas. La elevación del tipo de cambio, mediante su efecto sobre el nivel de precios, implicó en varias ocasiones una importante redistribución de ingresos en contra de los asalariados. Esto no solamente afectó regresivamente la distribución sino que también tuvo un efecto contractivo sobre el nivel de actividad interna. En el actual contexto de depresión se espera que el impacto de la depreciación sobre los precios sea bajo, lo cual no implica que no exista. Por lo tanto, resulta necesario que la política cambiaria sea complementada con una política fiscal expansiva y con políticas de ingresos que tiendan a compensar los posibles efectos regresivos y recesivos de la medida.

* Economista, Cedes y FCE-UBA.


Recomponer competitividad

Por Juan Santiago Fraschina *

El tipo de cambio real competitivo ha sido uno de los instrumentos más importante para la instauración del nuevo modelo de valorización productiva con inclusión social. Sin embargo, en la actualidad, y frente a las consecuencias de la crisis mundial, es necesario recomponer la competitividad del tipo de cambio.

En la década del noventa durante el modelo de convertibilidad prevaleció la economía política del retraso cambiario que estimulaba las importaciones, sobre todo de bienes industriales, y desalentaba las exportaciones. Este fenómeno se tradujo en dos consecuencias negativas para la economía argentina:

1) Al generar que las importaciones superaran en forma permanente a las ventas externas se tendía a una balanza comercial deficitaria que junto al pago de intereses de la deuda externa y la remisión de utilidades de las empresas extranjeras condujeron a un déficit constante de la cuenta corriente de la balanza de pagos. Para financiarlo se recurrió a la deuda externa pública.

2) El “boom” importador de bienes manufacturados provocó un fuerte proceso de desindustrialización de la economía argentina. Asimismo, la destrucción de la industria nacional al no poder competir con los productos extranjeros generó un aumento del desempleo, la pobreza y la indigencia junto con una primarización de la producción.

Es decir, el retraso cambiario característico del modelo de convertibilidad implicó un aumento del endeudamiento externo al mismo tiempo que se incrementaba el proceso de desindustrialización y la exclusión social.

Con la salida del régimen de convertibilidad y la devaluación de la moneda nacional, el tipo de cambio real competitivo incentivó la sustitución de importaciones y promovió el crecimiento de las exportaciones. Esto trajo los siguientes beneficios para la economía argentina:

–Un superávit comercial que junto con la reestructuración de la deuda externa pública permitieron un sostenido superávit de la cuenta corriente de la balanza de pagos, lo cual posibilitó el incremento constante de las reservas del Banco Central.

–Un mejor nivel de producción y empleo como resultado de la reconstrucción de la industria nacional.

–Una diversificación productiva como consecuencia del proceso de reindustrialización de la economía argentina.

Sin embargo, con la crisis internacional desatada en Estados Unidos, que terminó repercutiendo en el resto de los países, el tipo de cambio real volvió al centro del debate. La inflación interna sumada a la devaluación de Brasil y la caída de ciertos precios internacionales debido a la recesión internacional erosionaron la competitividad de la economía nacional. A esto debemos agregarle la necesidad de países como China de colocar sus excedentes de producción en economías como la Argentina.

Un nuevo “boom” de las importaciones provocaría un retroceso en el modelo de valorización productiva con inclusión social. En efecto, el retorno a la importación masiva de productos industriales atentaría con el proceso de reindustrialización que está experimentando la Argentina. Las consecuencias del quiebre de la industria nacional son conocidas: aumento del desempleo, caída del salario de los trabajadores, incremento de la pobreza y la indigencia, es decir, exclusión social con concentración del ingreso.

Por lo tanto, se necesita de una devaluación del tipo de cambio nominal para recuperar la competitividad del tipo de cambio real. La devaluación debe ser complementada con uno de los pilares del nuevo modelo de desarrollo: una mayor intervención estatal. La política de control de precios, retenciones a los productos agropecuarios, compensaciones, aumento de los salarios y las jubilaciones junto con un mayor control de cambio y de la fuga de capitales deben profundizarse con la devaluación de la moneda nacional.

En otras palabras, se debe evitar a través de la mayor intervención estatal caer en una devaluación tradicional que implica la caída del salario real como consecuencia del aumento de precios que genera la devaluación y que luego se traduce en aumento de la pobreza, caída de la demanda interna, reducción de la producción e incremento de la desocupación. Esta visión se contrapone a la postura “devaluacionista” de los sectores dominantes. En efecto, mientras que las entidades agrarias propugnan por una devaluación con reducción de las retenciones, la UIA aspira a una devaluación sin paritarias.

Por otro lado, a través de un mayor control de cambio y una mayor regulación de la cuenta de capital de la balanza de pagos se debe evitar la pérdida de depósitos del sistema bancario argentino para la compra de dólares y la salida de capitales al extranjero. De la recuperación del tipo de cambio real junto con la mayor intervención del Estado en la economía depende, entre otras cosas, la consolidación del modelo de valorización productiva con inclusión social.

* Economista del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (Geenap).

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