Viernes, 30 de abril de 2010 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Martín Granovsky
Los brasileños deberían escribir un libro y mandarlo para aquí: un manual para entender a José Serra. El candidato de oposición para las elecciones presidenciales de octubre dijo primero que el Mercosur es “una farsa”. Después pidió “flexibilizar el Mercosur”. ¿Cómo se flexibiliza una farsa? Misterio. Lo que queda claro, desde la Argentina, es que José Serra asocia el Mercosur con una valoración negativa. Para él, en cambio, sería positivo que Brasil firmase muchos tratados de libre comercio. Según Serra, Brasil no puede hacerlo, justamente, por culpa de las barreras que le impondría el Mercosur. Es decir que su horizonte de política exterior ideal luce muy sencillo: menos Mercosur y muchos TLC.
El actual gobernador del estado de San Pablo acaba de tirar dos mitos al tacho. El primero es que nadie en Brasil discute la política exterior, que vendría demostrando una continuidad sin fisuras desde que Pedro I se proclamó emperador de una monarquía constitucional en 1822. El segundo es que la política exterior nunca forma parte de la política interna, y menos de una campaña electoral.
Según datos del Intal, el Instituto para la Integración de América latina, cuando en 2009 el comercio internacional se desplomó también bajaron las exportaciones brasileñas a la Argentina, Uruguay y Paraguay, los socios del Mercosur. Las exportaciones bajaron 27,2 por ciento y las importaciones bajaron 12,2 por ciento. Pero la mirada histórica con detalle es más interesante:
- En 2008, cuando la crisis internacional ya había comenzado, las exportaciones se habían incrementado en un 25,3 por ciento respecto del 2007 y las importaciones en un 28,5 por ciento.
- En medio de la peor crisis desde los años ’30, el valor del intercambio con el Mercosur fue de 28.935 millones de dólares en 2009. Casi igual a la cifra registrada en 2007, antes de la crisis: 28.978 millones de dólares.
O sea que la debacle mundial no fue una debacle regional. Serra podría decir que las cifras demuestran su posición: más comercio y menos arancel externo común. Pero, ¿así funciona el mundo? ¿O también el volumen de intercambio y las proporciones que representa el otro socio en el comercio exterior de cada país tienen un fuerte condimento de política internacional?
Ni Brasil ni la Argentina sufrieron el 2009 como Grecia. No sufren tampoco el 2010 de los griegos, caso paradigmático actual de un país obligado a seguir el camino de contracción fiscal y económica sufrida ya por los brasileños con Fernando Henrique Cardoso (FHC) y por los argentinos con Carlos Menem. Pero Grecia está lejos. Más cerca, México sufrió más la crisis porque el 80 por ciento de su intercambio depende de la relación comercial con los Estados Unidos, porque los migrantes a los Estados Unidos disminuyeron sus remesas a casa por falta de trabajo y porque las migraciones bajaron por la combinación de restricciones y políticas como la xenofobia de Arizona.
Brasil y la Argentina fueron menos golpeados por la debacle. En parte cada uno amortiguó el golpe por una política macroeconómica neodesarrollista que compensó la caída apostando a la reactivación y no al ajuste. Y en parte el hecho concreto es que no necesitaron de ningún TLC para seguir con su estrategia de comercio diversificado, entre ellos mismos, con otros socios de la región o con China.
El Mercosur no es el paraíso, en buena medida porque fue vaciado de política por la dupla FHC-Menem con ayuda de Domingo Cavallo, el ministro que adoraba las áreas de libre comercio y detestaba al Mercosur tanto como Serra.
El punto clave es que hoy el Mercosur representa uno de los distintos resultados concretos del armado político regional. Otro resultado es la Unasur, en construcción desde el 9 de diciembre de 2004, que agrupa a toda Sudamérica. Otro más es el Consejo de Defensa Sudamericano. Y la clave de la estabilidad sudamericana es la sólida relación entre la Argentina y Brasil, el vecino de la Argentina que representa la “B” del grupo BRIC junto a India, Rusia y China. No es poco: la región no presenta ningún conflicto limítrofe importante y revela una sintonía mayoritaria y un nivel de paz y previsibilidad que hoy son una rareza mundial. El compromiso alcanzado por los presidentes Cristina Kirchner y José “Pepe” Mujica de respetar el Tratado del Río Uruguay no borra ningún error de cada país en el pasado, pero marca un modo inteligente de recomponer el daño en las relaciones.
Cuando la palabra “farsa” aparece en medio de esta construcción imperfecta pero persistente conviene encender las luces de alerta. ¿Serra –como Eduardo Duhalde aquí con su crítica a los juicios por crímenes de lesa humanidad– eligió la espectacularidad para diferenciarse de Lula y de la candidata del PT Dilma Rousseff? Es probable, pero en su caso conviene tener en cuenta que siempre receló de la relación privilegiada con la Argentina. Si además ignora las construcciones institucionales colectivas, tal vez esté indicando que en su opinión los objetivos regionales deben disolverse en múltiples TLC particulares.
Pero la apuesta a favor del modelo de los TLC no serviría para amortiguar una crisis feroz. Tampoco es útil la receta para solucionar por medio de la negociación, como ya sucedió, tensiones políticas como las vividas en los últimos años en los casos de Bolivia, de Colombia, de Venezuela y de Ecuador, o para dar un horizonte de inclusión a Cuba con el primer encuentro de presidentes de América latina y el Caribe.
No son gestos retóricos. Cuanto más intensa sea la convivencia regional será más fácil para cada país negociar en un mundo turbulento. Sudamérica probó que puede mantener diferencias con los Estados Unidos, como cuando rechazó el área de Libre Comercio de las Américas, un tema que hoy parece archivado para todos, vaya a saber si también para Serra, y a la vez evitar la hostilidad infantil con Washington. Brasil y la Argentina, por tomar de ejemplo a los dos socios mayores del Mercosur, tuvieron una postura común frente a la deuda: se desengancharon del Fondo Monetario Internacional, aumentaron sus reservas, abandonaron el modelo adictivo de absorción de capitales y desconectaron la mecha común que unía a dos bombas, la deuda interna y la deuda externa. Los dos países plantean ahora reformas democratizadoras en el FMI y los otros organismos multilaterales. Y consiguieron que cada diferencia en el comercio quede limitada a un pequeño porcentaje de su intercambio bilateral (es menor al 10 por ciento del total) y pueda ser negociada sin escaladas políticas.
Con esta política Brasil y la Argentina crecieron y disminuyeron la indigencia y la miseria. Lo mismo hizo Uruguay con Tabaré Vázquez primero y ahora con Mujica, y eso intenta Paraguay con Fernando Lugo. El resultado no está tan mal, si se lo compara con épocas anteriores de recesión o, como en la primera etapa Cavallo-Menem, de crecimiento sin mayor justicia social ni aumento del empleo.
¿Qué farsa querrá montar Serra en Brasil? Con FHC y Menem, dos tipos divertidos cada uno a su modo, ambos países terminaron llorando. Y en la vida, para decirlo en brasileño, siempre es mejor la joia.
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