Sábado, 26 de junio de 2010 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
Por Alfredo Zaiat
Varias palabras identifican a los militantes de las políticas de ajuste sobre los grupos vulnerables de la sociedad, pero una los delata sin posibilidad de simulación en estos tiempos de crisis internacional: “austeridad”. Ante la sucesión de descalabros sociales en las últimas décadas, mencionar el término ajuste ha empezado a provocar cierta prevención, aunque no pocos economistas mantienen su actitud fundamentalista de no ocultarlo. Otros han preferido eludir con habilidad ese sello de identidad del fracaso buscando una vía de escape en el vocablo “austeridad”, que encierra todavía un significado positivo para la mayoría, aunque tiene el mismo contenido que el del ajuste. Ese concepto de austeridad aceptado socialmente se vincula con esa concepción familiar que dice que “el ahorro es la base de la fortuna, pero que para un Estado ese mandato implica restricciones puesto que su presupuesto e influencia en el funcionamiento de la economía no tiene nada que ver con la organización del dinero de un hogar. Esa confusión es alimentada en el espacio público local por esa particular alianza legislativa que unifica a conservadores con sectores de la centroizquierda, preocupados por la reasignación de partidas del gasto público, la magnitud de subsidios y el manejo global de recursos por parte del Estado. Son inquietudes interesantes en situaciones de normalidad de la economía internacional, pero que en la actual situación requieren precisión conceptual para no quedar absorbidos por los tradicionales mensajes de los abanderados del ajuste. Diferenciación compleja de lograr puesto que no se debe ignorar lo que ya se ha estudiado bastante respecto de la influencia en la sociedad del vínculo medios de comunicación y hegemonía cultural.
El debate sobre el gasto público, su origen y destino, no es uno más en estos momentos de descalabro económico global. La histórica defensa de la intervención estatal en la economía es tan importante como evitar ser compañero de ruta del cuestionamiento global a la administración de los recursos públicos. Este aspecto es muy relevante porque a nivel internacional se está librando una fuerte batalla sobre la cuestión fiscal, con epicentro en la desquiciada Eurozona y donde Estados Unidos juega de contrapeso alentando la continuidad de los planes de estímulos fiscales en defensa de sus propios intereses. Se sabe que las tendencias conservadoras luego se irradian hacia la periferia, como lo prueban las experiencias del reaganomics de los ochenta y el Consenso de Washington de los noventa. Usinas del pensamiento neoliberal domésticas ya han asumido en tarea silenciosa una fuerza de avanzada con el tema previsional, planteando la necesidad de elevar la edad jubilatoria con el argumento de la sustentabilidad del sistema de largo plazo, en espejo a las medidas dispuestas por países europeos en crisis.
En la actual fase del descalabro de las finanzas globales está predominando en Europa la idea de la austeridad como solución a los profundos desequilibrios económicos. Esa receta la levanta Alemania liderando ese sendero con un plan ejemplificador de recorte presupuestario por 80 mil millones de euros hasta el 2014. Esta política está basada en la concepción de que el abultado déficit fiscal es el causante de la debacle. Se oculta así que esos elevados saldos negativos de las cuentas públicas tienen su origen en bondadosos gobiernos que han aportado voluminosos paquetes de rescate al sistema financiero para evitar su quiebra en los últimos dos años. Con una elevada cuota de cinismo, los principales beneficiarios de esos millonarios auxilios fiscales son ahora los mayores críticos de lo que denominan políticas irresponsables y de despilfarro de gobiernos, exigiendo ahora el camino de la austeridad. Afirman sin ruborizarse que quieren la menor intervención pública en los asuntos económicos, obviamente a menos que los beneficie directamente. Aquí es donde se expresa con más nitidez la presencia de esa hegemonía cultural de la ortodoxia económica a través de los medios, exponiendo a economistas del establishment y a la clase política conservadora en arremetida sobre el gasto público, lo que exige a representantes del pensamiento crítico cierta habilidad para no quedar confundidos entre ellos. Marshall Auerback, analista económico norteamericano e investigador del Roosevelt Institute, lo explica del siguiente modo: “las elites que se escandalizan contra este gasto público vienen a ser como alguien que proporciona a otro cinco paquetes de cigarrillos al día para luego indignarse del hecho de que su beneficiario hubiera contraído irresponsablemente un cáncer de pulmón”.
Este es el principal tema de disputa en el G-20, que se reúne este fin de semana en Toronto, Canadá, y no el impuesto a las transacciones financieras que Alemania y otros países impulsan con escasa convicción. Los representantes políticos de las finanzas globales imponen el recorte de lo que califican el despilfarro del gasto público, lo que implica reducir aún más la demanda privada. También definen rebajas de los salarios. Esos líderes toman decisiones adoptando la línea conceptual del FMI, según la cual los multiplicadores fiscales son relativamente bajos. Esto implica que un fortísimo ajuste, como están anunciando en orden disciplinado los europeos, no agudizaría el ciclo recesivo. Están convencidos de que la economía reaccionará con estabilizadores automáticos a partir de una política de austeridad. Auerback explica que “hay pruebas empíricas abrumadoras de que esa hipótesis es falsa y de que la puesta en práctica de políticas fundadas en esa hipótesis causan daños –que afectan a generaciones enteras– en términos de caída en el volumen de producción, de ingresos, de empleos y de quiebras empresarias”.
El Premio Nobel de Economía Paul Krugman apunta con dureza contra esa política de austeridad, al considerarla un “terrible error”. Señala que esa estrategia auspiciada por Alemania “es una mala idea”. Entre otras medidas, la canciller Angela Merkel dispuso que se bajarán los sueldos de los funcionarios públicos, eliminarán miles de puestos de trabajo en el Estado, recortarán beneficios sociales a sectores desprotegidos y se congelarán obras públicas. Krugman explica que la “cultura de la estabilidad” presupuestaria alemana vale para tiempos normales, no para los actuales, cuando los países con superávit comercial deben contribuir al crecimiento con inversión pública y dinamizando el consumo interno, para actuar así como motor de impulso para el resto de las economías. La austeridad alemana impactará negativamente en los otros países europeos vulnerables, profundizando la recesión y debilitando aún más el euro.
Ese retroceso de la moneda común europea termina favoreciendo a las exportaciones europeas, en especial al complejo industrial alemán. Esta movida es lo que inquieta a Estados Unidos y por ese motivo Obama propuso en el G-20 mantener los estímulos fiscales para salir de la crisis, en línea opuesta a la política de austeridad. La estrategia de Merkel, combinada con una devaluación del euro y una reducción del consumo interno, culminará exportando los efectos de la austeridad alemana al resto del mundo, afectando la economía de Estados Unidos, pero también instalando el riesgo de estar empujando otra vuelta de la crisis global.
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