EL MUNDO › HAZAñAS Y ANéCDOTAS QUE PINTAN LOS PRIMEROS CINCUENTA AñOS DE LA REVOLUCIóN CUBANA

Pequeñas historias revolucionarias

Campesinas analfabetas llegan a La Habana a aprender a leer, escribir y coser. El mozo que quiso pelear. El muchacho que admira al Che Guevara pero también quiere un plasma y un reproductor de mp3. El compromiso de la Nueva Trova y mucho más.

 Por Felipe Yapur

Desde La Habana

Esta medianoche comienza para los cubanos el año del 50º aniversario del triunfo de la revolución que encabezaron Fidel, Raúl y el Che, entre tantos otros. Durante cinco décadas, la Cuba socialista enfrentó invasiones (militar y mediática), atentados, el bloqueo norteamericano, la caída del campo socialista del Este europeo y hasta, si se quiere, sus propios errores. A todos y cada uno de esos problemas le fueron encontrando –como dijo el sábado pasado Raúl Castro ante la Asamblea Nacional– soluciones que les permiten afirmar que nada detendrá el camino que comenzaron a recorrer aquel 1º de enero de 1959.

Cientos de miles son las anécdotas e historias que pintan estos primeros 50 años. Los cubanos, incapaces de olvidar alguna, las relatan con pelos y señales como una forma de mantener la memoria histórica.

Estrellas bajas

“Es una ciudad con las estrellas bajas”, dijo la muchacha de unos 18 años cuando el avioncito que trasladaba a un grupo de las 900 campesinas que llegaban a la capital cubana estaba por aterrizar. Las que las acompañaban sonrieron, los organizadores no entendieron la frase. Estas campesinas, todas analfabetas, llegaban a cumplir el desafío de aprender a leer y escribir al tiempo que adquirirían el oficio de costureras. Al frente de este proyecto estaba una médica, Elsa Gutiérrez, a la que el mismísimo Fidel Castro le había encomendado la misión. Corría 1961 cuando las alojó a todas en el Hotel Nacional. Nadie sabía que en pocos días más iba a producirse el intento de invasión de Playa Girón.

La campesina de la frase, como todas las que la acompañaban, nunca había visitado La Habana. Las luces de la ciudad vistas desde el avión fueron lo que disparó su expresión. Al comprender lo dicho por la muchacha, Elsa Gutiérrez creyó no estar a la altura de la tarea ordenada y se lo expresó a Fidel, que desde su altura le respondió que todo iba a salir bien. El temor regresó a la médica cuando llegó la noticia de la invasión de los anticastristas. Gutiérrez volvió a confesar su temor ante Fidel, que, a pesar de la batalla, se hizo tiempo para visitar el plan alfabetizador.

“Tengo miedo, Fidel, de que nos bombardeen el hotel. Están las muchachas allí”, le dijo. Castro le puso una mano en el hombro y le preguntó: “¿Quieres que te ponga un cañón en la puerta?”. La médica asintió, convencida de que Fidel le hacía una broma para distender. El cañón antiaéreo sigue emplazado en la puerta del hotel.

“La Revolución es mía”

Roberto dice que en unos días más cumplirá sesenta años. Es el mozo de un “paladar”, casas particulares donde se vende servicio de restaurante a los visitantes extranjeros, donde atiende una de las pocas mesas. Cuando el triunfo de la Revolución era un muchacho de unos diez años. La pregunta se hace inevitable porque todos los comensales quieren saber cómo eran esos primeros días del año ‘59. “Maravillosos”, dice y enciende un primer cigarrillo negro, sin filtro. Mientras se quita de la lengua una pequeña hebra de tabaco recuerda que “todos los muchachos queríamos ser guerrilleros y nos apenaba no poder ir a la batalla. Pero yo comprendí un día, cuando el Che dijo que la revolución recién comenzaba, que era ese momento donde debíamos demostrar cuán revolucionarios éramos. Fíjese, usted, sentí que la Revolución es mía, de cada uno de los cubanos. Y acá estamos, cincuenta años resistiendo”.

“Los que hicimos la Revolución”

Sara González es, junto a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, una de las fundadoras de la Nueva Trova Cubana. De cabello cano, peinado hacia atrás y con unos ojos celestes inquisidores, sostiene que el imperialismo combate a la Revolución de mil y unas formas. Una de ellas es a través del reggaeton, corriente musical que desprecia además por ser “un ataque al buen gusto”.

En Santa Clara, la ciudad que liberó el Che un día antes del triunfo revolucionario, asegura que durante los primeros años de la Nueva Trova “todos sentíamos que era insuficiente lo que hacíamos. Queríamos ir a combatir a cuanta guerrilla se desarrollaba en América latina. Yo lo pedí, Pablo también pero Fidel se negaba, nos decía que nuestro puesto de lucha estaba en el canto, en la música. Sólo Silvio logró salirse con la suya y embarcarse al Africa. Sin embargo, ahora que lo veo a la distancia, Fidel tenía razón. En Angola las armas defendieron las ideas y hoy sé que nuestras canciones siguen defendiendo la Revolución”.

“Los come mielda”

El muchacho está en la esquina de La Habana, a dos cuadras del Malecón. Lleva audífonos en las orejas. Sin embargo, ello no le impide reconocer la tonada argentina de los caminantes. Se acerca para conversar y decir cuánto le gustaría conocer la tierra del Che Guevara. También sostiene que le encantaría poder tener un televisor de plasma en su casa y un mejor reproductor de mp3. “¡Oye! ¡0ye! Te aviso –asegura levantando el tono de voz y llevando el índice de su mano derecha a la altura de sus ojos– que nos soy uno de ésos come ‘mielda’ de Miami. No soy como esos que piden la muerte de Fidel pero que en el último cuarto de sus casas, bien escondidita, tienen una foto del Comandante en Jefe con una vela a la que le ruegan: ‘no te mueras, hijueputa’, porque viven de combatir nuestra Revolución.”

El Che y la fotografía

El 1º de enero de 1959 lo encontró a Liborio Noval en su casa de La Habana. Tenía contactos con los miembros de la guerrilla pero mantenía su trabajo de fotógrafo en una casa de publicidad. Al poco tiempo comenzó a trabajar como fotoperiodista en los diarios que fue lanzando el gobierno revolucionario. De a poco y junto a un grupo de fotógrafos se convirtió en uno de los reporteros gráficos que siguieron tanto a Fidel como al Che. Del guerrillero argentino Liborio recuerda que no era muy afecto a que lo retrataran, a diferencia de Fidel, “porque no contábamos con lentes largos y debíamos acercarnos mucho para fotografiarlos. Entonces el Che, cuando ya se cansaba de nosotros, solía dispensarnos una mirada que aprendimos a reconocer y nos retirábamos. Pero de tanto en tanto, solía quitarnos las cámaras para tirar unas fotos. Incluso, en una oportunidad me pidió mi equipo, que era de origen soviético. Hizo tres o cuatro disparos y me la devolvió. Cuando revelé la película me di cuenta de que había fotografiado a Fidel. Todavía las guardo”.

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Fidel y el Che, figuras paradigmáticas de la Revolución, en los ’60 durante una reunión del Consejo de Estado cubano.
Imagen: AFP
 
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