Miércoles, 13 de octubre de 2010 | Hoy
EL MUNDO › DIEZ MINUTOS DESPUES DE LA MEDIANOCHE FUE RESCATADO EL PRIMERO DE LOS 33 OBREROS QUE PASARON 69 DIAS A 700 METROS BAJO TIERRA
Tras un día cargado de una tensión suprema, Florencio Avalos fue sacado sano y salvo, con una cápsula que atravesó con éxito el túnel. Arriba lo esperaban su familia, los rescatistas y el presidente de Chile. Una hora después, ya salía el segundo.
Por Emilio Ruchansky
Desde Copiapó
Al capataz Florencio Avalos lo izan en medio de aplausos y llantos, como si fuera la bandera de una patria nueva. Enseguida se abraza con su familia y el presidente Sebastián Piñera. Es la 0.10 y acaba de recorrer el túnel de 622 metros, alejándose de la mina donde estuvo atrapado 69 días, 17 de ellos sin saber si habría rescate para él y sus 32 compañeros. Detrás vienen, según el listado, el “médico” del grupo, Mario Sepúlveda, Juan Illanes, el boliviano Juan Carlos Mamani y Jimmy Sánchez. Muy cerca esperan familiares, amigos y pronto se sumarán los abogados: son inminentes y millonarios los juicios contra la minera San Esteban y el Estado, por no haber controlado la seguridad tierra abajo. Tampoco faltarán las fiestas. “Yo tengo más de 500 invitados y eché gente que se quiere colar”, se ríe Norma Laguer, madre de Jimmy Sánchez.
Antes del rescate la cápsula hizo tres viajes: dos veces fue vacía, aunque nunca llegó hasta el fondo. La primera para probar la calidad del túnel, la segunda para testear la velocidad. La última es la que llevó a uno de los cuatro rescatistas, Manuel González. Al meterse en la cápsula, a las 23.19, el presidente Sebastián Piñera lo despidió con un abrazo y una gran sonrisa: “Tráiganme a los mineros”, indicó. Alrededor, el grito infaltable: “Chi-chi-chi, le-le-le”. Una vez metido en el túnel, todos, con Piñera a la cabeza, cantaron el himno nacional.
Más temprano, a la tarde, el comandante médico Andrés Llarena, encargado del equipo de rescate, decía envalentonado a este diario que sus hombres “son tremendamente cruciales” porque actúan como referentes médicos de los mineros. “Son nuestros ojos y oídos allá abajo, examinan y determinan quiénes pueden o no realizar el viaje en la cápsula”, agregaba Llarena. Le preocupaba, admite, la situación de algunos mineros que son diabéticos, hipertensos o tienen problemas pulmonares.
Además de sus médicos, para el rescate bajan dos expertos en minas de Codelco, la empresa estatal de minería de Chile, quienes deben asegurar que no haya derrumbes. A pocos metros, también sobre la calle principal, el ministro de Salud, Jaime Mañalich, detallaba lo poco que se sabía en ese momento sobre la elección del primer minero en subir al cielo (y esto no es una metáfora bíblica). “Los mineros van a decidir cuál es el primero en salir”, decía el ministro antes de escabullirse en el campamento central de familiares, cercado por vallas y carabineros.
Sobre una de las nuevas explanadas, adonde se permitió entrar a la prensa para ver desde muy lejos el operativo, el tema del primer izamiento da para la broma. El subteniente Alfredo Silva arriesga: “Van a mandar al más joven, al más inexperto, porque los mineros son muy jerárquicos, los más viejos no se van arriesgar”.
–¿Y por qué no Juan Carlos Mamani? –preguntó Página/12.
–¡El boliviano! No creo, pero sería un buen gesto porque no les dimos un paso al Pacífico...
A su lado, el oficial Zapata se ríe de la siguiente ocurrencia de Silva. “¿Sabé qué nos faltó? Un argentino atrapado abajo. ¡Si ustedes son re simpáticos! ¡Como el (Marcelo) Bielsa! Le hubieran traído mucho humor al grupo”, dice el subteniente. Detrás, hay 10 tarimas para las cámaras de televisión y una pequeña tribuna para escuchar al presidente Sebastián Piñera. El piso está regado de cables de televisión y colillas de cigarrillos. De fondo se oye el sonido constante de los generadores de electricidad que alimentan los equipos de televisión.
“Nosotros les dimos una lista de ocho personas, ellos seleccionaron cuatro para ser los primeros en subir. No puedo dar los nombres por razones de privacidad”, se excusa el ministro. Luego fueron difundidos: Florencio Avalos sería el primero.
Cinco minutos antes de la medianoche, la cápsula arrancó su viaje hacia la superficie con él en su interior. Llegó 15 minutos después: arriba lo esperaba su familia, Piñera, los rescatistas y el grito de “Viva Chile”. Su hijo menor lloró desconsoladamente cuando la cápsula apareció del suelo, como de la nada. Se había producido el milagro: Florencio –rostro rígido y andar duro– se abrazó con su familia, algunos de los rescatistas y el presidente.
Varios minutos después, bajarían los restantes asistentes. El ministro de Salud había explicado que si se sienten cansados tendrán reemplazo. “No queremos rescatarlos a ellos también”, bromea. La cápsula Fénix pesa 420 kilos, tiene 53 centímetros de diámetro y dos metros de alto, y tarda entre 10 y 15 minutos en elevar a los mineros. Sube un metro por segundo, comenta Mañalich. Adentro los mineros van apretados. Horas antes de la salida, la principal preocupación de los rescatistas, que monitorean hasta los latidos de los titanes dentro la cápsula, es que se desmayen o vomiten.
Desde el mirador, puede verse el histórico operativo de rescate. A lo alto, todavía queda la base de cemento armado para la máquina Raiser Borer, parte del Plan A. Treinta metros más abajo, todavía funciona el Plan C, una torre blanca, casi tan alta como el Obelisco porteño, sigue escupiendo agua y roca a un pozo, que se transformó en lagunilla. A un costado está el bendito Plan B, el más rápido, es una plataforma rodeada de dos grúas. Una roja, enorme, es la que se usó para el encamisado del ducto final y la otra, amarilla, más pequeña, que tracciona la cápsula. Enfrente y a los costados están las unidades médicas donde se atenderá a los mineros.
Veinte metros más abajo, entre camiones cisterna y camionetas, hay un pequeño campamento de TVN, la televisión estatal que transmite en vivo y de cerca todo el rescate, abajo y arriba, luego de ganarle la oportunidad, por supuesta superioridad técnica, al Canal 13 de Chile. Más allá se ven el casino y la casa de gerencia de la empresa minera San Esteban, enjuiciada por los familiares de los titanes. Enfrente hay 33 containers, uno para cada minero. Adentro tienen una cocinita, un sofá, bebidas y otras comodidades para que los rescatados puedan encontrarse y pasar un rato con sus seres queridos, antes de partir en helicóptero al hospital regional de Copiapó. Afuera hay duchas y baños compartidos.
A las esposas y novias de los mineros, a las pocas que caminan por el área común a la prensa, los documentalistas y los estudiantes, se las ve bien arregladas. La mayoría pasó por la peluquería el día antes, tienen las uñas “hechas” y están maquilladas, aunque algunas se retoquen a cada rato porque, se sabe, al viento polvoriento se suman esas preguntan incómodas de los cronistas que les hacen correr el rímel. En los barrios mineros de Copiapó, los familiares ya pidieron permiso a los carabineros para cortar las cuadras y festejar a lo grande. Temprano, por la tele, una nutricionista alerta, seguro que en vano, que “los mineros celebren pero no con tremendos asados” porque vienen haciendo una rígida dieta para mantener los cinco kilos que perdieron.
Después de ese emotivo 22 de agosto, cuando se supo que los mineros estaban vivos, los familiares renovaron la euforia y también la ansiedad. Algunos, como Juan Sánchez, papá de Jimmy, el más joven de los mineros (tiene 19 años), cuenta que anoche no durmió bien. Tuvo que calmar sus nervios para tranquilizar los de su esposa, Norma Laguer, que tampoco se podía dormir. “Yo a mi hijo lo veo tranquilo, se quiebra sólo cuando extraña a Bárbara, su beba de cuatro meses. Cuando salga quiere ver a su equipo, la U de Chile, y también está esperando la tremenda fiesta que le vamos a hacer el viernes”, cuenta el padre, que también trabajó en la mina San José.
Jhonny Quispe, suegro del boliviano Juan Carlos Mamani, comenta que su hija está alegre “pero más nerviosa que cuando Evo Morales la invitó a Lima”. La mujer no sabe qué le va a decir a su esposo cuando lo vea. Sorbe un trago de jugo de naranja para ganar tiempo, pero al final nada se le ocurre. “Es que le diría tantas cosas”, dice. Ella tampoco durmió bien, pero al menos lo verá pronto, porque el joven de 23 años, a quien Morales ofreció trabajo, sale cuarto de la mina, a la que entró a trabajar gracias a su suegro.
Con el pelo alisado y mucho maquillaje, de jean ajustado y camisa a flores, la bella Cristy Coronado, esposa de Juan Carlos Aguilar, se saca los anteojos negros y con voz ronca dice que entrará sola a ver a su marido en el container. “Nada que ver con lo que está pensando”, dice la mujer al ver la media sonrisa de este cronista. “Entro sola porque él no quiere ver los niños, me lo pidió expresamente. No sabe el impacto que les puede producir a los niños verlo así y tampoco sabe cómo le va a impactar a él”, comenta la mujer, con otra media sonrisa en su rostro, que sería completa si no fuera porque su padre está al lado. “Yo tampoco quería traer a los niños, pero mis intenciones no eran tan puras”, dice después, cuando se aleja unos metros.
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