Sábado, 27 de agosto de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Hernán Rivera Letelier *
El cuento es viejo: la inundación había alcanzado la casa y la orden era evacuar, pero el huaso Contreras no quería hacerlo. Cuando el agua le llegaba a las rodillas vino una camioneta a buscarlo. El huaso Contreras dijo que no se iba. Se quedaría en su casa, él confiaba en Dios y Dios lo salvaría. La lluvia era incesante, los ríos desbordaron y el agua anegó completamente la planta baja. El huaso Contreras, asomado a la ventana del segundo piso, vio que una lancha llegaba a salvarlo. Sin inmutarse, les mostró un papelito que decía que estaba bien, que seguía confiando en Dios y Dios sabría cómo salvarlo. Cuando el agua sobrepasó todo lo esperado, el huaso Contreras tuvo que encaramarse a la parte más alta del techo. Lo único que llevaba consigo era la alcancía con los ahorros de toda su vida, un chanchito de greda al que había bautizado como Chauchito. Cuando apareció el helicóptero a rescatarlo y le tiraron una soga y le dijeron por altoparlante que se agarrara de ella, él dijo que no, que aún confiaba en el poder del Omnipotente. El huaso Contreras murió ahogado, murió con Chauchito fuertemente agarrado bajo el brazo. El huaso llegó al cielo hecho una furia. Cómo era posible que Dios, en el que había depositado toda su fe, no hubiera hecho algo para salvarlo. Entonces, como un trueno, se oyó una voz en todo el ámbito del cielo: Huaso porfiado, te mandé una camioneta, una lancha y un helicóptero.
Sebastián Piñera, que diariamente pide a Dios pasar a la historia como el mejor presidente de Chile, al ver que el rechazo a su gobierno –según las encuestas– ya le llega al cuello, entra en la Catedral Metropolitana despotricando que cómo era posible que El, su Dios a quien adoraba puntualmente en cada Semana Santa, no le diera una manito para cumplir su sueño. Entonces, como un trueno, en la acústica de la catedral de piedra se oye retumbar una voz: Enano porfiado, te mandé un terremoto, 33 mineros y miles de estudiantes. Con el terremoto hubieras pasado a la historia reconstruyendo el país con rapidez, eficiencia y compasión, pero pusiste a cargo a una parva de inútiles aprovechados y aún los pobres damnificados están durmiendo bajo la lluvia; con los 33 hubieras hecho historia haciendo los cambios necesarios en la legislación laboral –perpetrada por tu hermano José–, pero te conformaste con pasearte por el mundo regalando piedras y mostrando el famoso papelito; y ahora, con los miles de estudiantes que te he mandado a la calle –verdadero tsunami de color y juventud–, podrías dejar tu nombre inscripto con letras de oro no sólo en la historia de Chile sino de Latinoamérica entera, instaurando una educación de calidad y gratuita para todos (si hasta yo entiendo que la educación es un derecho y no un bien de consumo). O aprovechas esta última oportunidad o te quedas arrinconado en La Moneda como un pordiosero avariento, haciendo oídos sordos a la lluvia de gritos y cánticos y demandas de los jóvenes, ahogándote sin pena ni gloria y con Lucrito apretado tenazmente bajo el brazo.
* Escritor chileno. Su última novela es El escritor de epitafios.
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