Lunes, 26 de septiembre de 2011 | Hoy
EL MUNDO › PARA LOS PALESTINOS, MAHMUD ABBAS SE ENFRENTO A ESTADOS UNIDOS Y DIO UN DISCURSO HISTORICO ANTE LA ONU
Ante miles de personas, el líder palestino dio por empezada la “primavera palestina” y reiteró que no habría nuevas negociaciones con Israel “sin legitimidad internacional y sin el fin de la extensión de las colonias”.
Por Eduardo Febbro
Desde Ramalá y Jerusalén
Aunque tardía, la gloria ha golpeado la puerta de Mahmud Abbas. El experimentado burócrata de la OLP, el hombre sin carisma ni magnetismo alguno, carente de todo eco popular, acusado hace dos años por su pueblo de haberse convertido en un “presidente de aeropuerto y cumbres vacías”, forzó las puertas de la historia con el discurso que pronunció el viernes en las Naciones Unidas y en el cual pidió la adhesión de Palestina como Estado. La prueba, tangible y sorprendente, fue su retorno triunfal a Ramalá y los gritos de miles de personas que escucharon ayer su breve discurso: “Daremos nuestro espíritu y nuestra sangre por Abu Mazen” (nombre de guerra de Mahmud Abbas). Antes, la multitud gritaba “daremos nuestro espíritu y nuestra sangre por Palestina”. A los 76 años, Mahmud Abbas ingresa lentamente al paraíso de la memoria histórica y va ocupando un lugar al lado de quien, hasta ahora, lo cubría con su sombra: Yasser Arafat. En todas las oficinas de los miembros de la Autoridad Palestina hay dos retratos: a la derecha el de Abbas, a la izquierda el de Arafat. Ayer, en el restaurante de un coqueto hotel de Ramalá, un miembro de la Autoridad Palestina comentaba que Abbas era el presidente y Arafat la leyenda: “A partir de este momento Abu Mazen dio el paso que va del líder al símbolo”.
El responsable palestino avanza tranquilo. Apenas entró en la Muqataa (sede de la presidencia palestina), Abbas se recogió ante la tumba de Arafat. Luego, ante los miles de palestinos que lo aclamaban en la Muqataa, Abbas dio por empezada la “primavera palestina” y reiteró que no habría nuevas negociaciones con Israel “sin legitimidad internacional y sin el fin de la extensión de las colonias”. Abbas colmó un vacío con su discurso en la ONU y aquella ya célebre trilogía “¡basta, basta, basta!”. Con ella restauró su opaca legitimidad interior y también dio una demostración hacia adentro y hacia afuera. En el interior, Abbas barrió las críticas sobre su falta de legitimidad popular como líder y se izó a la altura de un interlocutor respaldado por su pueblo en la perspectiva de la reconciliación palestina, es decir, el acercamiento entre las facciones y la posterior formación de un gobierno de unión nacional que integre a los fundamentalistas de Hamas que controlan la Franja de Gaza. El mismo mensaje es válido para Israel y la comunidad internacional. Ambos ven ahora a un hombre sin prestigio interior, desgastado por los fracasos, respaldado por su sociedad. La estrategia palestina le dio ciertos resultados. La línea política de la OLP consistió en apostar por entregar a la comunidad internacional la misión de resolver lo más sustancial de un problema que, según la Autoridad Palestina, se inició en el seno de la ONU. El Estado de Israel fue creado por una resolución de la ONU, por consiguiente, es a la ONU a la que le compete mediar para diseñar una solución al desastre que ella misma desató. En 1947, Gran Bretaña entregó a las Naciones Unidas el mandato que detentaba sobre Palestina y en noviembre del mismo año la ONU adoptó la resolución 181 mediante la cual se dividió Palestina entre un Estado judío y otro árabe. La Autoridad alega que hoy esa resolución sigue incumplida, porque sólo uno de los dos Estados tiene existencia legal.
En su improvisado discurso dominical, Abbas advirtió que a partir de ahora empieza un “camino muy largo”. Interrumpido por las aclamaciones en varias ocasiones, Abbas dijo: “Fuimos a la ONU llevando sus esperanzas, sus sueños, sus ambiciones, sus sufrimientos, su visión y el deseo de ustedes de un Estado palestino independiente”. La multitud le respondió: “El pueblo quiere un Estado palestino”. El discurso del miedo desplegado por el gobierno israelí que precedió la intervención en la ONU y algunos abusos ridículos cometidos después por las autoridades de Tel Aviv acrecentaron la sensación de orgullo y dignidad de los palestinos. Abbas dio vuelta su imagen de hombre que siempre se acuesta en las sábanas de promesas que le hace Occidente. Para los palestinos, no sólo su discurso fue histórico sino, sobre todo, el hecho de que Abbas enfrentara a Estados Unidos y le dijera no a la primera potencia mundial. Hasta último momento, Washington intentó persuadir a Mahmud Abbas de que no presentara el pedido de adhesión ante el Consejo de Seguridad. Abbas rehusó.
El presidente palestino parece incluso decidido a ir más lejos. Abbas quiere cambiar algunos términos de los acuerdos de Oslo, en lo concreto, el capítulo que se firmó en París y mediante el cual se le transfirió a Israel el control total de las importaciones y exportaciones palestinas. Esa cláusula, dice Abbas, no hace más que asfixiar a la ya trabajosa economía palestina. El planteo ante Naciones Unidas de una adhesión de Palestina como Estado en base a las fronteras de 1967 y con Jerusalén como capital así como las palabras de Abbas en la Muqataa nada resuelven por ahora. Son semillas sembradas en una tierra simbólica. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, les respondió a los palestinos incitándolos a reanudar las negociaciones sin condiciones previas. “Si quieren la paz, pongan todas las condiciones de lado”, dijo Netanyahu. Pero el límite de toda negociación es el descrédito del proceso de paz y, principalmente, el de sus actores exteriores: Estados Unidos en primer lugar y el Cuarteto para Medio Oriente (Estados Unidos, Unión Europea, Naciones Unidas y Rusia). Los líderes palestinos tienen una opinión desastrosa del cuarteto, y en especial, de su actual jefe, el ex primer ministro británico Tony Blair. Para los negociadores de Ramalá, la presencia a ese nivel de Blair es poco menos que un insulto. La responsabilidad histórica de Gran Bretaña en la inestabilidad de Medio Oriente y el hecho de que Blair haya sido el socio más fiel de Estados Unidos en el desencadenamiento de la segunda guerra de Irak no hacen de él un interlocutor sano. Hace unos días, el cuarteto propuso a palestinos e israelíes que volvieran a la mesa de negociaciones con la meta de llegar a un acuerdo de aquí a 2012.
Sin embargo, la propuesta cursada por el cuarteto no menciona de manera explícita el congelamiento de la colonización en Cisjordania. Mahmud Abbas no volverá al diálogo mientras prosiga la colonización. El primer ministro israelí no tiene razón alguna para detenerla luego del escandaloso y explícito apoyo que recibió del presidente norteamericano Barack Obama. En apenas dos años, el patético Premio Nobel de la Paz pasó de evocar “la intolerable situación de los palestinos” (discurso de El Cairo) al discurso antiárabe y acusador que pronunció en Naciones Unidas. El presente de los palestinos es entusiasta y lleno de un honor recuperado, pero el horizonte es peligroso. Más meses acumulados de frustración y de presiones pueden destapar, de un lado y otro del muro de Cisjordania y en Gaza, la tentación del extremismo y la barbarie de la violencia. La sombra de Arafat vuelve sobre el proceso. El difunto líder palestino había concedido, pero también conseguido muchas cosas desde los años ’90. La nube negra del terrorismo se las comió. Lo mismo sucedió en Israel con el asesinato del primer ministro Yitzhak Rabin por un extremista judío (1995). A pesar de los rodeos y contradicciones, el terrorismo y el atentado contra Yitzhak Rabin frenaron la dinámica más fructífera del proceso de paz. Mahmud Abbas se mueve entre la gloria naciente y esas sombras que lo acechan.
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