Domingo, 16 de octubre de 2011 | Hoy
EL MUNDO › LA OCUPACION DE WALL STREET Y EL INVEROSIMIL COMPLOT IRANI
El burdo anuncio del complot iraní se produjo cuando la ocupación de Wall Street iba por su tercera semana y crecía el apoyo sindical. Un abigarrado microcosmos a pocos metros del Ground Zero reúne a indignados por la pérdida de su empleo o sus ahorros, con cristianos de distintas denominaciones, hippies viejos, partidos marxistas, marginales y asambleístas a la porteña. Obama intenta apoyarse en la fuerza de ese tea party al revés, pero después de tres años de flotar, pocos le creen.
Por Horacio Verbitsky
Desde Nueva York
El apellido de John E. Zuccoti se ha hecho famoso en todo el mundo, por un motivo paradójico para un ex funcionario de Planeamiento Urbano: en la media manzana de Manhattan que lleva su nombre, acampan desde el 17 de setiembre los indignados del barrio de las finanzas. Para no dejar nada librado a la imaginación, su movimiento se llama “A Ocupar Wall Street”, que ayer participó en un intento de globalizar la protesta, a mil ciudades en ochenta países. El mérito de Zuccotti fue conseguir que la poderosa siderúrgica US Steel donara ese espacio a cambio de que la ciudad le autorizara exceder la altura permitida en su edificio One Liberty Plaza. El status jurídico de esa pequeña plaza de 3100 metros cuadrados, convertida en un microcosmos bullicioso, justo enfrente del predio de las torres volteadas hace una década por dos certeros avionazos, agrega confusión al embrollo: es de uso general pero su propiedad sigue siendo privada. En el capitalismo de las corporaciones, su carácter privado asegura que esté abierta al público las 24 horas del día, a diferencia de las plazas públicas, cuyas rejas se cierran por la noche. Su actual propietario es la inmobiliaria y financiera Brookfield, que compró el edificio de la US Steel y cuyo copresidente y director es el mismísimo John Zuccotti, quien desde su ventana puede observar el uso no convencional de su plaza.
La policía fue astuta y brutal con ellos cuando se desplazaron desde allí para bloquear el puente que conecta Nueva York con Brooklyn, el sábado 1º. Los dejó penetrar y los guió hacia el carril central vehicular y una vez que lo cubrieron arrestó a 700 y golpeó a mansalva por obstruir el tránsito. Pero los trató con guante de seda diez días después cuando decidieron realizar visitas a domicilio de algunos milmillonarios del East Upper Side, como el empresario australiano de medios Rupert Murdoch y los hermanos David y Charles Koch. Los Koch son refinadores de petróleo propietarios de la segunda empresa más grande de Estados Unidos y una de las principales contaminadoras de ambiente del mundo. David vendió en 35 millones de dólares el departamento en la Quinta Avenida que le había comprado a Jackie Bouvier Kennedy Onassis porque le quedaba chico. Ambos hermanos, de 71 y 75 años, son conocidos por la generosidad con que financian en forma abierta actividades artísticas, culturales y comunitarias y, con disimulo, organizaciones y actividades que retratan al presidente Barack Obama como un peligroso populista cuyas políticas conducen al socialismo o incluso que está poseído por el demonio. Es una ironía involuntaria que el pabellón de los dinosaurios del Museo de Ciencias Naturales lleve el nombre de David Koch, quien donó veinte millones de dólares para ponerlo a nuevo. Moneda menuda en comparación con los cien millones que le costó la reparación del teatro municipal de Nueva York en el Lincoln Center, que también fue rebautizado en su homenaje. Los Koch se han cuidado de que su relación con el Tea Party sea indirecta. No lo financian en forma oficial pero intentan conducirlo desde su Fundación Norteamericanos por la Prosperidad, que dicta cursos para los distintos tea parties, con el propósito de enseñarles a ser efectivos en política.
Entre la emboscada en el puente y los escraches consentidos hubo una comprensiva declaración del propio Obama porque los indignados “expresan la frustración” popular por el funcionamiento del sistema financiero. Obama y los demócratas perciben a los indignados como un equivalente de izquierda capaz de equilibrar el peso del Tea Party y mejorar sus alicaídas chances electorales. Esta expresión de deseos no parece fácil de conciliar con los objetivos de los manifestantes. Hasta el clima ha sido benigno con ellos. El Indian Summer, equivalente a nuestro Veranito de San Juan, llegó con temperaturas insólitas de hasta 28 grados, que ayudan a que una congregación numerosa parezca una fiesta, por dramáticas que sean las motivaciones de su convocatoria. Un gigantesco megáfono de papel maché señala el tablado en el que se turnan grupos musicales, a cuyo ritmo algunos jóvenes bailan capoeira cuando no se usa para propalar mensajes políticos. Un sesentón de larga cabellera, barba y bigotes blancos a lo Buffalo Bill, lee el diario en un sillón, como si estuviera en el living de su casa. Es uno de los hippies viejos que no resistieron la tentación de este volver a vivir, rodeado de jóvenes cuyas proclamas contra la codicia de los bancos no desentonan con las de las movilizaciones de hace medio siglo. Con una diferencia sustancial: mientras aquellos denunciaban el consumismo, muchos de éstos se niegan a ser excluidos. Entre carpas y revoltijos de ropa usada, que algunos venden y otros compran, la plaza está tapizada de papeles, y sobre todo, de cartones, cubiertos de consignas escritas con marcador. Así cuestionan los programas de salvataje de los bancos, iniciados por George W. Bush y profundizados por Obama y formulan preguntas de rotundo sentido común como “Si salvan a los bancos, ¿por qué no salvaron mi empleo?”. También se ofrecen ejemplares de un diario, Wall Street Ocupado, bitácora impresa de la toma.
Otras propuestas salieron de buenas impresoras, con advertencias atribuidas a Jefferson y Lincoln sobre los riesgos para la democracia por la excesiva concentración de riqueza y de poder e incluso gráficos que ejemplifican sus proporciones. Uno ilustra qué parte del ingreso piensan los que contestaron la encuesta que debería apropiarse el 20 por ciento más rico de la población, qué proporción creen que se apropian y cuál es el porcentaje real de concentración. Cada barra es más alta que la anterior y la última mucho más alta. Esas incitaciones a mejorar la calidad de la representación (“Queremos democracia, no corporacioncracia”, dice un cartel) podrían favorecer el intento de Obama por apoyarse en la fuerza potencial de esta movilización. Es lo que hizo Néstor Kirchner desde mayo de 2003 luego de las masivas movilizaciones del año y medio previo. Kirchner impulsó un cambio sustancial de paradigma desde el minuto cero de su inesperada gestión, con escasa resistencia de un sistema político en ruinas, y así obtuvo niveles de adhesión popular sin precedentes, que le permitieron profundizar ese rumbo. En cambio, Obama lleva casi tres años de gobierno y las rectificaciones que ha introducido son mínimas para el gusto de quienes se habían ilusionado con un giro drástico de políticas, pero suficientes para enardecer a una derecha cada día más militante, que ya lo derrotó en las elecciones de mitad de mandato. Debilitado en el Congreso, se vio forzado a realizar nuevas concesiones, que agravaron la desconfianza y el malestar. Obama no se animó a ser el líder nuevo que había prometido y que Kirchner fue sin haberlo anunciado. La frustración popular no es por el funcionamiento del sistema financiero sino por la incapacidad de Obama para regularlo y restringirlo de modo que deje de imponer su ley al gobierno, al que abastece de los principales funcionarios en la materia. En cambio, ocho años después de la asunción de Kirchner y a una semana de la obtención del tercer mandato para el mismo proyecto, el ministro de Economía y candidato a la vicepresidencia, Amado Boudou, cuestiona en la reunión del G20 en París las políticas que en la Argentina hicieron crisis hace diez años y hoy están estallando en todo el mundo.
Otros sectores de la plaza son el reducto de la New Age y sus propuestas espirituales sobre el buen vivir. No faltan tampoco los partidos políticos marxistas que se atreven a explicar cómo funcionan las clases sociales, cosa que aquí es pecado mortal porque contradice el Sueño Americano por el cual cualquiera puede lograr lo que se proponga, siempre que tenga el talento y la voluntad suficientes. Distintas minorías étnicas, de género o nacionales aportan sus propios reclamos, por la igualdad de derechos de las mujeres o contra los tratados de libre comercio con Colombia, que horas después obtendrían la demorada ratificación legislativa, con 262 votos en la Cámara de Representantes y 66 en el Senado. Hay marginales que no tienen nada mejor que hacer y vecinos de clase media en busca de causas nobles y emociones fuertes, que reproducen el clima del asambleísmo porteño de 2002, con club del trueque incluido. Todos ellos conviven en paz y armonía con diversos grupos de distintas denominaciones cristianas, cuyas publicaciones y discursos explican que el mensaje de Jesús es mejor que el del capitalismo. Parte de la plaza está rodeada por un muro de un metro de altura. Los albañiles que trabajan en las construcciones del barrio se sientan sobre él a comer su vianda y así acompañar la movilización. Como el Ground Zero está en obra, los trabajadores con sus cascos son muchos. Sobre las veredas externas se ubican los turistas con sus bolsas de compras de Century 21, una tienda gigantesca reconstruida en 2002 luego de los daños que le causó el atentado a las torres. Algunos ejecutivos del denunciado sistema financiero, con la ropa y los zapatos más pulcros que pueda imaginarse, escrutan ese extraño universo humano con actitud de entomólogos. La diversidad parece asegurada cuando a pocos metros una pelirroja robusta de ojos saltones y cartel en mano vocea las ventajas de amor sobre los préstamos a interés. “Yo era parte del 1 por ciento. Ahora estoy en el 99 por ciento”, dice el cartel que sostiene un hombre con rasgos asiáticos, mientras explica frente a una cámara de televisión cómo quebró su empresa y el banco se quedó con todos sus activos. Muy cerca otra cámara, pero de utilería, representa a la detestada cadena Fox News, el modelo que en la Argentina siguen los medios del aventurero de extrema derecha Daniel Hadad. Los canales comerciales realizan notas selectivas y los diarios que se reparten en forma gratuita en el subte presentan la concentración como una cumbre del alcohol, la droga y el sexo, pero por Internet puede verse también una transmisión continua (http://www.livestream.com/globalrevolution), operada por quienes se definen como periodistas independientes. Bajo la consigna “Citizen media is not a crime”, sus imágenes registraron la extrema violencia con que la policía descargó sus bastones sobre piernas y brazos de los ocupantes, sentados para no permitir el desalojo, a primera hora del viernes. Como parte del desconcierto oficial ante un fenómeno que nadie había previsto, las autoridades intentaron aproximaciones laterales, con la ilusión de desgastar a los acampantes. El pretexto fue la limpieza, ordenada por Brookfield, que en una fecha incierta prohibió la instalación de carpas o bolsas de dormir. Se afirma que esa directiva precedió a la ocupación de la plaza, pero como nadie ofrece pruebas de ello se sospecha que fue dictada ad hoc. Pero la dirigencia política teme los efectos impredecibles de cualquier desborde y por detrás de la escena acordó con la empresa que se negociara con los ocupantes, para que permitieran la limpieza de la plaza sin abandonarla. El desalojo se pospuso y los manifestantes recorrieron las calles del distrito financiero con escobas y trapos de piso, voceando que venían a limpiar la mugre de los negocios. La discusión pasó a centrarse en el uso de las carpas y las bolsas de dormir. Sin ellas, en cuanto la temperatura deje de estar diez grados por encima de lo normal, la libertad de permanecer en la plaza será apenas una ironía. Desde el momento de la convocatoria, que proliferó sin liderazgos verticales por las virósicas redes sociales, los ocupantes de Wall Street declararon que su inspiración era la plaza Tahrir de El Cairo. La simpatía por esa clase de revolución es proporcional a la distancia a la cual ocurre. Aunque hasta ahora no puede predecirse si el movimiento crecerá como sueñan sus organizadores, su mera desordenada existencia hace transpirar al poder político y económico, sobre todo a partir de la adhesión de la central sindical AFL-CIO, que envió militantes a enfrentar la represión.
Esta invocación a repetir en el corazón del capitalismo los métodos de la revolución árabe coincidió con la denuncia del Procurador General Eric Holder de un pintoresco complot organizado por las Brigadas Al Quds de la Jihad Islámica, para asesinar al embajador saudita en Washington que, según filtraciones extraoficiales del mismo gobierno estadounidense, incluirían nuevos atentados en Buenos Aires. Obama dijo que en su momento mostraría las pruebas. El general Colin Powell, el afroamericano que había ocupado el cargo de mayor importancia en su país antes de Obama, llegó a exponer en las Naciones Unidas sobre la presencia de Armas de Destrucción Masiva en Irak. Pero luego de la invasión dispuesta con ese pretexto, se demostró que esa clase de armamento nunca existió en Irak. Del mismo modo, fue un invento el ataque naval en el Golfo de Tonkin que hace medio siglo justificó la escalada en la guerra de Vietnam. Cuando estas falacias quedan al descubierto, siempre es tarde. Lo más notable es el tipo de combinación que el gobierno de Obama quiere que el mundo crea: un iraní que vive hace treinta años en Texas, donde se vio varias veces con la Justicia no por terrorismo sino por fraudes y quiebras, viaja a Irán, donde toma contacto con un militar iraní, es decir un terrorista antioccidental. De regreso a su país, donde nunca nadie lo escuchó hablar de política, hace un contacto en México con el cartel de los Zeta, que se encargará del operativo. Las combinaciones fueron realizadas por teléfono de línea, los pagos se transfirieron desde Irán por el sistema bancario y los Zeta que manejan enormes cantidades de dinero se conformaron con un millón y medio para operar en el corazón del poder mundial. Como final feliz, el narcotraficante mexicano en realidad era un agente de la DEA. Esta historia exuda a entrapment o sting operation, es decir la incitación a delinquir por parte de las autoridades. El escepticismo de la prensa estadounidense ha sido estruendoso, alimentado por las investigaciones de los centros de estudios más serios sobre la situación en México y Centro America, como InSight Organized Crime. Esta ONG señaló que según el informe oficial el vendedor de autos y su presunto contacto narco se reunían para planificar los atentados en la ciudad de Reynosa, “que no es territorio de los Zetas sino del Cartel del Golfo”. También la red de Inteligencia Southern Pulse desdeñó que Irán pudiera creer que los Zetas “atacarían un blanco en Estados Unidos”, porque “respetan al FBI y a la Justicia”, sostuvo su director Samuel Logan.
Hay una coincidencia llamativa, sobre todo para la Argentina: el detenido por el complot es un vendedor de autos usados que se manejaba en los márgenes de la ley. Es notable que nadie se haya preguntado si el perfil del idiota elegido para la trama no se modeló sobre el de Carlos Telleldín. Hasta que puedan evaluarse las presuntas pruebas, el gobierno argentino deberá moverse con más cautela que nunca en este terreno cubierto de cáscaras de banana.
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