Lunes, 12 de mayo de 2014 | Hoy
EL MUNDO › DEBATE A PARTIR DE UN LIBRO DE GRANOVSKY SOBRE EL GENOCIDIO
Las masacres del siglo XX analizadas por Arslanian, Rafecas, Rozanski y DerGhougassian en la presentación del libro El genocidio silenciado, del investigador Súlim Granovsky, sobre el holocausto de los armenios.
Por Martín Granovsky
León Arslanian dijo que el libro es “el tributo de un judío diaspórico al genocidio armenio”. Daniel Rafecas dijo que “es un aporte a la consolidación de la cultura democrática argentina”. Khatchik DerGhougassian dijo que “mientras los genocidas cooperan entre ellos, los pueblos tienen la gran nobleza de la ayuda mutua”. Y Súlim Granovsky, el autor, aprovechó el momento del agradecimiento para leer el último mensaje de un armenio condenado a la horca: “Pueden colgar nuestras vidas; al socialismo no”.
Arslanian, Rafecas y DerGhougassian fueron ayer tres de los presentadores de la investigación El genocidio silenciado. Holocausto del pueblo armenio, en la Feria del Libro. Granovsky contó que se había acercado al tema porque su mamá, Paulina, narraba que a principios del siglo XX en Odesa “los armenios albergaban a los judíos, corriendo el riesgo de ser castigados, cuando los cosacos del zar entraban a las casas y hasta despanzurraban los colchones”.
Informó también el autor que tras el nacimiento de su hijo Martín Enrique Granovsky, quien terminaría siendo periodista, adoptó el seudónimo de Enrique Martín para escribir columnas en distintos medios y fundar junto con el constitucionalista Arturo Enrique Sampay la revista Realidad Económica. “Tengo 90 años, hoy fue un día muy feliz y pienso seguir disfrutando días como éstos”, dijo en la tarde de ayer Súlim Granovsky en el colmado salón Victoria Ocampo de la Feria. Ya está reuniendo material para continuar el estudio de los asesinatos masivos del siglo XX, como el de los gitanos.
Jorge Gurbanov, de Ediciones Continente y de Peña Lillo, explicó que editó el libro porque “la editorial es nacional y popular y rescata la memoria histórica para que no quede silenciada la historia de los vencidos”.
Arslanian, presidente del tribunal que condenó a las Juntas Militares en 1985, subrayó que la investigación logró rastrear en el genocidio cometido contra los armenios entre 1890 y 1915 un antecedente para la tipificación jurídica de genocidios que ocurrieron después. Dijo que por un lado quedó claro que los hechos ocurrieron y que fue utilizada una metodología como las deportaciones. Criticó la política del gobierno turco no sólo de negar la matanza sino de amenazar penalmente a quien la recuerde e investigue. “El negacionismo tiene varios pasos”, dijo Arslanian. “Primero dice que el hecho no se produjo. Después, que tal vez haya habido víctimas pero fruto de daños colaterales en un conflicto mayor. Y en tercer lugar, que no hubo un plan de exterminio.”
“Si Granovsky escribió este libro como una prueba de amor, quiero expresarle como miembro de la comunidad armenia que la deuda de gratitud ha quedado saldada”, afirmó.
Rafecas historió que los genocidas demuestran siempre una pretensión de homogeneidad étnica y religiosa, “y por eso cuando los turcos que planearon el genocidio fabricaron lo que llamaban ‘cuestión armenia’ diseñaron una solución para ellos”. El juez apuntó que el libro tiene documentación sobre un tema del que hay poca bibliografía, como el proceso de esclavización de niños y jóvenes. Y trazó un vínculo entre el plan nazi y el turco. “La Alemania nazi se proponía desplazar a pueblos enteros, pero la resistencia de la Unión Soviética hizo que cambiara de planes y estableciera las cámaras de gas.”
El juez Carlos Rozanski, que condenó al represor Miguel Etchecolatz en lo que definió como un marco de genocidio, trajo un episodio de su niñez. “En Boedo la comunidad armenia era importante. Un día, hace 55 años, un chico de siete años vio por primera vez la foto que los armenios pegaban en las paredes en cada aniversario del genocidio. Y mi padre me explicó.” Del libro leyó la frase de un visir turco: “Para liquidar la cuestión armenia hay que liquidar a los armenios”. Agregó que además “el visir invocó la guerra santa, porque las matanzas siempre se hacen en nombre de algo, aunque el único designio es la maldad como forma de proteger intereses y la voluntad de silenciar para siempre al otro”. Para Rozanski “la matanza es una etapa, pero la huella cultural que deja es profunda”. Frente a esa situación, la alternativa es “grito, reconocimiento y memoria”, porque “un fenómeno que se olvida va a repetirse”.
Dardo Esterovich, de Convergencia por un Judaísmo Humanista y Pluralista, que auspició la publicación del libro, comparó a los armenios y a los judíos como pueblos víctimas de genocidios y a la vez pueblos de diáspora, “que en el caso de los judíos se reprodujo en cada nueva expulsión”. Para Esterovich el Holocausto “es parte de su identidad”. “La historia se repite si no se hace justicia y si no se cambian las condiciones que originaron la masacre”, dijo. El dirigente de Convergencia se lamentó de que Israel no reconozca el genocidio armenio.
DerGhougassian, en nombre del Consejo Nacional Armenio de Sudamérica, que también auspició la publicación del trabajo de Súlim Granovsky, dijo que “a la larga lista de gratitud sumamos un nombre más” y señaló que el negacionismo del gobierno de Ankara “impide a los armenios reconocer dentro de los turcos quiénes fueron los Schindler que rescataron y protegieron a los perseguidos”.
Sobre el final el autor agradeció no sólo a los panelistas sino al contenido. Contó Granovsky cómo se había impresionado al enterarse de que “cubrieron los caminos de horcas, y mientras tanto destruyeron bibliotecas, museos, centros históricos y decretaron la conversión forzada de los sobrevivientes al Islam”. Le dijo a Arslanian que asistió a audiencias del Juicio a las Juntas y lloró “desconsoladamente” y contó que Paulina, su madre, “debe haber sido una observadora muy sensible porque nos relataba la solidaridad de los armenios y también cómo veía por su ventana cómo caminaban encadenados los presos del zarismo”. Tal vez –dijo– “con esa sensibilidad nos empujó a la militancia”.
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