Sábado, 25 de noviembre de 2006 | Hoy
Parece una novela: un espía ruso envenenado en Londres con material radiactivo, mientras seguía la pista de una periodista rusa también asesinada, acusó, con su último aliento, a su ex jefe de la KGB, el hoy presidente ruso Vladimir Putin.
Por Marcelo Justo
Desde Londres
“Putin es el culpable.” Como en una novela, el ex espía ruso Alexander Litvinenko lanzó ese mensaje al mundo poco antes de morir, aparentemente envenenado, en el Hospital de la University College de Londres el jueves por la noche. El mensaje fue dictado durante su agonía, dijeron sus amigos. “Los bastardos han dado conmigo, pero no podrán atrapar a todo el mundo”, habría agregado Litvinenko poco antes de morir, aseguró su amigo el director de cine Andrei Nekrassov.
Ayer la policía británica reveló que se habían hallado niveles anormales de radiación en tres lugares por los que había estado el espía poco antes de ser ingresado de emergencia el 1º de noviembre. La sustancia radiactiva es Polonio-210, que fue descubierta por Marie Curie a fines del siglo XIX y emite partículas alfa que habrían causado la muerte del espía. Como era de esperar, el gobierno ruso negó toda participación en el hecho.
Litvinenko estaba lleno de enemigos, sobre eso no cabe duda. Miembro de la KGB soviética, reciclado junto a un servicio secreto rebautizado FSB, Litvinenko denunció la corrupción interna de la inteligencia rusa y de su ex jefe Vladimir Putin, acusándolo, entre otras cosas, de un supuesto atentado terrorista checheno en el que murieron 300 personas en un departamento en Moscú en 1999 y de un intento de asesinar al multimillonario Boris Berezovsky, otro oscuro personaje de la Rusia post comunista. En 2000 obtuvo asilo político en el Reino Unido.
Los últimos días de la víctima transcurrieron en torno de la investigación que estaba haciendo del asesinato el mes pasado de la periodista rusa Anna Politkovskaya, que había denunciado la represión de la rebelión separatista chechena y que, según los rumores, estaba detrás de una pista que dejaba muy mal parado al gobierno ruso y en especial al presidente Putin. Dos encuentros que tuvo Litvinenko el día que se indispuso, el 1° de noviembre, son el centro de la investigación a cargo de la unidad antiterrorista de la Scotland Yard. En un hotel londinense se reunió con dos rusos, uno de ellos un ex oficial de la KGB. Poco después se encontró con el académico italiano Mario Scaramella en un restaurante sushi en Piccadilly, centro turístico de Londres. Scaramella había convocado a la reunión para pasarle información sobre el asesinato de Politkovskaya.
El misterio que rodea el caso tuvo varios picos de intensidad con los rumores e informes contradictorios que salían del hospital de la University College de Londres donde estaba internado. Primero se habló de que había sido envenenado con talium, un metal altamente radiactivo, ideal para este tipo de asesinato, porque se degrada rápidamente y, por lo tanto, es difícil de rastrear en el cuerpo. A mitad de semana se descartó esa teoría y surgió otra con la misteriosa aparición de tres oscuros objetos en su intestino, que luego fue también desmentida. Junto a la incertidumbre sobre la causa, está el enigma sobre el motivo exacto: ¿por qué matarlo a Litvinenko justamente ahora?
En cuanto a la identidad de los asesinos Litvinenko no tuvo dudas. Ayer su padre Walter explicó, llorando y en ruso, que a su hijo lo había matado una diminuta bomba nuclear. “Era tan pequeña que no se puede ver, pero la gente que lo mató tiene grandes bombas nucleares y misiles. En esa gente no se puede confiar”, dijo el padre. Sacada de contexto, la frase le hubiera calzado a la perfección a George W. Bush. Pero ayer en Londres nadie tuvo la menor duda de que el destinatario de todo eso era el presidente ruso Vladimir Putin, quien se hallaba reunido en Helsinki con líderes de la Unión Europea mucho más interesados en hablar del suministro de gas ruso que de la muerte de Litvinenko.
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