EL MUNDO › OPINIóN

La cruda verdad

 Por Robert Fisk *

¿Es el final de la era de los dictadores en el mundo árabe? Cierto es que estarán sacudiéndose en sus botas a lo largo de Medio Oriente los jeques y emires, y los reyes, incluyendo a uno muy mayor en Arabia Saudita y uno joven en Jordania y los presidentes –otro muy viejo en Egipto y otro joven en Siria–, porque lo de Túnez no se suponía que iba a pasar. Protestas contra los precios en Argelia, también, manifestaciones contra los aumentos de precio en Amman. Sin mencionar más muertos en Túnez, cuyo déspota se refugió en Riad –exactamente la misma ciudad a la que huyó un hombre llamado Idi Amin.

Si puede suceder en el destino turístico Túnez, puede suceder en cualquier parte, ¿no es cierto?. Fue celebrado por Occidente “por su estabilidad” cuando Zine el Abdine Ben Alí estaba en el poder. Los franceses y los alemanes y los ingleses siempre elogiaron al dictador por ser un “amigo” de la Europa civilizada, mientras mantenían mano firme con los otros islamistas.

Los tunecinos no olvidarán esa pequeña historia, incluso si les gustáramos. Los árabes solían decir que dos tercios de la población total de Túnez –virtualmente toda la población adulta– trabajaba de un modo u otro para la policía secreta de Ben Alí. Habrán estado en las calles también, protestando contra el hombre que amábamos hasta esta semana. Pero no se exciten demasiado. El gobierno de “unidad” que va a formar Mohamed Ghannuchi, que ha estado atado a Ben Alí durante los últimos 20 años, será el par de manos que mantendrá nuestros intereses –más que los del pueblo– a salvo.

Me temo que será la misma vieja historia. Claro que nos gustará una democracia en Túnez, pero que no sea tan democrática. ¿Recuerdan cuánto queríamos que Argelia tuviera una democracia en los primeros años de la década de 1990?

Luego, cuando parecía que los islamistas podrían llegar a ganar una segunda vuelta en las elecciones, apoyamos allí un gobierno sustentado en la fuerza militar que suspendió los comicios. El choque con los islamistas fue letal y estalló una guerra civil en la que murieron 150 mil personas.

No, en el mundo árabe queremos ley, orden y estabilidad. Incluso en el corrupto y corruptible gobierno de Hosni Mubarak en Egipto, eso es lo que queremos. Y lo conseguiremos.

La verdad, por supuesto, es que el mundo árabe es tan disfuncional, esclerótico, corrupto, humillante y despiadado –y recuerden que Ben Alí era llamado terrorista en las protestas callejeras de la semana pasada en Túnez–, y tan totalmente incapaz de progreso social y político alguno, que las chances de que emerjan democracias del caos del Medio Oriente no superan el cero por ciento. El trabajo de los potentados árabes será lo que siempre fue: manejar a sus pueblos, controlarlos, mantenerlos cerca, amar a Occidente y odiar a Irán.

A propósito, ¿qué hacía Hillary Clinton en Túnez la semana pasada? Les decía a los gobernantes del Golfo que su trabajo era apoyar las sanciones contra Irán, confrontar a la república islámica, preparar otro golpe contra un Estado musulmán luego de dos catástrofes que Estados Unidos y el Reino Unido han ya ocasionado en la región.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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