Lunes, 28 de febrero de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Modesto Emilio Guerrero *
Cualquier adolescente de izquierda simpatizó en 1969 con el derribamiento de la monarquía de Idris I de Libia, como nos gustaron los pronunciamientos nacionalistas de Torrijos, Juan Velasco Alvarado y otros, contra las oligarquías y el dominio de Estados Unidos en sus países. ¿Quién en su sano juicio no repudió el bombardeo de Reagan a la carpa beduina de Khadafi en su palacio de Trípoli, donde asesinaron a su hija menor?
Hoy, después de aquel punto de partida progresivo, no es necesario ser adolescente para no simpatizar con lo que hace el mismo Khadafi, 42 años después. Khadafi ya no es Khadafi en la misma medida en que el Magreb ya no es el mismo. Todo cambió entre el neoliberalismo campante, el proyanquismo de las autarquías y la monarquías petroleras, la destrucción de Irak, los ataques a Irán y los acuerdos, o aproximaciones, con el Estado de Israel.
El antiimperialista de ayer comenzó a mutar en su contrario, desde 1992. A la firma de un tratado con Rusia en 1992, que abrió las puertas del petróleo del sur a las nuevas mafias de Moscú, siguieron 13 pactos políticos, financieros y comerciales con el FMI, el Banco Mundial y transnacionales de la Unión Europea, China y de EE.UU. Todos, como puede verificarse en los archivos de la web, fueron firmados en 1995, 1999, 2002, 2004, 2006; el último es del 19 de junio de 2010. El tratado con el Egipto de Mubarak incluyó el control de los palestinos de la Franja de Gaza y la persecución de musulmanes de cualquier tipo.
En el año 2004 se pronunció a favor de “un Estado binacional de Palestina con Israel” llamado “Isratina”, en su sagrado Libro Blanco.
Los imperios europeos decidieron ofrendarle un trato honorable desde 1996. Lo recibieron, lo adularon y lo condecoraron, y firmaron pactos de todo tipo: de extradición de “terroristas” de doble tributación con Inglaterra, de concesiones petroleras, de armas, de control de la migración africana, etcétera. Desde ese año, Trípoli negocia discretamente con Israel a través del llamado Diálogo Euromediterráneo de Bruselas, conocido como la “Cumbre de Sirte”. El premio apareció el 11 de octubre de ese mismo año. La UE levantó el embargo de armas a Libia. Desde 2005, los principales vendedores de armas a Trípoli son España, Italia, Inglaterra y Alemania.
Romano Prodi lo definió como “un amigo confiable” en 2002. EE.UU. rehízo relaciones e inversiones en 2004. Y Khadafi correspondió con similar pragmatismo: en su discurso por el trigésimo tercer aniversario de la Revolución, notificó al mundo que Libia renunciaba al “comportamiento revolucionario” y a las actuaciones de “Estado rebelde”. En adelante sería distinto. “Tenemos que aceptar la legalidad internacional, pese a estar falseada e impuesta por Estados Unidos; de lo contrario nos van a aplastar.” Las palabras, como se sabe, son una forma de conducta, sobre todo en política.
Esta adaptación a las “reglas” de las potencias tuvo el mismo efecto que en el resto de estos países de Africa del Norte. La rica Libia no se salvó de sus efectos desastrosos: sigue importando el 75 por ciento de los alimentos dentro de un consumo controlado por dos transnacionales europeas; el desempleo es del 30 por ciento al año 2011 y el analfabetismo creció hasta el 18 por ciento; uno de cada tres habitantes sobrevive en la pobreza crítica. La resistencia tardó más porque no tenían las libertades políticas de estos lados del mundo.
No es el primer caso ni será el último en la siempre creativa historia social. Nada de que sorprenderse. El trato diferenciado, demonizador y de amenaza militar que le dan a Khadafi, respecto de Egipto, Túnez o Marruecos, responde a la misma lógica imperial que antes pactó con él. Similar a lo que vimos en el Irak de Saddam Hussein o en la Panamá de Manuel Noriega. El resultado es la amenaza de la OTAN, refrendada por el The Washington Post, del pasado domingo. No es cuento que los imperios sólo tienen intereses, no amigos. Libia fue un Estado independiente, rebelde. Allí radica la complejidad del caso Khadafi. Con Mubarak es simple: siempre fue pro-norteamericano.
Es un error de alto costo propagandístico y político someter los derechos contenidos en una rebelión social genuina a las pragmáticas relaciones de Estado, o a la amistad entre sus jefes. Lo que valió para Egipto y Túnez, vale para Libia. A no ser que Khadafi vuelva a ser lo que fue.
Khadafi se ha convertido en indefendible por propia voluntad. Debilitó a la nación hasta el punto de hacerla vulnerable al interior y al exterior. Su desgastado movimiento panarabista y “socialista”, la Jamahiriya, perdió toda progresividad hace dos décadas.
La nación libia debe ser defendida, incluso con Khadafi adentro, si la ataca la OTAN. Pero lo que hace Khadafi desde 1992 hasta hoy no es defendible. El resultado es la actual rebelión.
* Escritor y periodista, autor de Medios y poder en Venezuela.
(Fuentes usadas para esta nota: Thawra.com, Afrol News, Arabawi.com, DemocracyNow, www.plataformasahara.com, Rebelion.com, Comité Abolición Deuda del Tercer Mundo, Le Monde Diplomatic, Aporrea.org y RusiaTV.com en español.)
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