Lunes, 7 de abril de 2008 | Hoy
EL PAíS › EL DEBATE SOBRE EL CONFLICTO AGRARIO
Con diferentes enfoques, cuatro reflexiones abordan el rol de los medios de comunicación en la cobertura del lockout rural, la relación de los cacerolazos con las protestas de 2001-2002 y la necesidad de construir alianzas políticas sólidas.
Opinión
Por Washington Uranga *
Lejos de haberse superado, la crisis planteada por el lockout de los productores agropecuarios se encuentra todavía en pleno desarrollo, no sólo en aquellos aspectos económicos que aparecen como los más relevantes a primera vista, sino sobre todo en lo que tiene que ver con los procesos sociales y políticos que desató y cuyos resultados aún no se pueden evaluar. Sería ingenuo y errado desde el punto de vista del análisis tomar por válidas y definitivas las alineaciones precarias que se produjeron, en un sentido y en otro, cuando la crisis alcanzó su pico máximo. Mal harían, unos y otros, en sumar como propias las fuerzas que se encolumnaron detrás de sí, porque a simple vista se puede observar que varias de esas adhesiones, si bien sirvieron para definir posiciones en el momento, están preñadas de fragilidad.
El Gobierno debería tomar en cuenta que muchos apoyos recibidos se amontonaron en defensa de la democracia y ante el temor que genera ver crecer del otro lado a un enemigo alimentado por muchos que añoran un pasado poco feliz. Pero no podrá contar incondicionalmente con esas fuerzas. A los productores, en particular los más pequeños, les convendría reflexionar sobre sus sociedades –así sean coyunturales– con aquellos que históricamente han sido no sólo sus patrones, sino sus explotadores. Respecto de los sectores de clase media, unos y otros deberían percibir que sus apoyos nunca son consistentes. Están atados a intereses de muy corto plazo, a la situación de sus bolsillos y a humores generados por cuestiones a veces circunstanciales o de estilo. Aunque no puedan despreciarse, las razones ideológicas pesan menos en la clase media. O, si puede decirse de otra manera, hay en estos sectores una ideología oportunista muy cercana a la inmediatez y a una mirada egoísta sobre el bienestar.
En ese cuadro todos los actores tendrán que hilar muy fino, pensar como en un partido de ajedrez (no sólo la jugada inmediata sino imaginar el tablero después de varias movidas). Porque éste es un juego de largo aliento.
Para ello no habría que confundir alineaciones momentáneas con alianzas. Teniendo en cuenta que las alianzas –aquellas que son sólidas, firmes y duraderas– sólo se pueden construir sobre la base de modelos y propuestas también sólidas, consistentes. Estas se logran a través de la generación de consensos basados en el diálogo, en el debate y en la construcción colectiva y no meramente con el reclamo de alineamientos incondicionales generados sobre la base del espanto por el enemigo común, potencial o real. En una sociedad compleja como esta en que vivimos hay distinto tipo de racionalidades políticas y sociales que, si bien no se excluyen y pueden sumarse, tienen horizontes similares pero disímiles, metodologías que se asemejan pero que no son iguales. Sobre estas diferencias es necesario trabajar para construir un proyecto que sea realmente inclusivo. Sobre esa base todos tendrán que evaluar los errores cometidos y no tapar las equivocaciones con el manto de los triunfos circunstanciales para olvidarlo todo, despreciar al aprendizaje y volver a cometer los mismos deslices. Entendiendo también que adhesiones no son opciones. Las adhesiones pueden fomentarse mediante presiones de todo tipo o por mecanismos mediáticos de seducción, en ambos casos promovidos o patrocinados desde distintas formas de poder.
Por esta vía se puede llegar a lograr que los puntos de vista, los criterios, los intereses y los argumentos de los sectores dominantes sean inoculados en el inconsciente popular a tal punto que las personas, los ciudadanos, incorporan actitudes como si fuesen propia voluntad. Sobran ejemplos sobre esto en el conflicto agropecuario. Por esta vía el ser humano se puede subordinar a intereses que le son extraños, hasta el punto de alienar a su propia persona, generando clientelismo y servilismo. Quienes son víctimas de estas manipulaciones no tienen conciencia de la instrumentalización de la que son objeto y hasta terminan agradeciendo a quienes los manipulan. En el proceso de construcción de verdadera ciudadanía en democracia es imprescindible generar opciones conscientes, comprometidas, voluntarias, positivas y no simples adhesiones circunstanciales y precarias. Porque las opciones personalizan y las adhesiones están más cerca de la despersonalización. Buscar adhesiones es una estrategia para dominar pacíficamente a la sociedad o a sectores de ella en función de los intereses propios. Promover las opciones es apostar a la libertad de las personas. Es profundizar la participación política y la democracia. Quien opta puede acordar y discrepar, puede asumir y respaldar los procedimientos pero también rechazarlos. La construcción de un futuro realmente diferente no se hace mediante la reiteración de mecanismos de adhesión, sino mediante la búsqueda de la opción creadora. Esto consolida no sólo los proyectos políticos, sino la democracia en sí. Pero también es mucho más difícil.
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