Lunes, 13 de julio de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Se esté a favor o en contra de los nombres incorporados o rotados al gabinete, es por cierto difícil definir a lo dispuesto como algo inesperado. Más luego: ¿por qué debía esperarse otra cosa y con cuáles intenciones se la aguardaba?
El kirchnerismo se refugió sobre sí mismo, sin abrir juego por fuera de su núcleo duro y del llamado presidencial a un diálogo “amplio” (¿bajo qué condiciones será ese diálogo). Esto es un blindaje. Los K consideran que la mejor manera de afrontar lo que viene es reguarecerse con su gente de confianza y nada más. Anotaron la necesidad de dejar un par de áreas clave en manos de figuras con mucha mayor muñeca política y presencia comunicacional. Aníbal Fernández, un zorro viejo y fiel, va a la Jefatura de Gabinete para darle volumen de todo tipo a un cargo que tras la partida del otro Fernández se había desdibujado. Y Amado Boudou garantiza en principio fortaleza mediática contra la nada misma que en ese plano significaba su antecesor. La noche del 28 de junio, la Presidenta dijo que habían perdido por tres factores: la inseguridad, el campo y la comunicación. De esta última parecería desprenderse la autocrítica más severa que hacen los K. Lo demás es secundario o en todo caso ratifica el blindaje, junto con la suerte de Guillermo Moreno que por estas horas estaría decidiéndose en El Calafate.
Puede enfocarse este último punto para retomar los interrogantes del comienzo. Y se requiere de una enorme honestidad intelectual para contestarlos. Hace ya mucho que medio mundo venía pidiendo la cabeza de Moreno. No eran sólo las corporaciones cuyos intereses fueron evidentemente afectados por la política económica. Antes que sus características personales, el desquicio que ejecutó en el Indek le valió las críticas furibundas de figuras y sectores progresistas. Los Kirchner lo aguantaron contra viento y marea y perdieron, sucesivamente, las oportunidades de quitarlo del medio cuando el costo político de hacerlo no sólo era muy menor al de ahora. Habrían –tal vez– contribuido a restituir en parte una confianza que se perdió. Pero eso ya fue y el 28J pasó lo que pasó. Desde entonces, a izquierda y derecha hicieron cola para exigir en primerísimo término el despido del secretario. Solanas, la Mesa de Enlace de los campestres, los medios, toda la oposición: todos ensimismados con el reclamo de que Moreno vuele por fin de una sonora patada. Y aquí viene lo de ser intelectualmente limpio en la respuesta. ¿Qué presidente, qué gobierno, de cuándo, de dónde, y como si fuera poco en una etapa de enflaquecimiento, no queda todavía más debilitado si se rinde ante semejante presión? Ningún antecedente indica lo contrario. Ninguno. Quienes cedieron en las instancias extorsivas pico contribuyeron a un destino inevitable de pies políticos para adelante.
De todas maneras, Moreno es una excusa. El ejemplo es usado para proyectarlo al conjunto mayoritario de cuestionamientos que desató el “nuevo” gabinete. Para gusto de quien escribe, los K se equivocaron. Pero no por haber mostrado que desean ratificar su rumbo de modelo tibiamente inclusivo, con alguna resignificación del papel del Estado a través de una política que timonea a la economía y no al revés. No es eso, sino el haberlo hecho a través de doblar la apuesta en confiar absolutamente nada más que en ellos y un puñado de soldados. Eso, en lugar de abrir la mano hacia núcleos e individualidades que los apoyan en forma independiente, que objetan numerosos aspectos de medidas y semblantes pero sin perder de vista que el kirchnerismo, o la construcción de sentido lograda hasta aquí, es –o podría continuar siendo– una oportunidad progre con anclaje en la disputa real de poder. Y ni qué hablar si todo lo que se presenta hacia 2011 son opciones de derecha. El punto era fortalecer el camino pero ampliándole el arco de alianzas. Relanzar el Gobierno, pero saliendo del encierro con el intento de reagrupar a quienes podrían garantizar un destino digno, con derrota o mantenimiento, pero digno.
Ahora bien: si eso ya no fue, ¿qué alternativa había a encerrarse con los soldados? ¿Dejar que las corporaciones les digitaran a alguno de sus empleados como ministro de Economía? ¿Ubicar a alguien “serio y confiable” al frente de la Jefatura de Gabinete? ¿No conocemos de sobra quién es esa gente de finos modales a que aspiran los popes de campo, industria, medios y compañía? Quieren que el Gobierno se suicide. ¿Se le pide a alguien que se suicide? ¿En qué cabeza cabe que rendirse así es distinto a entregar el mando? ¿Mando para el que la oposición estaría capacitada, vaya, cuando el peronismo disidente no tiene claro ni siquiera su figurón aglutinador, y el panradicalismo inclusive reconoce que encima de compartir esa carencia no puede salir todavía de su rol de comentarista? Aun eliminando esta última pregunta, sería más sincero que el aquelarre de intereses corporativos asumiese lo dicho por Eduardo Buzzi, entre otros, cuando el conflicto por la 125: el objetivo es desgastar al Gobierno. Propender a un clima destituyente. ¿Están en condiciones de sostenerlo? Porque si no lo están, lo que reivindican es que sus intereses los ejecuten políticos disfrazados de “otros”. Como lo consiguieron en los ‘90 y, antes y siempre, en cada dictadura que asoló al país. Un cinismo inaguantable. Una táctica perversa que, daría la sensación, hoy no se animan a consumar porque la estrategia no tiene base popular amplia, porque ni ellos mismos confían en su fuerza dirigente y porque saben o infieren, en el fondo de los fondos, que la derrota oficialista tuvo más que ver con un castigo a los estilos gubernamentales que con un requerimiento masivo por cambiar al, digamos, modelo.
En síntesis y, dicho otra vez, a gusto del periodista con muy estimables posibilidades de equivocación: los K no hicieron lo que debieron hacer; al no haberlo hecho les quedaba únicamente el refugio con la tropa; al ser así, los vientos de la economía determinarán cómo les irá pero, ya que están, que lo que vaya a ser sea tan sin caprichos como con las botas puestas. Una medida de si harán eso, que no le interesa mayormente a nadie, será la suerte del proyecto de ley sobre radio y televisión. Veremos si la derecha, que tanto reclama “calidad institucional”, se anima a debatir en serio acerca del tema. Veremos si los valientes cruzados de la oposición se juegan a quedar en orsay con los grandes medios, porque aun rumbo al 2011 se trata de acabar con una ley de la dictadura antes que privilegiar el trato que esos medios les darán.
Si el Gobierno claudica o negocia ese tipo de asuntos estructurales, símiles a rebaja encubierta de retenciones, devaluación sostenida, retorno al FMI, “clima favorable a los inversores” y otras delicias por el estilo, les aguarda lo que ocurre al creer que se puede estar un poquito embarazada.
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