Lunes, 19 de octubre de 2009 | Hoy
Por Alcira Argumedo *
Con intención de darle una mano en su tesis de doctorado al politólogo sueco de Mario Wainfeld, trazamos algunas líneas de respuesta al artículo de José Natanson (Página/12, 11/09/09) y a sus interrogantes acerca de la posición de Solanas y Proyecto Sur. El periodista considera que se trata de una construcción política situada en un lugar extraño, en tanto combina oposición dura con apelación moralizante, y se le hace difícil comprender que “Solanas, cuyas películas transpiran peronismo, es, de todos los líderes de centroizquierda, el que mantiene la relación más intransigente con el peronismo, situándose en posiciones aún más inflexibles que las de opositores cuyo origen los aleja naturalmente del PJ, como los socialistas”. Como tantos otros, Natanson no puede o no quiere percibir el contraste entre el peronismo histórico y el pejotismo: el peronismo de los gobiernos de Perón y la resistencia peronista, con sus grandes aciertos y errores en tiempos turbulentos, frente a la fuerza política degradada que emerge del genocidio de la última dictadura. Más allá del necesario balance crítico de ese período, el peronismo histórico –del cual provienen Solanas y una significativa proporción de integrantes de Proyecto Sur– nunca se apartó de tres ejes fundantes: la consigna Braden o Perón, como una clara oposición a las potencias hegemónicas con sus estrategias de despojo y subordinación; la defensa de los intereses nacionales sintetizada en el artículo 40 de la Constitución de 1949; la reivindicación de la justicia social y la dignidad de los trabajadores.
Por su parte, el pejotismo impulsó el proyecto más entreguista y antipopular de la historia argentina del siglo XX, incluyendo el de la Década Infame: las relaciones carnales; las aberrantes privatizaciones y prórrogas de concesiones o la fraudulenta deuda externa que se niegan a investigar a pesar del dictamen del juez Ballestero basado en las denuncias de Alejandro Olmos, manteniendo como política el endeudamiento, junto a los derechos sociales arrasados, son el espejo invertido de esa otra historia, aunque se implementaran cantando la Marcha. Para hacerlo, Menem necesitó del apoyo de varios miles de cuadros y dirigentes políticos o sindicales bajo la conducción del PJ: allí están en los archivos todos los nombres de los cómplices y beneficiarios, con los sucesivos acuerdos, traiciones o enfrentamientos mutuos. Sus conductas en el pasado reciente han generado dramáticas secuelas que aún perduran en nuestra sociedad: compararlos con José Martí, Túpac Amaru o Augusto Sandino (Mario Goloboff, en Página/12, 13/10/09) para fundamentar que el “mal de archivos” es “un inútil consuelo de tontos”, precisamente en esta Argentina que está luchando por la memoria, nos parece, como mínimo, un despropósito.
Proyecto Sur reivindica las mejores ideas del peronismo histórico, como parte de las tradiciones populares latinoamericanas, pero se opone duramente al pejotismo y a las medidas del Gobierno que son continuidad de los noventa; a ese “conservadurismo mal disfrazado de progresismo que es necesario desnudar”. Los ejemplos sobran. No obstante, con las condiciones pertinentes, se han apoyado y van a apoyarse aquellas iniciativas consideradas beneficiosas para el país y sus ciudadanos, sin importar quién las haya propuesto ni caer en las trampas de falsas polarizaciones.
Sustentamos una ética pública que, según Natanson, algunos consideran un “riesgo de apelación moralista estilo Frepaso como eje de la construcción política”. La ética pública afirma que hacer negocios personales y de amigos con recursos públicos pertenecientes a todos los argentinos es un delito gravísimo y debe ser duramente castigado; porque esa corrupción y esas prebendas redundan en carencias y sufrimientos para una alta proporción de compatriotas. A pesar de la cantidad de información aportada, nadie pudo desmentir las denuncias de Solanas en sus películas Memoria del saqueo, La próxima estación o Tierra sublevada, que no son una mera “apelación moralista estilo Frepaso”. Luego de padecer durante treinta años la hegemonía cultural y económica del neoliberalismo con su impunidad delictiva, Argentina clama por una profunda reforma moral e intelectual, como base de un proyecto capaz de dar respuesta a los desafíos de la actual crisis de época, algo que ni el pejotismo ni la oposición de derecha están en condiciones de promover.
Se nos cuestiona, además, que el grueso de las críticas de Proyecto Sur sea a “grupos lejanos y difusos (las empresas mineras depredadoras) en lugar de factores de poder cercanos y tangibles (los medios, el campo, la Iglesia)”. Esta estrategia discursiva sigue el patrón del kirchnerismo: establece una contradicción antagónica, una polarización irreductible con “factores de poder” considerados totalmente homogéneos, sin una mínima sutileza que permita percibir la heterogeneidad y las diferenciaciones internas de cada uno de ellos, como es el caso del sector rural. Al mismo tiempo, la crispación del conflicto intenta silenciar o velar los intereses que los ligan con esos “grupos lejanos y difusos” como Repsol, British Petroleum, Barrik Gold, La Alumbrera, Techint, Monsanto, Cargill, Aceitera General Deheza, Bunge, entre otros, que serían aliados incondicionales del movimiento nacional y popular. Nos permitimos afirmar que definiciones de este tipo le plantean al politólogo sueco una confusión mucho mayor que las posiciones políticas de Solanas y Proyecto Sur.
* Diputada electa, socióloga.
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