EL PAíS › GALTIERI INTERNADO POR UN AGRAVAMIENTO DE SU CANCER
El general majestuoso está grave
Viejo amigo del whisky y la tortura, denunciado aquí y en el exterior por asesinatos, desapariciones y tormentos, responsable de la aventura de Malvinas, el dictador Leopoldo Fortunato Galtieri fue internado ayer de urgencia, en estado “grave y delicado”. Está en el Hospital Militar, no recibe ayuda “de medios mecánicos” y nadie arriesga pronósticos. Un retrato de una figura terrible.
Por José Natanson
Responsable de la aventura de Malvinas, detenido por el asesinato de militantes montoneros y obstinado bebedor de whisky, el ex dictador Leopoldo Fortunato Galtieri, de 77 años, fue internado ayer en el Hospital Militar por un agravamiento de su cáncer pancreatítico. Al cierre de esta edición, el “general majestuoso”, como lo definió un funcionario norteamericano, no había sido operado y continuaba en estado reservado.
Galtieri represor
Nació en 1926 y, como muchos otros dictadores latinoamericanos, se graduó en la Escuela de las Américas. Era comandante de cuerpo cuando sucedió el último golpe militar, que lo designó al frente del Segundo Cuerpo del Ejército, con sede en Rosario: ocupó aquel cargo entre 1976 y 1979, el período más duro del terrorismo de Estado.
Allí dio sus primeros pasos como represor. Organizó la Quinta de Funes, un centro de detención que funcionaba en una bella casaquinta de Rosario, y que en realidad era un laboratorio de terror y espionaje destinado a inculcar la traición: el objetivo consistía en infiltrar la organización Montoneros para obtener información de inteligencia.
El entonces general, que escuchaba folklore y rasgueaba una guitarra en sus ratos libres, planeaba operaciones audaces. En 1977, un grupo de tareas logró capturar a Tulio Valenzuela, máximo jefe montonero de Rosario, y se dispuso a utilizarlo para delatar a sus superiores. Al advertir que la mayoría de los cuadros de la organización estaban quebrados, Valenzuela simuló colaborar con una operación para secuestrar a Mario Firmenich y otros dirigentes montoneros exiliados en México. Sin embargo, una vez allí denunció la maniobra en una conferencia de prensa: fue un papelón, y Galtieri se vio obligado a evacuar el centro de detención.
Desde luego, Galtieri no perdonó el fracaso del operativo: la mujer de Valenzuela, Raquel Negro, desapareció poco después en las catacumbas del Segundo Cuerpo, junto a dos mellizos que las Abuelas de Plaza de Mayo aún siguen buscando.
En Rosario, uno de los torturadores más feroces de la dictadura, el comandante de la Gendarmería Agustín Feced, operaba con el aval cotidiano de Galtieri. Allí todo dependía de la voluntad del militar de ojos azules: Adriana Arce, detenida en la Quinta de Funes, consiguió el perdón de Galtieri porque tenía el mismo nombre que su hija.
Malvinas
En 1979, Galtieri asumió como titular del Primer Cuerpo del Ejército y en diciembre de ese año fue designado comandante en jefe. Dos años después, el 22 de diciembre de 1981, Roberto Viola fue desplazado de la Presidencia en el segundo golpe interno de los generales, celosos de los modestos contactos políticos con el radicalismo balbinista y un sector del peronismo que ensayaba el jefe de Estado.
Galtieri, que ejercía el poder desde las sombras como jefe del Ejército, fue elegido Presidente. Asumió de blanco, con un cierto aire de caudillo. Cultivaba más que nunca su look de general poderoso y estaba tan contento que brindaba por sí mismo frente a los espejos.
Una mezcla de soberbia y torpeza guió su breve presidencia. El 2 de abril de 1982 ordenó la invasión de Malvinas, improvisada y loca, con el objetivo de perpetuar el régimen: uno de los submarinos que mandó a pelear contra la armada más poderosa del mundo no podía hacer explotar sus torpedos. El otro no pudo avanzar más allá de Mar del Plata.
Fue, de todos modos, el momento más importante de su vida. El 10 de abril habló ante una Plaza de Mayo colmada, que ovacionaba el desembarco pero se mantenía en silencio cuando se refería al régimen militar. Lalengua se le trababa en las palabras difíciles, pero igual se sintió Mussolini por un rato.
La estrategia era absurda y se basaba en la confianza ciega en el apoyo de los Estados Unidos. Poco tiempo antes, el asesor de Seguridad Nacional de Ronald Reagan, Richard Allen, lo había elogiado desmesuradamente y calificado de “general majestuoso”: Washington estaba agradecido por el entrenamiento argentino a los contras sandinistas.
Pero, además, Galtieri subestimaba la respuesta británica, como si Margaret Thatcher fuera un ama de casa y no una mujer implacable, que necesitaba mostrarse dura hacia adentro, con las huelgas de los mineros laboristas, y hacia afuera, con la Argentina. “Si bien una reacción británica me parecía posible, nunca llegamos a verla como una posibilidad. Yo juzgaba escasamente posible una respuesta inglesa, y menos una respuesta tan desproporcionada”, confesó años después.
Los cálculos no podían haber salido peor, pero él insistía. Cuando un torpedo inglés hundió el crucero “General Belgrano”, Galtieri dijo: “Tengo 400 argentinos muertos y, si es necesario para salvaguardar el orgullo, la Argentina está dispuesta a cuatro mil o cuarenta mil muertos más”. Después quiso relevar al gobernador de las islas, Mario Benjamín Menéndez, cuando éste se negó a seguir peleando. En total, murieron en Malvinas 649 personas, en su mayoría colimbas sin experiencia.
El 17 de junio de 1982, luego del desastre y mientras la policía reprimía a miles de manifestantes ante las puertas de la Casa Rosada, los generales le retiraron su apoyo, designaron a Reynaldo Benito Antonio Bignone como nuevo Presidente. La derrota militar en Malvinas abrió las puertas a la recuperación democrática.
El ocaso y la libertad
Luego del retiro comenzó un período de decadencia. En 1985, en el Juicio a las Juntas, Galtieri fue acusado de once privaciones ilegales de la libertad, tres tormentos, ocho reducciones a la servidumbre, dos sustracciones de menor, 242 encubrimientos y falsedad ideológica reiterada en quince oportunidades.
Fue absuelto, pero no logró escapar a la condena en otro juicio, por los desatinos de Malvinas: el informe Rattenbach de 1982 –resultado de la investigación dispuesta por el entonces jefe del Ejército, Cristino Nicolaides, para esclarecer la actuación en Malvinas– recomendó que se lo condenara a “degradación y fusilamiento”. Naturalmente, el Ejército no llegó a tanto, y lo condenó a sólo doce años de prisión militar.
Privado de una parte de su pensión de general, comenzó una época de problemas económicos, que lo obligaron a desprenderse de algunas propiedades obtenidas misteriosamente en los últimos años. Tuvo, también, algunos problemas con su mujer: el suyo era un matrimonio acostumbrado a la buena vida.
Carlos Menem lo liberó en la primera tanda de indultos, en 1989. Fueron sólo seis años preso que, sin embargo, le marcaron el cuerpo y la cara.
Se mudó a un departamento en Villa Devoto, cerca de la casa de los padres de Diego Maradona, y se amoldó a la vida doméstica: además de pintar al óleo, Galtieri salía todos los días a hacer las compras. Aunque siempre habrá un dejo de soberbia en sus ojos azules, el hombre ya no levantaba la frente: se acostumbró a mirar el piso mientras barría la vereda con una escoba desflecada.
Reconciliado con su mujer, Lucía Noemí Gentile, con la que tuvo tres hijos, el ex dictador alternaba la tranquilidad de Villa Devoto con largos veraneos en Miramar. En 1993, la revista Caras lo retrató en la playa, bronceado y en short, jugando con sus “traviesos nietos”. “Somos muy playeros. Con Lucía, mi señora, tomamos mate mientras nos bronceamos”, dijo Galtieri, que llevaba un crucifijo colgando del pecho.
Justicia
La reactivación de las investigaciones nacionales e internacionales contra los ex represores alcanzó a Galtieri que, sin embargo, fue detenido recién el año pasado.
En 1995, Adolfo Rubén Sallman, el arrepentido ex jefe de inteligencia del departamento de Belgrano, dependiente de la Policía de Rosario, dijo que Galtieri fue el responsable de asesinar a una pareja a balazos. Agregó que había visto personalmente cómo arrojaba un pan de trotyl en el auto en el que iba la pareja, para asegurarse de que estuvieran muertos.
En 1997, el juez de la Audiencia Nacional de España, Baltasar Garzón,
pidió su captura por “genocidio” y “terrorismo”. Se basó en la declaración de Vicente Ramiro Montesinos, cónsul español en Rosario entre 1975 y 1977: el diplomático declaró que, en una entrevista solicitada para averiguar el destino de ciudadanos desaparecidos, Galtieri le mostró el portafolio que había pertenecido a uno de ellos. “Me dijo que era de un subversivo y me demostró que los grupos de tareas actuaban bajo sus órdenes”, aseguró Montesinos.
El 7 de abril de 1999, Galtieri declaró en el Tribunal Federal de Santa Fe en la causa que investiga un episodio ocurrido el 11 de febrero de 1977. Ese día, la casa de Enrique Cortesse y Blanca Zapata fue allanada por un grupo de tareas. La mujer, que estaba a punto de dar a luz, fue enterrada dos semanas después como NN en el cementerio municipal. Su hija, María Carolina Guallane, se obstinó en conocer la verdad e inició una causa que desembocó en Galtieri. Cuando declaró, el ex dictador dijo que no recordaba el episodio.
En mayo del 2001, Galtieri fue citado nuevamente a declarar, esta vez para responder por la desaparición de Alejandro Pastorini, un médico psiquiatra secuestrado en la madrugada del 7 de agosto de 1976 en Rosario por un grupo de tareas que además robó todo lo que encontró.
Poco después, la Justicia italiana puso en marcha un proceso que lo involucra, igual que a Eduardo Massera y Jorge Videla, por la desaparición de once ciudadanos italianos en el marco del Plan Cóndor, que coordinó la represión ilegal en el Cono Sur.
El 12 de julio del año pasado, el juez Claudio Bonadío lo procesó por el secuestro y la desaparición de 18 militantes y jefes montoneros que habían retornado al país como parte de la “contraofensiva”. Quince días después, Galtieri, viejo y enfermo, obtuvo el beneficio de la prisión domiciliaria.
Fiel a sí mismo
En todo ese tiempo, y a pesar de que el círculo judicial se cerraba, el ex dictador volvió a exhibir una y otra vez su costado más soberbio. Como fue indultado antes de que la Corte Suprema confirmara su condena, Galtieri conservó su rango de general. Esto le permitió mostrar su perfil desafiante en más de oportunidad: en el aniversario del Ejército, en la entrega de diplomas a los oficiales recién graduados y en las cenas anuales de camaradería y el 25 de mayo de 1999 tomó chocolate en el Edificio Libertador. Antes, había tenido el descaro de pedir que le pagaran la jubilación de ex presidente, que la Justicia rechazó recordándole que había usurpado aquel cargo.
Por esa misma época, entrevistado por la revista Gente para un aniversario de la invasión a Malvinas, Galtieri declaraba: “No me arrepiento de lo que hice”.
Acosado por la Justicia, intentando sus últimos gestos de soberbia, el general majestuoso fue comprobando cómo su salud se iba deteriorando. En 1990 fue internado con un cuadro de “hipertensión con hemorragias nasales”. En agosto del año pasado, mientras se encontraba cumpliendo la prisión domiciliaria, fue operado por un problema “localizado en la región abdominal”.
Ayer, Galtieri tuvo que ser internado nuevamente, esta vez en estado grave. La jefa de turno del Hospital Militar, teniente coronel médica Alicia Amato, informó que fue llevado allí luego de que el cáncer quepadece se agravara a raíz de una enfermedad vascular periférica. No fue asistido mecánicamente ni sometido a ninguna operación. “Está delicado, en grave estado”, resumió.