Miércoles, 8 de junio de 2011 | Hoy
EL PAíS › CECILIA VIñAS HIZO ESCUCHAR A LA JUSTICIA LA VOZ DE SU HIJA, QUE LA LLAMó DESDE UN CENTRO CLANDESTINO
La hija de Cecilia, secuestrada el 13 de julio de 1977 con un embarazo de cinco meses, permanece desaparecida. Llamó por teléfono a su madre hasta 1984. Su hijo Javier Gonzalo Penino Viñas fue apropiado por el marino prófugo Jorge Vildoza.
Por Alejandra Dandan
Cecilia Viñas se levantó de la silla para no escuchar otra vez unos llamados que de octubre de 1983 a marzo de 1984 logró hacer su hija desde lo que se lee todavía como un centro clandestino. Cecilia les pidió a los jueces que escucharan esa grabación porque no es lo mismo, dijo, lo que ella podía decir de las llamadas que la voz. Entonces dejó la sala, anciana como está, acompañada de una asistente terapéutica mientras la presidenta del Tribunal Oral Federal 6, María del Carmen Roqueta, anunciaba el comienzo del sonido, esa voz, que repuso en el presente de la sala el tono insoportable de algo parecido a un infierno.
“Hablale, hablale a papá, hablale, decile, porque le mienten”, se alcanza a escuchar desde el fondo. “Ahora estamos otra vez lejos..., mamá”, dice casi sin aire. Algo de un enojo, porque alguien “no va a buscar a mi hijo”, se oye en medio de la conversación de uno o dos minutos durante la cual madre e hija quieren sentirse. La madre pide perdón por haberle dicho algo sobre el destino de ese hijo, acaso las noticias del robo, porque “yo tenía que decirte la verdad”. Mientras se intuye una despedida, Cecilia pierde el tono de madre para decirle casi desesperadamente que por favor sepa, que “te queremos con nosotros, pensá que yo estoy sola y que puedo irme a cualquier lado del mundo”.
Las grabaciones estremecieron al mundo político en los primeros meses de la democracia como vuelven a hacerlo en este mismo presente. La hija de Cecilia desapareció el 13 de julio de 1977, con un embarazo de cinco meses, y esas grabaciones –a tantos años del secuestro– eran la voz de esos desaparecidos que seguían hablando desde algún espacio del tiempo. A esa altura, sus familiares sabían poco de lo que había pasado con ella. Un grupo de sobrevivientes dijo que había pasado en algún momento por la ESMA, que ahí había tenido a su hijo y había sido atendida por Jorge Luis Magnacco, el doctor de la muerte. Después, todo el mundo perdió sus rastros hasta los primeros llamados en octubre de 1983, cuando aún los dictadores manejaban la Casa Rosada. En los llamados, que fueron ocho en total, ella decía que había todo un grupo de sobrevivientes, que seguían secuestrados y pedían dinero para un rescate.
Hugo Reinaldo Penino y Cecilia Viñas Moreno de Penino eran de Mar del Plata, pero en 1977 estaban instalados en Buenos Aires. El 13 de julio de 1977 los secuestraron del departamento donde vivían en la calle Corrientes al 3600 y el portero del edificio identificó a la patota como de Coordinación Federal. Pese a que no hay certezas porque tampoco hay testigos, la abogada Alcira Ríos –cabeza de la querella de este tramo de la causa– está convencida de que primero estuvieron secuestrados en la Base de Submarinos y Buzos Tácticos de Mar del Plata y que desde ahí –como sucedió en la mayor parte de los casos– los marinos trasladaron a Cecilia Viñas Moreno a parir a la ESMA. “Como cada arma se hacía cargo del destino de los niños de los desaparecidos que ellos secuestraban, ellos mandaron de nuevo a Cecilia a Mar del Plata y entregaron al niño.”
El niño es Javier Gonzalo Penino Viñas, apropiado por el marino Jorge Vildoza, jefe del grupo de tareas 3.3.2 de la Escuela Mecánica de la Armada hasta 1979, echado por ladrón y quien pese a tener pedido de captura sigue en libertad. La casa de las Abuelas de Plaza de Mayo recibió cinco denuncias sobre el posible paradero de Javier luego de la apropiación, entre ellas, llamaron los amigos de los hermanos de crianza, los más grandes, que eran jóvenes de 18 años cuando él cumplía los cinco.
“No necesitaban siquiera hacerle el ADN para saber que no era quien decían que era”, dijo su abuela Cecilia en la audiencia. Decían que ese niño no podía ser hijo de esa “señora mayor que parecía una abuela” y de ese militar que aparecía en una foto de la casa. Cuando uno de ellos vio la foto de cinco años de una prima de Javier, quedó impactado: sería él si no fuera una nena, explicó.
¿Tuvo conversaciones con él?, preguntó la jueza María del Carmen Roqueta. “Yo evité siempre perturbarlo o molestarlo –dijo la abuela–; la jueza Servini nos pidió que no le pidamos más de lo que puede dar. Yo esperaba que me llamara o viniera. En mi casa, conoció a la prima. Vino a un cumpleaños mío en el que estábamos todos y yo por eso tengo esa sensación de que él sabe quién es y que cada vez que se mira al espejo va a ver la cara del padre y de la madre, porque tiene los ojos de la madre, los rulos del padre, camina como su tío, es impresionante cómo se parece a la prima, que es la que más se parece a mi hija.”
El día del cumpleaños de la abuela, él no llegó con un regalo cualquiera. “Yo tenía un gato que cuando quería salir levantaba la patita para hacer ruido con la llave. El observó un día al gato y me dijo: ¿le puedo abrir la puerta? ¡¿Y qué me regaló?! –explicó en la sala–: un almanaque en inglés con gatos en el campo, cada hoja del almanaque tiene gatos distintos, unos con ponnies, otros con conejos, algo que me produjo mucha emoción porque no me compró bombones, pensó en mi gato.”
Javier todavía vive en Londres. “A Vildoza yo quisiera que lo encuentren porque es como cerrarle a mi nieto la posibilidad de saber quién es quién: que él es Javier Penino Viñas y que si tiene un hijo un día podría ponerle el nombre con toda tranquilidad.”
Once días después de la asunción de Raúl Alfonsín, a las 6 de la mañana, Cecilia llamó por primera vez a su padre a Buenos Aires. Le dijo que no se preocupara, que era ella, y preguntó qué pasaba que su madre no contestaba el teléfono en Mar del Plata. También ahí le habló del dinero, que viajara con mucho dinero a Mar del Plata. “Mi hijo me llamó para contarme”, dijo Cecilia. “Imaginen el impacto después de siete años de desaparecida, nos fuimos con mi marido a Mar del Plata”. La segunda llamada fue el 5 de enero. “Mi hijo me había preparado un chupete y la grabamos”, dijo la mujer. “Ella tenía que llamar en una fecha determinada, pero no lo hizo y ahí me contó que estuvo enferma: ‘Me tuvieron que llevar a la enfermería’”. Cecilia preguntó cómo era que podía llamar: “De noche hay muchachos buenos que me marcan el teléfono, de día hay otra gente, respondió”.
Cuando Cecilia dejó la silla, la sala empezó a escuchar la voz en directo de su hija. Una sola grabación de las ocho llamadas que mantuvo la familia. Una cinta cuya existencia se conoció en esos años porque la noticia empezaba a difundirse y la familia entendió que era lo mejor. Pero la difusión clausuró las negociaciones. Mientras el ex ministro Antonio Tróccoli puso la investigación en manos de Coordinación Federal como si fuese una fuerza de la democracia, las llamadas terminaron: Cecilia sigue desaparecida. Y una causa en Mar del Plata permite probar en este tiempo que el centro clandestino funcionó hasta 1984.
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