EL PAíS › RODOLFO GALIMBERTI MURIO AYER POR UNA AFECCION ABDOMINAL
El final del “Loco”, lejos de la gloria y cerca del poder
Rodolfo Galimberti murió ayer a los 53 años. El ex secretario de la Juventud Peronista y militante guerrillero se había convertido en millonario, asociado a ex agentes de la CIA. Su vida fue usada para desacreditar la militancia popular de la generación de los años ‘70.
Por Luis Bruschtein
La vida de Rodolfo Galimberti terminó ayer a la mañana y no fue por un tiro en combate, como le hubiera gustado en otra época, sino por una afección en la aorta abdominal propia de las personas demasiado gordas. Tenía 53 años, no era lo suficientemente joven como para tener esa muerte heroica que todos recordarían, y tampoco demasiado viejo como para haber disfrutado los beneficios de sus cambios de frente. Se hizo famoso en los ‘70 usando el “nosotros” para referirse a la Juventud Peronista o a los Montoneros y murió usando esa misma primera persona del plural para hablar en representación de otra “orga” que no se entendía bien si eran los Estados Unidos de Norteamérica o directamente la CIA. Pero tanto en los ‘70 como en el 2000, seguía siendo ese personaje grandilocuente, provocador, y siempre necesitado de llamar desesperadamente la atención.
La última secuencia en la vida del “Loco” Galimberti comenzó el domingo a las 19.30 cuando estacionó de un frenazo, en doble fila, frente a la clínica San Lucas, de San Isidro, y bajó con el cuerpo doblado por dolores punzantes en el estómago y la cintura. Los médicos diagnosticaron una perforación de la aorta abdominal, a causa del estrés, la gordura y el colesterol. Galimberti se internó con otro nombre y fue sometido a una operación durante ocho horas hasta que murió ayer a las ocho de la mañana.
Si ésa fue la última secuencia de su vida, es difícil saber cuál fue la primera, la que lo marcó para protagonizar una historia donde parecía que no hubiera más límites que los que él fijaba. Quizá fue cuando a los quince años hirió de un navajazo a un adolescente comunista y descubrió que su padre y su hermano, que lo habían alentado a ese tipo de aberraciones, le daban la espalda y dejaban que fuera preso a un internado. O el día que descubrió a su padre, empleado del Banco de Londres, hablando en inglés con sus jefes, cuando a él lo castigaba severamente si lo hacía. Son anécdotas que contó a Marcelo Larraquy y Roberto Caballero que escribieron un best seller con su biografía.
Como muchos adolescentes de los ‘60, Galimberti, que vivía con su familia en un pequeño chalet en San Antonio de Padua, se integró a Tacuara, la versión populista local del nazi-fascismo, junto a la GRN que expresaba al nazi-fascismo oligárquico. El eje de las dos era el nacionalismo, pero la mayoría de su actividad se limitaba a acciones anticomunistas y antisemitas. Al igual que muchos de esos jóvenes, Galimberti se sintió defraudado por Tacuara y buscó, desde el nacionalismo, abrevar en vertientes de la izquierda. En los años ‘60 participó con Chacho Alvarez, Ernesto Jauretche, Jorge Raventos, Carlos Grosso y Raúl Othacehé, entre otros, en la Juventud Argentina por la Emancipación Nacional (JAEN), un grupo peronista no guerrillero. Lo integraban estudiantes e intelectuales, muchos de los cuales tenían una formación marxista matizada con lecturas de Jauretche, Hernández Arregui, Abelardo Ramos, John William Cooke o Rodolfo Puiggrós.
Galimberti no era un erudito pero le gustaba parecerlo y en sus charlas políticas introducía citas ideológicas y hasta literarias, era irónico y provocador y se esforzaba por desplegar un derroche de seducción que lo mostraba dispuesto a disputar liderazgo y obtenerlo. Proyectaba una imagen de “ganador”, pero con una idea superficial de lo que eso significaba, y así lo actuaba con exageración y buscando desesperadamente que lo reconocieran. Con el surgimiento de la guerrilla peronista, especialmente de Montoneros y las FAR, muchas agrupaciones como JAEN, confluyeron en la Tendencia Revolucionaria hegemonizada por las organizaciones armadas.
La personalidad del “Loco” o del “Tano” lo llevó a convertirse en secretario de la Juventud Peronista cuando numerosos núcleos juveniles de todo el país se unificaron en la JotaPé de las Regionales. Viajó a España, entrevistó y sedujo al general Perón en Puerta de Hierro y regresó casi como hijo adoptivo del viejo líder. Pero cometió un traspié en 1972, cuando convocó a formar milicias populares. El anciano líder queríaregresar como “pacificador”, no como organizador de milicias populares, y la convocatoria pública de Galimberti lo irritó y lo alejó de su entorno.
Desde su caída en la simpatía del general, la militancia de Galimberti fue de bajo perfil, con fuerte acento crítico a la conducción del líder histórico del peronismo. Ya como militante de Montoneros había regresado a su pasión por las armas, la misma que había estimulado su papá Ernesto cuando a los cinco años lo hacía disparar con una pistola belga FN. Su personalidad exaltada, que lo limitaba en la política, encajó perfectamente en la lógica de los “fierros”, que era la que primaba en la política de Montoneros. Osado y eficaz en ese plano, el Loco ascendió en la guerrilla, donde esas características eran más valiosas que la política o la ideología. Así llegó al grado de oficial de la columna norte del Gran Buenos Aires. Galimberti subía y bajaba en la estructura interna. Era eficiente en la acción militar, pero la conducción lo consideraba demasiado “liberal, individualista y con actitudes pequeño-burguesas” y nunca llegó a tener un grado muy alto.
En setiembre de 1974 participó en el secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born por el cual la guerrilla obtuvo un rescate de más de 60 millones de dólares. Era el secuestro más rentable en la historia de las guerrillas en el mundo. Tras el 24 de marzo de 1976, la Columna Norte, con Galimberti incluido, planteó una disidencia de izquierda y fue intervenida. El Loco desapareció varios meses. Cuando volvió a contactarse dijo que había sido herido en un enfrentamiento. Salió del país y se hizo una autocrítica por la disidencia en la que había participado. Pero cuando la conducción de Montoneros lanzó la “contraofensiva”, el Loco se puso en disidencia nuevamente y se escindió con un grupo que se denominó “Peronismo en la Resistencia”.
Su vida entró en una zona oscura, lejos de la acción heroica y de la fama política. Trabajaba como taxista en Francia y su segunda mujer, Julieta, hermana de Patricia Bullrich, murió en un accidente. Regresó cuando se fueron los militares, pero tenía que estar clandestino, sin plata, sin prestigio, sin reconocimiento, con sólo un puñado de simpatizantes. Se sentía un perdedor. Se vinculó a los “carapintada”, desarrolló una profunda aversión contra la clase política que no lo reconocía y hacia una cultura política que lo relegaba al rincón oscuro de los perdedores. Decidió que estaba para más, aprovechó un llamado de Carlos Menem a la “reconciliación” y arregló un encuentro con Jorge Born, su ex secuestrado, le pidió perdón, además de trabajo y se puso de acuerdo con el fiscal Juan Romero Victorica para devolverle lo que quedara del rescate que habían cobrado los Montoneros. Denunció a algunos de sus ex compañeros y creció primero como guardaespalda y luego como socio de Born y de Jorge Rodríguez, esposo de Susana Giménez, en la empresa Hard Communications, que fue acusada de estafar al Hogar Felices Los Niños, de chicos de la calle.
Para diversificar sus negocios se asoció con dos ex agentes de la CIA en una agencia de seguridad que trabajaba con el grupo Exxel. Tenía un looft, autos deportivos y una colección de motos. El jefe guerrillero se había convertido en un gordo en motocicleta. En su biografía explica que tomó ese camino en homenaje a la generación de los ‘70 que había caído por sus ideales, para demostrar que “ellos también hubieran podido ser exitosos en esta nueva realidad”. Si alguno de los caídos en los ‘70 reviviera, seguramente no le hubiera gustado el homenaje. Es más probable que al decir eso pensara más en el reconocimiento de su severo y ambiguo papá Ernesto.