Viernes, 22 de junio de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
Ayer a la tarde, un medio on line informaba que “el secretario general de Camioneros Hugo Moyano convocó a un paro nacional con movilización a Plaza de Mayo”. Erratas cometemos todos (Hugo es el titular de la CGT; su hijo Pablo, de Camioneros); lo interesante de ésta era su tangencia con lo que se acababa de ver. El líder cegetista pareció haber protagonizado una regresión, hablaba como el jefe de un sindicato y no de la principal central de trabajadores. Otro gesto inusual fue adjudicarse toda la responsabilidad de lo que hizo y hará su gremio. Quizá quiso arropar a Pablo, que es un muchacho crecido, con responsabilidades legales y que no quedará a cubierto de ese modo. De hecho, el padre minimizó su cargo y su legitimidad. Y, más allá del rigor verbal, cambió su postura y el escenario de horas atrás, en neto plan de retroceso.
En cuestión de horas, Moyano canjeó un paro de 24 horas con marcha por uno de los más brutales abusos de la acción directa desde 1983, que no han sido pocos ni moderados. Se apeó del desacato a la conciliación obligatoria dispuesta por el Gobierno y cerró trato por un porcentaje bueno para los muchachos aunque no exorbitante. Y, last but not least, se mudó del estudio de TN a su local sindical.
Un protagonista habituado al unicato, según él mismo sinceró, dificulta saber los motivos de sus movimientos. Máxime cuando, como esta vuelta, son “a la baja”. Acaso se hayan sumado la firmeza del Gobierno para enfrentarlo, un destello de lucidez ante la magnitud del daño social que estaba causando el bloqueo a las refinerías. Habrá gravitado también la soledad en que se encontraba, incluso respecto de los dirigentes gremiales que le son más fieles.
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Los medios dominantes lo acompañaron más que sus compañeros. La tapa de Clarín de ayer, carente de toda alusión a los bloqueos, servirá para nuevos seminarios de periodismo, tanto como la obsequiosidad que le prodigaron en A dos voces. Pero se le puso de punta el peronismo real, ese del que tanto hablan Moyano (que lo conoce) y tantos opositores (que lo comprenden entre poco y nada).
En la actual etapa el peronismo (kirchnerista, compañero de ruta o distante) se expresa como nunca como poder territorial democrático. Gobernadores e intendentes sintieron en carne propia la lesividad exorbitante del piquete nacional camionero. La gobernabilidad es la base de la legitimidad, tal la bolilla uno del manual de quien ejerce un Ejecutivo. Moyano cuenta con una ristra de mandatarios que han padecido sus avasallantes métodos. Los intendentes conurbanos, constantemente jaqueados por la recolección de residuos, son el ejemplo más conspicuo, que no el único.
Moyano no jugaba al TEG exclusivamente contra el Gobierno, aislado de la cotidianidad de los argentinos. Intervino malamente en la vida cotidiana de gentes de a pie. Les hizo pasar frío y carencias, por una discusión sectorial; la dirigencia justicialista realmente existente tomó lógica distancia.
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Moyano parangonó al oficialismo con la dictadura militar, un tópico que cunde (con modismos de lenguaje diferentes) entre los caceroleros VIP. La comparación es un disparate. No vale ni para los recientes nueve años ni para lo transcurrido el 20 de junio. No se cercenó el derecho de huelga, ni se suspendieron las paritarias, ni se hizo uso de la fuerza física en una situación límite. Hubo sí, una multa millonaria, denuncias penales, movimientos políticos. Asimismo una acción para liberar contados camiones en la noche del miércoles: eran pocos pero, quién sabe, tuvieron peso simbólico. Mostraron que el Gobierno estaba motivado para responder con acciones y no esperar pasivamente el flagelo de los bloqueos.
En la Casa Rosada se vivió con gran satisfacción y alivio el levantamiento de los bloqueos, más allá de que la normalidad tardará lo suyo en llegar. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner, tabulan en su torno, condujo todas las jugadas. Dio cuenta de la importancia de lo que ocurría anticipando su regreso a la Argentina. Pero no le hizo falta exponerse para encauzar el conflicto, que seguirá vigente pero que se había salido de madre. Los ministros Carlos Tomada, Florencio Randazzo y Julio De Vido, más el secretario Sergio Berni operaron cada uno en su terreno.
Para los que daban por acabado al ministro de Planificación, su protagonismo es un mensaje: nada es lineal en este mundo. La exposición acerca de la magnitud de los perjuicios por la carencia de combustible fue tan minuciosa como serena sin escamotear referencias a la magnitud de los problemas. También fue “Julio” (ex contertulio cotidiano de “Hugo”, en los buenos tiempos de armonía entre ambos) quien desarrolló con más énfasis la hipótesis de complicidades entre los empresarios y los sindicalistas del transporte. Un punto cuyo impacto en las decisiones que se conocieron ayer se irá develando con los días pero que, deja toda la impresión, no habrá sido menor.
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El paro y movilización del miércoles salen de la órbita estricta de Camioneros y se centran en dos demandas atendibles: aumento del mínimo no imponible y supresión del tope para percibir asignaciones familiares. Más pronto que tarde el Gobierno deberá atender esos reclamos, que interesan a una masa relevante de trabajadores.
El titular de la CGT, para contrarrestar su soledad, convocó a toda su dirigencia, con una consigna supuestamente ecuménica. El pedido lo es pero, en un país politizado como la Argentina, nadie se chupa el dedo: la marcha es para que acumule Moyano. Seguramente ese vector determinará presencias y ausencias, dentro o fuera del movimiento obrero. En una primera aproximación es lógico imaginar que se sumará el sector moyanista de la CGT, la CTA disidente, patronales agropecuarias, grupos de izquierda sindical y ciudadanos contreras. El resto de la dirigencia sindical, todo lo indica, validará los pedidos pero no la movilización. Conservará su autonomía política.
En todo caso falta casi una semana para el paro, lapso en el que habrá sumas y restas dignas de observarse. La capacidad de movilización de los camioneros es proverbial: si sostiene la medida por primera vez la pondrá a prueba contra un gobierno kirchnerista.
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El gobernador Daniel Scioli retornó a suelo patrio, participó en un acto, habló generalidades de resonante imprecisión, ajenas al fragoroso contexto. Quedó en falsa escuadra por la avanzada de Moyano. Es verosímil que no la haya avalado y que no haya sido siquiera consultado. También es real que le faltaron reflejos para emitir mensajes consistentes o apenas comprensibles. El tema será comidilla en los próximos días.
Desescalar una jugada salvaje recoloca a Moyano en su territorio, el de la reivindicación sindical. En el terreno político cometió muchos errores y demasías, que deberían hacerlo reflexionar si desea persistir con sus ambiciones en esas ligas.
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