EL PAíS › PREFIRIO NO COMPETIR EL DOMINGO.
KIRCHNER CRITICO EL “LIDERAZGO MESIANICO”
Menem declinó y quedó junto a Sobremonte
Tras mantener al país pendiente de sus gestos casi dos días, el ex presidente renunció a competir en el ballottage que él mismo había aceptado como regla electoral. Kirchner lo acusó de haber mostrado “el último rostro, el de la cobardía, y el último gesto, el de la huida”. El presidente electo dijo que la declinación es “funcional” a las corporaciones.
Por Martín Granovsky
Carlos Menem declinó. Y lo hizo a su modo. Cuando Néstor Kirchner se disponía por fin a pronunciar su discurso, en ese mismo momento, en el preciso segundo en que Kirchner se acercó al micrófono, Menem firmó su renuncia al ballottage. Como si gozara ensuciando un momento que él mismo había precipitado. Luego dijo que no estaban dadas las condiciones dadas para el ballottage, un sistema que el propio Menem introdujo en la Constitución con el Pacto de Olivos. De todos modos, la jugada de último momento no cambió el discurso de Kirchner, que atribuyó la movida de Menem a un intento de las grandes empresas por presentar como “débil y frágil” al próximo gobierno.
El hoy presidente electo habló luego de que Menem hubiera dedicado todo el día a convertir al país en un trompo, lanzando versiones contradictorias sobre los horarios y las formas que adoptaría su declinación.
“Hay que hablar, y ser muy duros”, fue la conclusión del kirchnerismo. Kirchner lo fue. Acusó a Menem de “jaquear las instituciones democráticas” y planteó que “lo inédito e insólito es que proviene de un presidente constitucional” que se manejó “con la misma impunidad de su gestión”.
Kirchner dijo que Menem “robó a los argentinos” los derechos a comer, a trabajar y a estudiar, y ahora estaba robando el derecho a votar. “Las encuestas que unánimemente le auguran una derrota sin precedentes en la historia electoral de la república permitirán que los argentinos conozcan, su último rostro, el de la cobardía, y sufran su último gesto, el de la huida”, dijo.
Para Kirchner “termina un ciclo histórico, signado por los liderazgos mesiánicos, con dirigentes que creyeron que no tenían que dar explicaciones por lo que habían hecho”.
“El retiro de la fórmula es funcional a los intereses de sectores económicos que se beneficiaron con privilegios inadmisibles en la década pasada, al amparo de un modelo de especulación financiera y subordinación política, a esos mismos intereses que cooptaron el Estado y compraron la política, corrompieron a los dirigentes y arruinaron a los ciudadanos”, dijo. “Apunta a mostrar débil y frágil al gobierno que se inicia.” Luego advirtió que no será una “presa de las corporaciones” y reivindicó su origen político setentista. “Pertenezco a una generación que no se dobló ante la desaparición de amigos y amigas, ante el mayor sistema represivo que le haya tocado vivir a nuestro país, y no voy a dejar esas convicciones por pragmatismo en la puerta de entrada de la Casa Rosada”, dijo este santacruceño que nació en 1950 y era un militante de la Juventud Peronista de 23 años cuando el 25 de mayo de 1973 Héctor Cámpora
asumió la presidencia con el chileno Salvador Allende y el cubano Osvaldo Dorticós de compañía en el balcón de la Casa Rosada.
Fue un discurso fuerte que Eduardo Menem definió, anoche en A dos veces, con asco, como “el mensaje de un militante”, igual al de aquellos, recordó, que Juan Perón echó de la plaza. Era una referencia a los montoneros, expulsados el 1 de Mayo de 1974 de la Plaza de Mayo, que a su turno Kirchner replicó así: “Menem juró en 1973 por Montoneros, después se abrazó a (José) López Rega y cuando fue presidente terminó dictando el indulto”.
En la defensa de su hermano, el senador riojano dejó una perlita. Habló de “las libertades que dio Carlos Menem” como si los derechos individuales y la libertad de expresión tuviesen rango divino y no constitucional.
El texto escrito por Menem en La Rioja –Carlos Menem, el monarca que abdicó, no su hermano– cuestiona el origen del proceso electoral, sin internas abiertas simultáneas, como si ese proceso hubiera comenzado luego de la primera vuelta y no antes. En sintonía con Ricardo López Murphy, que apostó a polarizar para captar el voto antiperonista, Menem trató de polarizar para captar la simpatía peronista y a la vez el fastidio dequienes ven un peronista en la vereda y cruzan al otro lado. “Va contra el espíritu del sistema constitucional el hecho de obligar a toda la ciudadanía argentina a dirimir una lucha interna de uno de los partidos políticos que no pudo resolverse previamente en su propio seno”, dijo en su mensaje.
“El país ha quedado encorsetado en una falsa opción, en la que se siente excluida una anchísima franja de la ciudadanía”, dijo Menem. Como la sociedad está “fragmentada”, afirmó que un “ejercicio de unidad nacional” lo obliga a no participar del ballottage. Es decir que, contra la fragmentación, Menem evitó a los argentinos una segunda vuelta que hubiera homogeneizado la fragmentación, al concentrar el voto en una franja del 70 ó 75 por ciento, el segmento mayoritario que según las encuestas hubiera votado por Kirchner contra Menem.
Es difícil pensar que el menemismo tal como fue conocido hasta ahora subsistirá. Quizás quede formada una nueva minicarpa alrededor de Menem, que según dijo su hermano tal vez no sea senador. Algunos seguirán junto al ex presidente por fidelidad política. Otros, por agradecimiento ante la mejora de sus condiciones de vida. Unos terceros por falta de otro referente posible. Pero solo un milagro hará que Menem recupere a los jefes territoriales y la confianza del sector financiero, que heredará por completo López Murphy.
La apuesta de Menem consistió primero en ensuciar el ballottage y, ya con la segunda vuelta archivada, en bastardear la asunción del nuevo gobierno. Al mismo tiempo, es probable que el caudillo riojano profundice su declaración de ayer por la tarde, según la cual “Kirchner se queda con el 22 por ciento de los votos y yo me quedo con el pueblo”. Será una forma de jugar fuerte por la derrota del próximo gobierno y mantener alguna esperanza, por leve que sea, de que la más mínima zozobra haga fluir hacia Menem parte del oxígeno que ayer perdió al imitar al marqués de Sobremonte.
El presidente electo no parece entusiasmado en debatir la cuestión del 22 por ciento. Por un lado está claro que la cifra se debe al abandono, pero por otro hay una base real: Kirchner había conseguido el resto de los votos para derrotar a Menem obteniéndolos de una sociedad con la que ahora deberá trabajar para conseguir no la legalidad ni la legitimidad, que las tiene, sino el llano y simple apoyo político. No podrá colgar en su despacho el acta de la justicia electoral con el record histórico de votos (superaría al Perón del ‘73, que obtuvo el 62 por ciento, aunque por renuncia de Cámpora y sin ballottage) y por eso ayer quiso dejar construido un adversario. Es Menem, pero es Menem sumado al establishment. Si se analiza la definición mirando la historia de Menem, no hay dudas de que la definición es certera. Más aún: a Menem no le debe disgustar. Cerrada la etapa menemista, el final abierto pasa a ser otro. La incógnita será la Administración Kirchner. El tono fuerte del discurso de ayer, ¿fue solo un gesto personal del presidente electo hacia su pasado y una búsqueda de identidad, o el indicio de un gobierno plantado fuerte ante las corporaciones? En otras palabras: ¿qué significará en concreto un presidente que no quiere ser una presa de los grandes grupos económicos? Se trata de un misterio con respuesta a corto plazo. Pero no está nada mal que Menem haya terminado de declinar. Sin su caricatura a mano puede ser más fácil la discusión sobre los años ‘90. Es decir, sobre qué quedó de la Argentina.