EL PAíS › NESTOR KIRCHNER Y CRISTINA FERNANDEZ CON LA LEGRAND
“Yo completaré mi mandato”
Acosados por la prensa, Kirchner y su esposa almorzaron ayer con Mirtha Legrand. Se miraron con ternura, trataron de mostrar independencia de Duhalde y repudiaron a Carlos Menem.
Por Nora Veiras
La masa de camarógrafos, cronistas, fotógrafos y asistentes se apretujaba detrás de cámara mientras la diva y la nueva pareja presidencial compartían elogios y sonrisas. El almuerzo avanzaba sin mayores tensiones hasta que la señora lanzó la pregunta cargada de prejuicios y escudada, como siempre, en “lo que dice la gente”.
–¿Con usted se viene el “zurdaje”?
–Eso no lo dice la gente. Hace años que no escucho ese término -reaccionó primero Cristina Fernández de Kirchner.
–Esos dichos costaron treinta mil desaparecidos –completó él, Néstor Kirchner, el flamante presidente electo tras la fuga de Carlos Menem del ballottage.
Fue el único momento en el que pareció romperse la armonía de la charla a pesar de que antes había dicho que Mariano Grondona lo quiso “extorsionar”. El santacruceño estaba relajado y había pronosticado: “Yo no entro a la Casa Rosada para irme en helicóptero sino para completar los cuatro años y medio de mandato”. Había rescatado la protesta social, pero criticado la “mala politización” de algunos sectores piqueteros y prometido que está buscando una alternativa de solución para las hipotecas que pesan sobre propietarios de viviendas únicas.
En las puertas de América no estaban las barras de “El aguante” que la semana pasada habían alentado al fallido candidato Carlos Menem. Sólo había algunos militantes solitarios como Daniel que pugnaba por entregarle una carta al presidente electo. A los 55 años, el hombre era un remedo de uno de los personajes de No habrá más penas ni olvido. “Mi familia se escribía con Perón, yo soy afiliado peronista desde hace treinta años, voté a Luder, a Menem las dos veces y ahora a Kirchner, pero yo nunca me metí en política”, repetía antes que los cronistas, fotógrafos y camarógrafos lo arrastraran al paso del auto de Kirchner y esposa. Sólo la horda le impidió completar la frase de la novela de Osvaldo Soriano: “yo nunca me metí en política, yo siempre fui peronista”.
La Legrand ya estaba en el aire, había agotado la promoción de todas las marcas que la visten, la maquillan y la adornan y la pareja no aparecía. Finalmente llegó él. Incómodo en su metro ochenta y siete, saludó primero y después entró ella, la senadora Cristina Fernández. La anfitriona lo agasajó con un regalo inesperado: una camiseta de Racing firmada por los jugadores. El equipo de fútbol se mostró como la mayor coincidencia entre la señora que promocionó su voto a Ricardo López Murphy y el invitado.
–¿Qué le pasó con el doctor Mariano Grondona? –quiso saber.
–No la quiero comprometer Mirtha. Yo siempre lo he respetado, pero se equivocó. Me quiso extorsionar. No se puede descalificar personalmente a nadie como él lo hizo conmigo. El me dijo “o viene al programa o va el informe que hicimos en Santa Cruz” –explicó Kirchner. La senadora completó el relato describiendo que el periodista enviado por “Hora Clave” “llegó a meterse en el baño de mujeres de la Legislatura provincial persiguiendo a la secretaria del vicegobernador”.
El santacruceño eligió diferenciarse no sólo de ese icono de la derecha mediática sino también de José Claudio Escribano, el subdirector periodístico de La Nación. “A mí me decían que me apoyó el aparato duhaldista y yo dije que a López Murphy lo apoyaba el aparato de La Nación”, recordó y contó que “después tomé un café con Escribano y él lo admitió, todo en un tono muy civilizado”. Para completar el perfil del columnista señaló que “él estuvo de acuerdo con el Proceso, yo no, yo repudio la represión y las desapariciones”.
Carlos Avila, uno de los dueños de América y más que amigo de Menem, esperó a la pareja y se acercó en cada corte a la mesa. Conversó con el encargado de prensa del sucesor de Duhalde, Miguel Núñez, y con su ex jefe de campaña, Alberto Fernández. –¡Atrás, atrás! –gritaba-rogaba una asistente de producción al mejor estilo de la empleada pública de Gasalla en un vano intento por ordenar a la prensa. La charla discurría entre el fuerte carácter de Cristina de Kirchner, la senadora que está en las antípodas de la típica “mujer de” y que hace gala de un carisma del que carece su esposo, la influencia de Duhalde en el futuro gabinete –“él jamás me diría a quién nombrar. Jamás me faltaría el respeto de esa manera”– y la inminente negociación sobre el ajuste de tarifas.
–Hay que tener en cuenta primero la rentabilidad a valor dólar que tuvieron las empresas de servicios privatizados; segundo, el cumplimiento de los pliegos de privatización y tercero, analizar cuánto perdieron realmente con la devaluación –precisó Kirchner quien llegó al almuerzo después de una reunión de trabajo con el único ministro conocido de su gabinete, el confirmado Roberto Lavagna en Economía.
“Si un integrante de la Corte Suprema violó la normativa vigente tiene que ser juzgado”, concedió Kirchner cuando Mirtha le preguntó por la Justicia antes de querer saber qué va a hacer con los piqueteros. El presidente electo diferenció el reclamo legítimo de los desocupados de la actitud de “algunos dirigentes piqueteros que utilizan la angustia de millones de argentinos porque lo han politizado mal”. Y, a diferencia de Menem y López Murphy que pugnaban por la represión lisa y llana de esas protestas remarcó que “hay que respetar todos los artículos de la Constitución, el 14 (libre circulación) pero también el 14 bis (el derecho a un trabajo digno”.
El almuerzo terminó como no podía ser de otra manera con el hit de Diego Torres “Color Esperanza”. La Legrand se retiró pero Kirchner tuvo que seguir respondiendo. “A todos los argentinos nos quedó el sabor amargo por la renuncia de Menem. No nos pudo votar el 75 por ciento de la gente que nos iba a votar”.
–Usted va a ser el presidente con menos cantidad de votos de la historia –machacó un cronista chileno.
–Yo no tengo la culpa si se retiró el otro –remató el flamante presidente.
El estudio se vació. Nadie reparó en la desolación de una asistente de la Legrand. “Se llevaron los anteojos de la señora. Va haber problemas”, repetía.