Domingo, 21 de octubre de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Sebastián Etchemendy *
Desde algunos medios hegemónicos se ha puesto en duda la base sindical del gobierno de Cristina. Hagamos un poco de historia. Entre los gobiernos populares y antineoliberales que surgieron en América latina en los años 2000, sólo Brasil, Uruguay y la Argentina tienen una base de apoyo sindical sustantiva. Sin embargo, en ningún país el sindicalismo protagonizó una movilización comparable (medida en huelgas o cantidad de convenios colectivos) a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, durante los cuales los sindicatos no sólo recuperaron salarios e instituciones laborales sino que, en muchos casos, revirtieron tendencias regresivas como la flexibilización laboral y la tercerización. Se podrá decir que no sorprende que la Argentina, cuna del peronismo, haya sido el país con más activación sindical en la ola post-neoliberal. Sin embargo, este resultado no era de ningún modo evidente en 2001, después de la tormenta neoliberal y el auge del movimiento piquetero como nuevo representante de las clases populares.
Pues bien, favorecido por un gobierno que impulsó una política económica con horizonte de pleno empleo, y reguló medidas que ayudaron a reequilibrar relaciones de fuerza (convocatoria a paritarias, derogación de la ley Banelco y reforma laboral de 2004, activación del Consejo de Salario tripartito, manejo prudente de las conciliaciones obligatorias), el sindicalismo hegemónico tanto de la CGT como de la CTA recobró el protagonismo perdido y se convirtió en parte esencial de la coalición en los gobiernos kirchneristas. La novedad histórica de la fragmentación actual de las centrales sindicales, por lo tanto, es que se da en el marco de un gobierno keynesiano y pro-sindical en sus regulaciones, y tiene su origen último en las demandas político-electorales de los líderes de un sector gremial. El ejercicio que proponemos es medir la representación de las diferentes centrales sindicales. Para el sector privado se estima la “representatividad” de cada sindicato en función de la cantidad de trabajadores que aportan al SIPA (Sistema Integrado Previsional Argentino) en cada rama de actividad económica (medida según nomenclador CIIU), redondeando las cifras y descontando la cantidad de trabajadores fuera de convenio en cada sector y subsector. Aclaremos que estamos calculando el potencial de representación de cada sindicato en base a la cantidad de trabajadores por actividad, no la afiliación. Sin embargo, la estimación tiene sentido, ya que en la Argentina los sindicatos representan en la negociación colectiva a todos los trabajadores del sector o subsector, más allá del grado de afiliación formal. En el caso de los gremios del sector público, como ATE o Ctera, donde hay más de un sindicato, usamos los datos del padrón total en sus últimas elecciones nacionales. Se trata, naturalmente, de una estimación que no es perfecta, pero da una pauta del volumen de los agrupamientos.
El cuadro detalla los diez sindicatos más grandes de cada central, y suma las estimaciones de los otros sindicatos (por ejemplo, Foetra o Taxistas en la CGT Caló, y Dragado o Peajes en la CGT Moyano) que han manifestado adhesión a una u otra, es decir no se incluye el barrionuevismo. En los casos de las dos CTA sólo incluimos su sindicato principal, aun cuando sectores de ATE (por ejemplo, ATE capital) no responden a Micheli, y unos pocos distritos de Ctera no responden a la conducción de la lista Celeste, afín a Yasky. En los casos de químicos y farmacia, los sindicatos de rama están en rigor divididos entre las dos centrales, pero para ser más claros los contamos en la central Moyano.
Por supuesto, en la división del movimiento obrero no hay nada para festejar. Además, el peso político de un sindicato no se mide sólo por su tamaño, y sindicatos en ambos grupos, como Camioneros, Ctera, Uocra o metalúrgicos, tienen gran capacidad de movilización. Pero la evidencia en cuanto a representatividad de ambas centrales es concluyente. En el contexto de un gobierno popular y resueltamente prosindical, la escisión gremial hacia la oposición no podía ser sino minoritaria. La CGT Caló y la CTA Yasky representan aproximadamente al 73 por ciento de los trabajadores registrados bajo negociación colectiva, y la CGT Moyano y la CTA Micheli al 27 por ciento. Por supuesto, no se trata sólo de adhesiones formales. Así como la CGT Moyano y la CTA Micheli han llamado a manifestarse contra el gobierno, tanto Caló como Yasky han expresado su adhesión al modelo que encarna la Presidenta, y sus centrales han ratificado ese apoyo, por ejemplo, asistiendo al Consejo de Salario y acordando con el gobierno. Estas son las formas de medir en cualquier lugar del mundo los grados de apoyo sindical a un gobierno.
En conclusión, decir que el gobierno de Cristina carece de base sindical, como se ha intentado esgrimir desde los medios hegemónicos hace días, es pura ideología, y a lo sumo una simple expresión de deseos.
* Politólogo.
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