Sábado, 26 de enero de 2013 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
En pocos días, al escándalo de Tognoli, el jefe de la policía de Santa Fe acusado de dar protección a los narcos, se sumaron una serie de ataques narcos contra militantes sociales y sobre el pucho un enfrentamiento de barras bravas con la policía que motivó la suspensión del clásico entre Central y Newell’s. Con la secuencia de un thriller, se proyectó hacia el país un Rosario poco conocido.
Las cifras consolidan esa imagen. La provincia de Santa Fe triplica la media nacional de homicidios dolosos y es mucho más alta allí que en distritos similares, como Córdoba. Y en la comparación, ese índice es aún más alto en la ciudad de Santa Fe que en Rosario.
Este fenómeno que ahora se hace visible plantea otro interrogante. La pregunta es por qué si los índices de delito y violencia en Rosario son tan elocuentes, las grandes manifestaciones no se producían allí sino en territorio porteño y bonaerense. La respuesta es que hay diferente visibilidad de la problemática. En Rosario estaba prácticamente ensordinada. En los territorios bonaerense y porteño, por el contrario, está muy expuesta. Los que hacen más o menos visible un problema como éste son los grandes medios. Mientras que en Rosario no le dieron importancia, y por lo tanto lo mantuvieron invisible para el plano nacional, en contrapartida amplificaron este problema en los territorios porteño y bonaerense. La presencia permanente de móviles de noticieros de canales de aire y cable en estas situaciones al punto a veces de convertirse en verdaderos convocantes de las marchas, la insistencia en buscar a los familiares para reproducir las declaraciones más lógicamente violentas y desgarradoras, más la repetición día tras día de estas escenas, conforman una estrategia de amplificación de estos hechos. Son estrategias político-mediáticas que exceden el reflejo de buscar lo escabroso.
Otro detalle: las protestas bonaerenses estaban focalizadas claramente contra los tres niveles de gobierno: intendente, gobernador y presidente. En el caso porteño, la protesta se salteó al Ejecutivo local y se focalizó exclusivamente contra el gobierno nacional. Es decir que además de que este problema se puede amplificar y visibilizar, se trata de orientarlo también haciendo claras excepciones.
Estas diferencias entre Rosario y otros distritos explican otra polémica entre lo que se llama la sensación de inseguridad y la inseguridad real. Los índices fríos dicen que la inseguridad es más alta en Rosario que en Buenos Aires. Pero las marchas se producen en Buenos Aires. Quiere decir que, aunque en Rosario la inseguridad sea mayor, se siente más en Buenos Aires.
Cuando se dice que la sensación de inseguridad es mayor que la inseguridad real no quiere decir que todo sea pura sensación y que la inseguridad real no exista. Esta es una interpretación interesada. Lo que se quiere decir, en definitiva, es que existe la sensación, pero también la inseguridad real –grande o chica– afecta a personas y constituye un problema. Entonces, para buscar respuestas concretas hay que hablar del problema real y no de las sensaciones.
Es un tema que se presta fácilmente a la demagogia. Frente al temor o el dolor desbordado no existe nada más irresponsable que generar la ilusión de que esta problemática tan compleja se puede resolver de la noche a la mañana con recetas que parecen de cocina. Justamente por sus componentes dramáticos y azarosos es un tema que rinde electoralmente y varios políticos han basado sus carreras en promesas demagógicas que después no pueden cumplir.
La demagogia y la utilización mediática y política buscan desestabilizar y obstaculizan un debate ciudadano. Por ese motivo, el debate en Santa Fe, donde el kirchnerismo es oposición, no debería darse con los mismos vicios con que la oposición y los grandes medios lo han planteado a nivel nacional.
La crisis en Santa Fe por el escándalo Tognoli puede quedar encerrada en una lógica electoral de atacoymedefiendo o del patético intento de pasarse culpas. Lo cual dejaría el problema en una laguna de violencia que se agranda más cuando se elige la discusión pequeña. Es cierto también que, más allá de cualquier utilización que se quiera hacer del tema, es inevitable que la gestión socialista o del Frente Amplio Progresista pague un costo político por el estallido de un problema que no priorizó, quizá para evitar un conflicto con las fuerzas de seguridad.
Lo concreto en ese plano es que la administración socialista desatendió a su policía y cuando se escapó la tortuga le faltó reflejo. La acusación con pruebas bastante sólidas y la fuga inmediatamente posterior del jefe de la policía provincial constituyó un dato de una gravedad que no fue dimensionado por la gestión provincial. Cuando se fugó, Tognoli quedó separado de hecho de la policía. Más que una decisión del Ejecutivo provincial se trató de la consecuencia directa de la actitud del jefe policial acusado. Y el resto de la cúpula que había acompañado al cuestionado jefe fue confirmada por el gobierno. Faltó un protagonismo que la situación le estaba requiriendo a esa conducción política de la provincia.
Sería ilógico cargarle toda la romana al gobierno de Santa Fe. Muchas de las causas de este fenómeno son mundiales y otras tienen que ver con problemáticas nacionales. Al mismo tiempo, Rosario es un centro neurálgico donde se entrecruzan las rutas que van a la mayoría de los centros urbanos, tiene el puerto más importante del país y está en el corazón del fenómeno sojero, lo que genera mucha plata líquida. La ciudad es de las que más han crecido en los últimos años y lo hizo con desigualdad. Tiene todos los condimentos de un poderoso caldo de cultivo.
A veces, el término “evitar un conflicto” se entiende como evitar que se genere el conflicto. Pero otras veces, y sobre todo en el lenguaje político, se equipara “evitar” con el verbo “sortear”. Es decir, el conflicto está, pero no se afronta para no avivarlo. Evitar el conflicto, en estos casos, es no afrontarlo. No haber diseñado una política propia para las fuerzas de seguridad y haber aceptado la que recibía como herencia parece haber sido la falla principal de la gestión del FAP. Llevar adelante una estrategia respecto de las policías, por lo general, resiente intereses corporativos y puede generar reacciones, pero de eso se compone una gestión. Lo otro es hacer la plancha.
Se trata de un debate sensible que incluso está pendiente a nivel nacional donde la confrontación, siempre muy condicionada por los grandes medios, tiende a tener un carácter destituyente, es decir, no se moviliza para buscar o exigir la solución de un problema, sino que se usa el problema para pedir la cabeza o desgastar al oficialismo. En una situación inversa, donde el oficialismo nacional es oposición y parte de la oposición nacional es oficialismo local, se da la posibilidad de que el debate se pueda plantear en otros términos. No se trata de pedir la cabeza del gobierno provincial y cada quien votará lo que se le ocurra cuando llegue el momento. De esa manera el debate puede servir para encontrar respuestas a un problema que afecta a todos los santafesinos independientemente de su pensamiento político.
Por supuesto que es un tema que no puede quedar reducido a una cuestión puramente policial y solamente provincial. A partir del escándalo Tognoli, el aspecto policial se convirtió en el emergente de una problemática mucho más compleja. Y la ofensiva violenta del narco contra militantes del movimiento social ha sido la que puso a la provincia en el centro de esta problemática. Pero son temas que tienen proyección nacional y en los que es muy difícil alcanzar unanimidad. Desde los movimientos sociales se tiene una mirada seguramente muy distinta a la que puedan tener los sectores conservadores que siempre encuentran excusas para discriminar a la pobreza y a la juventud. Es decir, a pesar de que el narcotráfico significa un peligro para la sociedad en su conjunto, también es un tema que pone en juego muchos intereses y dispara prejuicios y contradicciones porque de otra manera no podría echar raíces tan profundas.
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