Domingo, 24 de marzo de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Lo que fue del ’43 al ’75 y lo que vino después. Las mutaciones en la clase trabajadora, del trabajo al territorio. La recuperación durante los gobiernos kirchneristas, novedades y límites. Leyes laborales y AUH, avances y vacancias. Realidades nuevas, pendientes de instrumentos adecuados. Y algo más.
Por Mario Wainfeld
“Una de las características del cambio es el desplazamiento de la figura del trabajador hacia la del pobre como el referente principal de las políticas sociales. La ‘lucha contra la pobreza’ tiende ahora a reemplazar las luchas por promover los derechos del trabajo. (Otra característica) (...) es recolocar sobre el territorio local las condiciones del acceso a los recursos de la ayuda social.”
Robert Castel en el prefacio al libro Quartiers populaires, quartiers politiques, de Denis Merklen. Traducción libre del cronista.
Robert Castel fue un sociólogo francés, magistral estudioso de los cambios en el mundo del trabajo y de su pérdida de centralidad. Falleció en medio de la conmoción producida por la unción del papa Francisco, lo que conspiró contra la difusión de su partida y de su obra. Vale la pena usarlo como disparador de esta columna, a la espera de abordajes más agudos.
La Argentina tuvo, no hace tanto ni tan poco tiempo, uno de los regímenes laborales más amplios y tutelares dentro de los países capitalistas. Coincidió con un Estado benefactor igualmente expandido, carente de parangones en este Sur. Puestos a redondear mucho, su edad dorada se extendió entre 1943 y 1975 o 1976. Su epicentro fueron los gobiernos peronistas, que ocuparon algo menos que la mitad de esos treinta y pico de años. Las peripecias de la política local –signada por la intolerancia, la proscripción de las mayorías, los golpes de estado– erosionaron la fenomenal construcción del peronismo aunque no la derruyeron del todo. Las surtidas resistencias populares y sindicales apuntalaron las conquistas.
El color local –el peronismo, el antiperonismo, las vicisitudes políticas– tuvo gran influjo pero vale subrayar que esas tres largas décadas concuerdan bastante con “los treinta años gloriosos” que cada día se añoran más en los países del centro del mundo. Cada comarca tiene su crónica propia, pero ésta jamás está aislada de las tendencias de las etapas históricas.
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Tres largas décadas y el después: En aquel entonces, la cultura del trabajo vertebraba nuestra sociedad. Altos índices de empleo y de afiliación sindical, record entre los países vecinos y muy elevados en las ligas mundiales. Sumados a un dato, quizá subestimado: en ese ayer, mayormente el que trabajaba paraba la olla. La desigualdad existía, claro que sí, entre sectores de trabajadores y entre provincias... pero palidecía si la coteja con la de hoy.
El punto nodal, piensa el cronista sin aspirar a la originalidad, es que hoy día hay trabajadores con conchabo que son pobres, que no paran la olla o sobreviven a los saltos. Esa vivencia es exótica en la trayectoria argentina, por eso la mera mención del índice de desempleo no termina de definir la condición de la clase trabajadora. Sólo para comenzar debe conjugarse con la existencia de un tercio de la clase sumido en la informalidad y con la inédita amplitud de la franja salarial.
Los gobiernos kirchneristas, con buen tino, se dedicaron a promover el empleo en tiempos favorables y en defender los puestos de trabajo en momentos de crisis. También a fomentar actividades mano de obra intensivas. Mérito doble porque en la coyuntura éstas no son las que resuelven mejor la ecuación fiscal, en la que gravitan más (por cojones, diría un economista español) las exportaciones de materias primas.
El éxito fue notable, se amesetó en los últimos años. Las repercusiones trascienden al salario. Los trabajadores recuperaron ingresos, autoestima y poder. En especial, aquellos ligados a las actividades más aventajadas por el paradigma noventista (transporte en general, o por la re industrialización o la recuperación del Estado que incentivó el kirchnerismo.
Podía pensarse, entonces, que en estas pampas no era aplicable (o dejaría de serlo) la reflexión de Castel que se sintetiza a trazos rústicos en la cita del epígrafe. Ese criterio cundió en las filas oficialistas, empezando por su vértice superior. La potencia de los hechos, mezclada con la derrota electoral en el conurbano bonaerense de 2009, forzó a enriquecer la lectura. Dicho como slogan, el trabajo no perdió su centralidad pero la pobreza tiene núcleos duros, arraigados con firmeza. El salario no es la herramienta exclusiva de inclusión. Será una circunstancia desdichada o no ideal, pero es lo que marca la coyuntura... y nada indica que esa traba se supere en pocos años.
Las políticas generales, expansivas y laboristas, fueron y son promisorias. La Asignación Universal por hijo (AUH) una imprescindible acción complementaria y correctiva que abarca a más de tres millones de beneficiarios. A esta altura de la soirée está débilmente implementada (debería ser ley y no decreto, al calor de las mayorías oficialistas en el Congreso) y con exclusiones injustas.
De cualquier modo, quedan muchas acciones públicas pendientes, incluso (o, si se quiere, especialmente) respecto de situaciones que se atemperaron deliberadamente desde 2003, con políticas tan acertadas como insuficientes.
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La evasión patronal y otras yerbas: La brega contra la informalidad, que es un modo imperfecto de llamar a la evasión patronal, es la primera. El gobierno nacional tiene en carpeta una batida contra esa forma de explotación. No le será fácil ponerla en práctica sin activo apoyo sindical ni parece estar a su alcance obtenerlo en el actual cuadro de disgregación de las centrales obreras.
Otro escollo, más activo, del que se habla poco, son los gobiernos provinciales, siendo en tendencia indiferente si tienen la camiseta del Frente para la Victoria (FpV) u otras. Son amplias las diferencias de concepción entre la cúpula del kirchnerismo y los gobernadores, conservadores populares, en sesgo muy amables con los poderes fácticos. La política fiscal es un ejemplo notable: contadas provincias han renunciado a lograr ventajas competitivas espurias merced a la pasividad a la hora de fijar o recaudar impuestos, tasas o tributos. El rebusque es macanudo, porque se combina con imprecaciones contra “el centralismo”, gratos a los sectores dominantes, sobre todo si condimentan relativas jaujas a la hora de ponerse.
El conflicto es notable, se sincera con cuentagotas. Por ejemplo, cuando el kirchnerismo contiende con los gobernadores Daniel Scioli o José Manuel de la Sota. La laxitud fiscal va mucho más allá de las fronteras de Buenos Aires y Córdoba, de todos modos provincias determinantes por su población y su PBI.
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Apariencias que engañan: Las diferencias se saldan, eventualmente, merced a la destreza o la mano firme del gobierno central. Y muchas veces se disimulan, en aras de la corrección política. Tal fue el caso de la flamante Ley para Trabajadoras de Casas Particulares, aprobada por unanimidad en la semana que pasó. Se trata de un avance enorme, dedicado a trabajadoras muy desprotegidas. No es la primera norma reparadora que tutela a colectivos rezagados dentro de la clase trabajadora, por motivos variados. Los trabajadores a domicilio, los rurales también disponen ahora de reglas de derecho razonables cuya implementación avanza con enormes dificultades y contra férreas resistencias.
Con relación a las empleadas domésticas (se usa el femenino porque son mujeres en abrumadora mayoría) los gobernadores provinciales pusieron cien ripios en el camino previo, cantados si se conoce la cultura cotidiana en sus territorios. Las resistencias fueron superadas y todos se juntaron para la foto, que como tantas otras, expresa más una tregua que un armisticio definitivo.
Ni qué decir que el cuadro se repite con la informalidad rural y el trabajo infantil que es norma en muchas provincias, anche la conducta empresaria de varios dirigentes políticos. Queda feo decirlo, cuando el discurso hegemónico es un federalismo utópico, más formalista que legalista, pobremente fundado, poco interesado en las conductas reales. Por si hace falta, se ratifica: se habla de la mayoría de los territorios, no de todos.
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Territorios y mestizaje: El desplazamiento de la hegemonía sindical a la del territorio fue un cambio clave ocurrido desde la recuperación democrática, potenciado durante los gobiernos menemistas y el de la Alianza. El politólogo Steven Levitsky, un norteamericano que conoce mejor la Argentina que demasiados de sus colegas criollos, describió ese proceso en un libro insustituible. Se titula La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista. 1983-1999. El siglo XXI amaneció con el cambio de paradigma kirchnerista que matizó la situación. No medió un regreso pendular al punto de partida que pervivió hasta mediados de los ’70. El peso sindical creció, mejoró la condición de los trabajadores pero el cuadro general es mestizo.
El crecimiento del “territorio” en la política es una de las expresiones de esa mutación híbrida. Los intendentes y gobernadores manejan parte significativa de las políticas sociales, son protagonistas de cierto peso. La matriz laborista del justicialismo inclina las acciones sociales hacia “la creación de trabajo”, a veces informal o precario. Y deja vacantes flancos gigantescos como el universo de los jóvenes que no estudian ni trabajan, el del hacinamiento urbano y aún el de las drogas. Las aspiraciones a resolverlos con herramientas generales son imperfectas, porque no dan cuenta de la complejidad. El rumbo general conformado por las políticas de empleo expansivas y la AUH, es un logro, máxime porque ambas líneas aspiran a la universalidad. Pero los agujeros negros que sobreviven fuerzan a pensar acciones novedosas, que se focalicen en esa franja enorme de personas desprotegidas. Focalizar para mejorar su condición actual, para ponerlos en la pista con el resto. Focalizar para universalizar, por ponerlo en consigna.
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Revisar el manual: El Gobierno atravesó una mala semana en materia económica. No tanto por la magnitud mínima del mercado ilegal del dólar sino por haber traspapelado la iniciativa, el dominio de la agenda pública y aun el espacio discursivo. Los sobresaltos trasuntan falta de coherencia en el equipo económico, mechado con internas palpables. La carencia de explicaciones al Agora agrava el fenómeno y acicatea la incertidumbre, facilitando el juego a adversarios temibles, tan fuertes en la city como flojos en las urnas.
Tal vez lo que pasa excede a la fatiga de sus elencos, aunque la abarca. Quizá prime en el oficialismo una fascinación (o un quedantismo) en una caja de herramientas que ya no da cuenta de las necesidades sociales, que son crecientes y cambiantes.
La contingencia desafía la tradicional adaptabilidad del kirchnerismo, capaz de renovar su agenda e incorporar instrumentos que antes negaba o ignoraba. De retomar la iniciativa y el centro de la escena. La voluntad y la centralidad del Estado son recursos consabidos. Los problemas que se han reseñado no son los únicos, pero todo indica que un gobierno atento al (y pendiente del) veredicto popular necesita hacerse cargo de ellos y probar su capacidad de afrontarlos.
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